Un ruido metálico indica que la traba se
ha deslizado y solo me queda esperar el tiempo suficiente para que se mire al
espejo, piense que debería lavarse las manos y no lo haga, acomode su ropa
ajada, peine inútilmente su cabello y ojalá, salga pronto.
Nos cruzamos en la puerta de este baño,
esa puerta que como pocas, es siempre de
ida y vuelta.
Una puerta que se abre con uno de un lado y otro del otro y se cierra con ambos del lado opuesto.
Una puerta que se abre con uno de un lado y otro del otro y se cierra con ambos del lado opuesto.
Es como un espejo, simula un espejo que nos deglute y nos vuelve
a materializar del otro lado.
Un pasaje entre la fantasía y la
realidad, entre la creatividad obligada y omnipotente y la precariedad humana.
Porque eso son estos aviones de
hoy, un repositorio de fantasías, un
cementerio de realidades y de a ratos, el testigo inmutable de que fantasías y
realidad son una experiencia única para cada uno. Una experiencia única y personal. Indefinidamente fantástica o atroz.
Miro la cabina del 767 de "la nueva
American" que me lleva del caliente Miami al nebuloso Heathrow y me parece
recordar algunas páginas de esas revistas de ciencia ficción que nunca mire o
de las películas que se encargan de mostrarnos el futuro que no sabemos ver en
nuestro necio descreimiento.
Un show de luces conservador en el
techo, propio del espíritu americano y
un cuadradito de fantasía en cada respaldo de asiento, mirando absorto a su
víctima, mirando fijamente hasta la última neurona de la mente que maquila
detrás de cada par de ojos.
Una nueva versión de "la caja
boba", que en su tontería ha envuelto generaciones, empleado a miles,
masticado y escupido millones y crecido como nada ha crecido en este cacho de
universo conocido como la Tierra.
Allí están, las tres clases de humanos; envueltos en un cilindro de metal,
esclavizados por unas horas, cercenados en sus libertades, obligados a
permanecer en un sillón que nunca elegirían y amarados por un cinturón de
seguridad para evitar la posible tragedia de la que de todas formas – si ocurriera
- jamás se salvarán.
Triste apología y al mismo tiempo
sátira, del terrorismo que maneja nuestro mundo actual.
Sensación artificial de seguridad que
nos lleva a tomar los riesgos más extremos al costo más conveniente para una
empresa más del capitalismo liberal, mientras allá afuera, la mayoría evita la
soledad, piensa un millón de veces que hacer o decir, no abraza a sus hijos y
no dice te amo, por temor a algún miedo fabricado por su propia mente, que no
necesita 30000 pies de altura para estar justificado.
Y en el medio de la farsa, el hombre.
El ser humano.
Eternamente inmune a todo lo que hacemos
día a día para autodestruirnos.
El ser, que nos sorprende encarcelados
en esa libertad segura que pudimos comprar y se aprovecha de nosotros.
Y allá van, las tres razas multicolores que definen,
personalizan y al final, implacablemente unifican al ser humano.
Están los que se duermen.
Los que no dan opción, los
conservadores, los que tienen en sus sueños el escape supremo a la realidad.
Mejor así, un sueño, íntimo, silencioso,
secreto.
Que nadie se entere que soñaron, que
ojalá ni siquiera lo recuerden en la mañana para que el sueño sea sueño y no
tortura. Tortura porque jamás tendrán la valentía para volverlos plan. Porque
jamás tendrán la fortaleza de hacerlos realidad y por tanto, se volverán
repetitivos, hasta que sean tan absurdos y aburridos como su vida misma.
Están los que miran.
Los que se dejan atrapar por la caja
boba.
Los que se escapan de la realidad para
vivir la vida de otros, llorar los llantos de otros y reír sus sonrisas.
Los que se vuelven millonarios o
invencibles jugando juegos .
Los que matan y roban como jamás su
moral los dejaría en su engañosa realidad.
Los que coleccionan imágenes vividas por
los ojos de otros, por no poder abrir los ojos para ver las suyas propias.
Ellos, los que miran, están mejor.
Aquello que ven, aquello que juegan,
aquello que sienten y les crispa la piel, se desarrolla generalmente en un
entorno parecido a su vida y tiene un hilo humano, un devenir imitable y a
veces hasta predecible. Regala por ello, una oportunidad más cierta de llevarlo
a la realidad, aunque se queden mirando y no lo hagan.
Y por último están los que hacen.
Los pocos entre estos 300 asientos, que siguen viviendo.
Los que no suspenden su vida las ocho
horas de este vuelo.
Los que no se deja apresar por un
fuselaje congelado por fuera y tibio por dentro.
Los que rompen las reglas que no se han
podido controlar, esas que no tienen cartelito de castigo o anuncio de
seguridad. Esas que ni se prohíben, porque sería aceptar que existen y eso, eso
es mucho más peligroso.
Y allí están los que viven.
Develando misterios en charlas
entretenidas, reconociendo al extraño de al lado con la bendición de la
intimidad que solo un vuelo puede dar.
Utilizando el pretexto de la
vulnerabilidad para besar como nunca, para acariciar sin vergüenza, para rozar
desafiante, para suspirar sonrisas cobijadas en falsa moral...para no alertar a
los otros. A los otros dos grupos que niegan su realidad.
Allí van, las tres partes de esta
humanidad, que bajarán del avión ambivalentes, irónicos, disfrazados para
seguir siendo diferente pilar de este mundo.
De este mundo que tiene a tanta gente
apesadumbrada en sus pesadillas. Tantos otros viviendo vidas ajenas y tan pocos
“chupándole el tuétano a la vida”.
Pocos hábiles manipuladores de la
cultura; ávidos respiradores,
consumidores de aire mutado en energía vital; exagerados artesanos de la sensiblería que
rebosa matices desde lo más sutil a lo más grotesco...en este mundo donde de
todas formas, pasaran desapercibidos para el premio inútil y la gloria efímera.
El segundo después de tirar de la
cisterna me encuentro frente a frente en el espejo y todo lo que escribí en ese
instante mundano me observa interrogante.
Me pregunta: y tú? De que grupo sos?
Me miro viejo, me arreglo el pelo que no
se arregla, me acomodo la ropa que vuelve a la inercia de su arruga, sonrió
para convencerme que por solo preguntar ya soy mejor que muchos… y encaro la
puerta, la puerta espejo para que me degluta y me materialice del otro lado.
Un ruido metálico indica que la traba de
ha deslizado
El portal mágico de este baño de Boing 777 se vuelve a activar.
Uno que entra para enfrentarse con su
vida o excepcionalmente para seguirla.
Otro que sale, con más preguntas de las
que se llevan a un diminuto baño de avión, con algunas viejas certezas y con la
urgencia de tomar ese teléfono que no debe encender, para escribir todo aquello
que no debió pensar, en las horas cómplices en las que un avión, un vuelo de 8
horas entre dos continentes, nos regala un pretexto perfecto para hacer solo
aquello que más nos hace feliz, vivir.
Los aviones son excitantes. Compartir con lo que el destino te pone al lado es fascinante, sea una buena conversación, intercambio de culturas, cenar en compañia o roces que la probabilidad que dure solo las horas de vuelo son altísimas.
ResponderEliminarGracias a Dios, estoy en los que viven.
Al leer recordé aquellos días en que me " quebraba la cabeza" tratando de entender tu vida que me parecía tan distinta. / Gaby
ResponderEliminar"El portal mágico de este baño de Boing 777 se vuelve a activar"...podria dar pie tambien para algo seductor y hasta morboso..."nos regala un pretexto perfecto para hacer solo aquello que mas nos hace feliz...sentir"
ResponderEliminarNo fue la ocasión, pero alguna historia de vuelo ha rondado las paginas de Jack varios años atrás. Gracias siempre, a todos, por llegar con sus comentarios, sin importar el contenido.
ResponderEliminarGracias a ti por regresar a lo que te apasiona y yo tanto que disfruto leerte. Siempre se saca cosas valiosas del contenido. Esa historia de Jack es una de las cosas mas sensuales que he leído.
ResponderEliminarMuy bueno, y si me identifico con una de las 3 razas
ResponderEliminarErica