septiembre 07, 2010

Punta Cana – De la conquista al Imperio – 1045 horas

Eran las 6 AM cuando varios truenos parecieron moverme la cama.

Tiempo de partir, aunque todavía me quedaban varias horas y algunas, quería que siguieran siendo de sueño y soñando.

La noche fue “de hombres”, de esas a las que no estoy acostumbrado.

Rafael y Daniel fueron los únicos del grupo que se quedaron hasta hoy, así que tuve que tratar de seguirles el ritmo.

A Rafa en el “Ballantines doble en las rocas” enjuagando puros y a Daniel en la charla contínua, mientras nos bajábamos dos botellas de vino de buena calidad en el restaurante de carnes.

Por ende, a las 6, con la cama movida por la tormenta, el arrullo del agua que empezó a caer, no alcanzo a calmar mi cabeza, que,  en plena “destilación”, se empecinaba en pensar en trabajo y otras cosas peores.

Dieron las 8.30 cuando ya con menos mareo, emprendí el día: publicar para ustedes, un baño que terminára de reparar el cuerpo, y el armado de la maleta que me llevará desde esta “isla del descubrimiento” hasta el Imperio Inca.

Siempre que me voy de la isla pienso y confío ciegamente en que pronto volveré, esta vez se siente diferente.

Es como la última vez que estuve en “Floripa”, después de muchos viajes en auto hasta la isla del sur de Brasil en los ´90.

Es como mi última vez en Punta del Diablo, como la última en Acapulco o en Panamá.

Algo dentro de mí me dice que pasare un tiempo sin volver y que no me pesara.

Es difícil saber por que, en mi caso, hay tantas cosas que interactúan y dan pretexto a la verdad, que me permito confundirme:

 - El vino, sigue siendo muy malo aquí; para ser exacto, no entiendo como se molestan en embotellar ese líquido. Pero negocio es más fuerte que ética y aquí, el mal brebaje en cualquier color, se sirve como agua.

 - El calor de los espacios comunes, por ser abiertos a la naturaleza que lo inunda todo, vuelve incómodo cualquier intermedio entre la piscina, la discoteca, la playa o los restaurantes (uno puede ser bueno en buscar de que quejarse no?)

 - También podría criticar la inundación de morenos homosexuales, aunque nunca me molestaron y hasta me hicieron reír con su diversión auténtica y sin tapujos.

Lo cierto es que cuando todo es bueno, somos expertos en encontrar algo que criticar: una copa no secada, un plato no del todo limpio, un trapo de piso indebidamente enjuagado, o un repasador que no debe usarse para las manos.

Lo cierto, también, es que como en el mensaje final de aquella mala película que viera hace un tiempo - donde un avanzado estudiante americano, cansado de la relación de sus padres y lo que ellos le trasmitían, partía a vivir la experiencia de llegar hasta Alaska para encontrar la verdadera felicidad - escribiera:

“La felicidad, solo puede ser total, si es compartida”


Y con eso terminara su diario al morir solo.

1 comentario:

  1. Estimado Sr. Escritor, Un poco dramático el final para mi gusto de una película que pudo no haber terminado así, si la elección del individuo hubiera sido distinta. Siéndole -como siempre - totalmente honesta, no coincido con usted. Le comparto mi pensamiento justo minutos antes de mi desayuno: La felicidad puede compartirse sí y solo sí, ya se posee. No puede compartirse algo virtual o inexistente, como decir "soy feliz" y por dentro saber y tener plena conciencia, que uno está desmoronado. La felicidad se comparte mejor, en equilibrio, cuando los "compartientes" tienen perfecta y clara cuenta de que lo que se comparte es bueno para el otro. La soledad es buena compañía, tanto como lo es la propia compañía. Y se puede ser feliz en soledad, tanto como en presencia de otros, otro(a). La felicidad es un don interno, más que externo. De otra forma, eso tiende a desvirtuarse, y volverse codependencia, pues tan solo una de las partes "es feliz" o "pretende ser feliz". Sin embargo, no hay vida perfecta, ni felicidad completa, y sin embargo, en eso también, sí seguro, se encuentra la belleza de la imperfección en donde también se puede ser feliz.

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