septiembre 24, 2010

Anecdotario – Locuras adolescentes – Parte 2 – 2053 horas

Era talvez la quinta o séptima noche que cumplía el ritual necesario para hablar por teléfono. Con la repetición, algunas cosas se habían perfeccionado:

- Al entrar, volvía a colocar la llave por el lado de adentro y la giraba media vuelta, a fin de
que, o no pudiera entrarse desde fuera o costara algo de trabajo que me diera tiempo de
reaccionar.

- Había revisado todos los posibles sitios donde podría esconderme e imaginado todos los
posibles encuentros y accidentes.

- “Discar” era una actividad totalmente dominada, aunque muchas veces la ansiedad y el
obvio estado de nervios me jugaba malas pasadas y me comía algún click o perdía el
sincronismo en la acción de giro, con lo cual, terminaba recomenzando el discado o
hablando con un número equivocado.
Durante las charlas de niños, ella me describía su habitación, mientras supongo que sus padres se preguntaban como era que aquel chico del interior lograba llamar por tanto tiempo.

Yo hacia mis primeras armas en perspectivas frontales, así que dentro de los souvenirs que acompañaron luego a los TDK Metal 90, fueron vistas detalladas del dormitorio de Daniela, totalmente basadas en aquellas descripciones nocturnas.

Debo confesar que cuando años después, fui a cantar al Siglo XXI, Rabito y Nora se hicieron mis padres adoptivos y conocí la casa de Bvar.Artigas. El dormitorio de aquella niña ya más grande y comprometida, lucia muy, muy similar a mis dibujos.

Era viernes y las Jornadas Carolinas gozaban de su máxima efervescencia, la calle era un mar de gente, solo entrar, había sido especialmente complejo y el pasar de voces detrás de la cortina, era constante y ruidoso.

El teléfono estaba desarmado y yo gozaba de la charla con los pies sobre una silla.

Dos sombras con voz masculina se detuvieron frente a la puerta más pequeña.
El ruido de la llave introduciéndose coincidió con mi apuro en colgar y mi armado del pinche aparato.
Por un momento, todos mis planes y escenarios imaginados de escapatoria se bloquearon, pero afortunadamente mi estrategia de la llave por dentro, me dio tiempo para reaccionar.

Mientras intentaban abrir la puerta y escuchaba el desconcierto de los dos hombres fuera por la dificultad presentada, tuve que bajar la escalera, lo cual me ponía a un par de metros de ellos. De abrirse la puerta en ese momento, el lío seria monumental.

Se me ocurrió el baño, pero si estaban allí a esa hora, posiblemente sería por una urgencia sanitaria.
No había escritorios que llegaran hasta el piso y yo ya era un tipo de 1.70 mt, con lo cual, esconderse como un niño no funcionaría.
Opte por pasarme al garage oscuro y me parapete en una pequeña habitación que hacia de depósito. Inmediatamente pensé que si entraban, encontrando una llave por dentro, seria obvio que alguien allí debía estar y buscarían en cada rincón, con lo cual este escondrijo tampoco se veía seguro.

Mientras salía ya escuche la llave caer dentro y las voces entrando.

Pensé en meterme a la cabina de la Toyota, pero recordaba de cuando Papá trabaja allí, ese modelo tenía una bocina muy sonora y peculiar, que se activaba con una larga perilla (de cómo 10 cm, fuera de lo normal) que estaba debajo del volante, con lo cual, era muy posible que al introducirme, la accionara.

Los dos hombres ya estaban dentro y mientras uno pasaba al baño, comentaba con el otro lo raro de que la llave estuviese puesta, ensayaban opciones y buscaban al posible polizón.

Entonces recordé una película de cowboys que me había marcado hacia muchos años y me tire bajo la camioneta.
Si alguien entraba, me vería claramente, por lo cual, tome el tren trasero con mis manos, apoye los pies un poco mas adelante y me pegue al fondo del vehiculo, tan cerca como pude.
Tratándose de una 4x4, la altura era mayor a la de un coche convencional y si deseaba pasar desapercibido, tenia que ser parte del chasis. El piso del garage estaba como 15 centímetros mas abajo que las oficinas, en ese momento eso me jugo a favor.

Un segundo después la luz del garage se encendió, ambos tipos entraron y revisaron la camioneta y el depósito.
Sus pies estaban a escasos 30 centímetros de mi cabeza y sus voces resonaban en mi estomago.
- que raro, parece que no hay nadie aquí.
La luz se apago y la puerta se cerró.

Manteniendo las manos aferradas al eje trasero deje caer mi cuerpo sobre el piso.
Llevaba una camisa blanca y un jeans claro, que ya estaban engrasados de ambos lados.
La calle seguía con su bullicio y no podía saber si finalmente los dos visitantes se habían marchado.

Pasaron unos 15 minutos, en los cuales por debajo de la puerta de chapa, trataba de ver si algún pie cruzaba la oficina o algún ruido me indicaba presencia del otro lado.
Las conversaciones de la vereda, hacían muy difícil descifrar su origen real.
Cuando la vigilancia había sido ya desgastante, intente abrir la puerta.

Habían trancado por dentro!!

No había escuchado llaves y dudaba que las hubiera para una cerradura tan vieja, por lo cual, debía haber un pasador del otro lado.
Estaba frente a una puerta de chapa con marco de metal, a oscuras, con el pasador puesto, engrasado hasta la nariz y sin seguridad de que del otro lado hubiera alguien.

Antes de hacer nada, debía asegurarme que nadie estuviera esperando del otro lado.
La única salida era hacer ruido y esperar que volvieran a la búsqueda, confiando ciegamente en mi grasoso escondrijo.
Sacudía la puerta de forma que pudiera hacerlo eventualmente el viento y me tiraba al piso a vichar por debajo de la puerta a ver si alguien se acercaba.
Repetí la acción varias veces, cada vez mas exageradamente, ningún pie apareció del otro lado, a jugársela.

Si el pasador había sido puesto correctamente, no tenia forma alguna de liberarme sin romper la puerta; y romper la puerta de metal, representaba un desafío estimable.
Confié en el ser humano que nunca hace todo correctamente, confié en el viejo pasador que debía estar un poco agrandado, pero de todas formas, tenia que ver a que me enfrentaba.

Los 15 centímetros entre el garage y el piso de la oficina me jugaban en contra ahora.
La distancia de la cerradura al piso, era menor a la de la cerradura al dintel de la puerta.
Había que forzar la puerta desde la esquina, con cuidado de no doblarla, lo suficiente para poder mirar donde estaba el pasador, de que tipo era e imaginar como podía zafar.

A oscuras pero con los ojos ya acostumbrados a la penumbra, elegí una barreta de las herramientas de la pared e hice delicadamente palanca en la punta superior derecha de la puerta. Una vez que logre torcer levemente en metal, metí mi mano, bajando la barreta entre el marco y la puerta, para ir logrando una mejor apertura y asegurándome de que no se saliera. De pasar esto, mis dedos quedarían destrozados entre ambos metales.

Mi 1,70 mt ayudaba mas que en el momento de esconderme, pero la puerta tenia dos metros y había 15 cm de desnivel, por lo cual, mirar por la leve apertura superior, mientras sostenía la barreta con una mano y la puerta con la otra, era simplemente imposible.

Marcha atrás, a buscar en la oscuridad algún elemento donde pararse.
La distancia entre la puerta y la camioneta eran no mas de 30 centímetros, por lo cual, todo lo que hacia a oscuras, era complejo.
Afuera, las voces seguían pasando, las visitas podían volver y a mi cabeza solo pensaba en lo preocupada que estaría Dulce ante mi despedida despavorida.


Un balde ofició de escalera, repetí la receta y con una apertura máxima de 10 o 12 centímetros en la punta más alta de la puerta pude ver a que me enfrentaba.
Habían cerrado un pasador de metal como el que os muestro en la foto (mas fácil que explicárselos)La buena noticia, era que el vástago de seguridad, ese “palito” transversal que al girarse tranca la barra horizontal central, no estaba!!!

Mi confianza en el ser humano imperfecto y el mal mantenimiento de la vieja puerta sin importancia, se habían amasado con un poquitín de suerte y la hazaña era posible.

Sacudí la puerta en un movimiento rítmico, mientras imaginaba como el cilindro se iba deslizando del otro lado para liberarme.
Ningún ruido me anunciaría si finalmente el pasador zafaba; debía probar a abrir y ante la imposibilidad que se repetía, volver a subir, volver a doblar la puerta con cuidado de no dañarla y medir el efecto de mi vibración de escape.

Finalmente la puerta se abrió.

El barullo seguía fuera y cuando entre a la oficina, aun después de tanto ruido, tanto tiempo y tanto sudor, pensé que alguien estaría del otro lado, no necesariamente para aplaudirme.
Supongo que la urgencia de volver a la fiesta, algún trago encima y porque no, el no haber encontrado a nadie dentro, convenció a los visitantes de que nadie estaba allí, aunque la llave estuviese puesta del lado de adentro.
Efectivamente se habían marchado.

Estaba libre, pero aun en la oficina.
Siempre fui previsor, no es una cualidad adquirida sino innata, y emprendía mi aventura nocturna con ambas llaves.
Ya no tenía la de la puerta auxiliar, solo la de la grande que jamás había probado.
Confié en que podría salir por allí, aunque debía tener aun mas cuidado porque era mucha la gente fuera y mucho mas grande la puerta, por ende, mas difícil de obviar.

Les permito que por un momento, salgan de la historia y los invito a que traten de imaginarse saliendo de un banco o una oficina publica, por su puerta principal, a medianoche, sobre la calle principal del pueblo, un día festivo, a 50 metros de la celebración más grande de su ciudad….obvio, sin que nadie los vea.

Pero no podía irme así!!.
Subí al segundo piso tratando de no manchar nada con la grasa que cubría buena parte de mi ropa y obviamente mis manos.
Desarme el teléfono.
Volví a discar con exactitud relojera el número.

Dulce estaba muerta de nervios y miedo del otro lado.

Ella tenía solo 13, obviamente festejaba esta locura que era parte de aquella fantasía incomprensible impulsada por aquel chico del interior que apenas conocía, pero aun desconociendo el riesgo, había escuchado mi voz y sabia que estaba en problemas.
10 o 15 minutos bastaron para tranquilizarla y tranquilizarme, debía hacer que todo aquello valiera la pena.
El riesgo era parte de la magia.

Teléfono armado, lo que se pudo limpiar, limpio y tras vichar sigilosamente por detrás de la cortina, cuidando que mi sombra no se reflejara sobre ella, identifique el posible momento mas adecuado para salir y salí.
Reía como tonto al cruzar hacia la otra acera, era el único harapiento que caminaba por la calle, sudoroso a medianoche, imposibilitado de repeinar mi pelo con las manos llenas de grasa y barro, feliz por todo lo sucedido y por tener esta historia para contarles hoy.

Porque les aseguro, cada vez que he pasado por algo así, he pensado: mis nietos jamás se aburrirán de escuchar las historias de su abuelo y los varones, si me tocan, tendrán una variedad más picante, aun más infinita, para reír en mis brazos.

De camino a casa invente la historia que mi madre debió contar el lunes siguiente a fin de recuperar su llave.
Entre sonrisas cómplices y enojo fingido, escucho una parte de mis relatos, solo lo necesario para explicar el estado de mi ropa.

Un par de veces más hubo que regresar a desarmar el teléfono, arriesgando todo, para cumplir aquella misión de corazón.
Después vino el viaje incomodo, las grabaciones y todo lo que ustedes ya conocen.

Y colorin colorado…

2 comentarios:

  1. Te juro que si vez mi cara te mueres, he llorado de la risa, que adrenalina fantástica y testosterona también!!!
    Que forma increíble de contarnos esta historia, ahora ya me explico porque "ya te sabes todos los cuentos"
    ARF

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  2. fue el q mas disfruté!!!!!!!!!!!!
    una locura alucinante...
    otra q mac guiver! (o como se escriba)
    abrazo,
    CDM

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