abril 13, 2013

El Día del Juicio de Nunca Jamás.

¡Inconsciente! 
Había aceptado sin reflexionarlo, pasar por aquel entuerto él solo.

Se había aislado en una habitación de puertas negras y techos altos,  y parecía encontrar descanso a la vorágine de los días previos;  a las preguntas reiteradas y las exigencias de cortísimo plazo;  a los rostros intrigados y el aluvión de responsabilidades que nublaba la mente y enturbiaba el mirar.
Solo quedaban horas para el fallo final, y allí estaba, solo, creyendo poder manejarlo.

Al despegar la cabeza de la almohada aquella mañana el día final, su cuerpo lo traicionó.
Le cobro la inconsciencia, castigó  el correrío emocional de los últimos días y casi lo deja postrado, incapaz de moverse; obligando a su rostro mantenerse firme, para que sus ojos no pudieran esquivar lo que vendría.
Apenas dió para que atendiera una llamada más.

- ¿Quien está contigo? - le pregunté.
- Nadie, porque ¿ alguien debería estar?
Una sonrisa de aquel que reconoce la dulce ignorancia de quien será ajusticiado, que nota la no aceptación completa de la realidad y la inexistencia natural del tiempo;  de aquel que lo entrega todo por los demás;  pareció escucharse del otro lado de la línea.

- Ok, aquí estoy, para esto vine supongo, en un rato estoy allí contigo.


No valía la pena explicar que era imprescindible compartir aquel momento, dejarse ayudar, dejarse abrazar de cuerpo y alma cuando todas las fichas han sido jugadas y el futuro tiene hora marcada.


Traté de disfrutar su camino al cadalso.

Un quiropráctico acomodó sus vertebras, sus músculos y el aire no respirado que corría por su espalda sin control,  para devolverle la movilidad.
Debía permanecer digno, parado firme ante su destino.

Un peluquero desconocido, con manos expertas, vacío de todo cariño, ausente y extraño, recorto su pelo desordenado y su barba.

Quince minutos fueron su único momento de relax, tirado boca abajo, con una compresa de calor apretada por mis manos sobre su espalda y el caldero de emociones hirviendo en su cabeza.
- Ya es tiempo - le dije.
¡Pero a él le quedaban tantas cosas por hacer!
A él siempre le quedaban tantas cosas por hacer y no importaba cuanto corriera, siempre llegaba al límite de lo aceptable a sus compromisos.
- ¿Comiste algo? - pregunté
- No  - me dijo - quiero una cerveza - balbuceo como aquel que pide el último deseo.
El tiempo es letal cuando aceptamos que no es infinito.
Comió de parado y en calzones, se tomo la cerveza de un sorbo y obedeció mi exhortación de moverse al baño.
Todo se removió en mi interior al ordenar sobre aquel camastro la ropa elegida para el momento del juicio.
Lo vestí como a un manequí que a perdido su voluntad, le acomodé cada detalle de aquellas prendas que nunca había usado, conteste con todo cariño las consultas de rigor y lo entregue a su destino.
La muchedumbre bramaba a su alrededor pero él era incapaz de escuchar nada.
Sus ojos seguían mirando al frente, un dolor impertinente en el cuello y la espalda le prohibían girar su cabeza.
Una juez con cara de militar, ojos penetrantes y dientes muy blancos, vestía sus ropas negras frente a él.
El fallo era predecible, inobjetable e inminente.
- Por el poder que me concede el Estado, los declaro ¡Marido y Mujer!
En un segundo los oídos se destaparon para poder disfrutar de los aplausos, las risas y los gritos en mil idiomas que allí estaban para festejar su enorme alegría.
Los ojos no encontraban tiempo para mirar a todos quienes amaba a su alrededor, misturando el brillo de la felicidad con el de las lágrimas.
Sus brazos inexpertos llevando las mancuernillas en sus puños y el moño en su cuello, no daban abasto en abrazar otros corazones que aunque latían menos que el suyo, alocaban emociones en los pechos de quienes el mismo había llevado allí, por amigo, por hijo, por hermano, por ser ese querible, adorable , un fantástico ser humano.
Su cuerpo se relajó de verdad al ver los ojos de su amada, viviendo lo mismo, pero habiendo aceptado conscientemente ayuda, para aquel ultimo día, esas ultimas horas, antes de que aquella juez y aquel sacerdote, en español y árabe, compartiera con todos nosotros como "dos almas diferentes, dos personas independientes y felices, habían decidido unificar sus vidas".

El correr sonriente de quien esta eligiendo cada detalle de uno de los momentos más importantes de su vida, quedo atrás.
La emoción inmensa de abrazar a sus seres más queridos a medida que de todas partes del mundo llegaban a su ciudad, con sus preguntas reiteradas, hambrientos de compartir su felicidad, había quedado atrás.
La traición del cuerpo que buscando relax, le recordaba que mas allá de la bondad, uno debe estar listo para poder alistar a los demás, se desvanecía.
Los detalles de último momento, la rica ensalada de pollo enjuagada en una Pacifico bien fría, disfrutada con la electricidad del cuerpo que lo recorría sin cesar y brindada con grandes amigos, quedo atrás.
El mirarse al espejo, como "muñequito de torta", casi vergonzoso al distinguir en los ojos de su gente, de su carne, la riquísima sorpresa de estar listo para aquel evento monumental.
Todo quedo atrás.
Todo fue un festejo.
El inicio de una nueva vida, junto a todos los suyos.
Eran solo Susi & Elie, Elie & Susi y los muchos afortunados que como yo, pudieron compartir este momento para no olvidarlo "hasta que la muerte nos separe", o mejor aún, "nunca jamás".