diciembre 22, 2012

Montevideo - Curiosidad, Responsabilidad & Destino

Antíguo y cierto, el pensamiento que da dos caras a todas las cosas.
El balance perpetuo del Ying y el Yang, lo bueno y lo malo, la luz y la oscuridad.
Así se interpreta y finalmente se vivencia casi todo.
Así también estas palabras y sus significados que tantas veces ignoramos.
 
Las palabras que definen y sus límites.
La Curiosidad que se debate entre la Cautela y la Muerte.
La Responsabilidad que se esparce entre la Consistencia y la Muerte.
El Destino que definimos por opción o que tal vez este escrito, entre la Felicidad y la Muerte.
Siempre esa lucha de opuestos, de virtud o fin fatal.
Lucha que tanto nos cuesta aceptar, a pesar de que la conocemos y muchas veces, sufrimos, desde tan pequeños.
 
Y no es casual que la Muerte sea el límite de las tres, porque en definitiva lo es de todo aquello que somos capaces de medir o explicar.
Para el resto, para lo que nos excede a pesar de nuestro ego, existe la expresión Infinito.
La Muerte, arrogantemente vilipendiada y llevada allá lejos, al "otro", nunca en uno mismo.
La Muerte como límite que nos cuesta aceptar, a pesar de que por definición, un límite, es de por si alcanzable.
 
 
El tiene 17 jóvenes años y ama el Basket.
Creció alto,  pero no llegó a ser más que un hincha acérrimo del cuadro de sus amores, el glorioso Club Cordón.
Le habían contado las hazañas del pasado y había vivido en su adolescencia la lucha de su equipo por estar siempre arriba en la tabla del Campeonato Montevideano.
 
El de hoy era un partido "duro", de los que se jugaba con garra dentro de la cancha, pero con un exceso de corazón - así lo sentía él - en la tribuna.
Hoy iban contra Welcome y había que salir preparado, porque en el último encuentro los habían castigado duramente de visitantes y la barra brava albiroja era de "palos y piedras" tomar.
Se calzo sus jeans, vistió una camisa blanca para poder seguir la fiesta luego de la segura victoria, se atravesó una cartera metrosexual en el pecho y coronó su cabeza con la gorra celeste que lo acompañaba a cada encuentro, el celeste del Cordón.
 
 
Soledad ha dedicado gran parte de sus 28 años a lograr su título de Instrumentista.
En un país donde todos sueñan con llegar a Médico, encontrar su lugar en los servicios de Salud no había sido fácil, pero Sole,   lograba iluminar con su sonrisa, sus ojos bellos y su largo cabello negro, cada amanecer que rondaba su departamento del segundo piso en la Calle Gaboto, de Montevideo.
Tal vez salió tarde del hospital y la noche de viernes se disfrutaba tranquila, con ese calorcito del verano que busca dejar atrás la ventosa primavera al borde del Rio de la Plata.
 
 
Él se subió a un CUTCSA en Veracierto.
Sus ojos chispeaban, no podía mantenerse en calma.
Era un partido "duro", pero "en casa" y eso le daba muchas ventajas.
Su barra estaría completa, los "otros" entrarían "cagaos" en el pedacito que le dejaran de tribuna y los iban a apabullar.
Pero si no alcanzaba, si se ponían violentos; si se hacían los listos y se creían más hombres que él, no la iban a pasar bien.
La cartera metrosexual llevaba un bulto a prueba de todo "taita".
¡¡A ver quién iba a ser el macho que se le enfrentara!!
 
Quien sabe en que ocupaban el tiempos sus padres mientras el guardaba una pistola en su casa. Quién sabe si los tenía, quien sabe si los escuchaba con su cabecita incapaz de interpretar la palabra responsabilidad.
Y les dieron la paliza en la cancha.
Y los de Welcome salieron primero;  se hacían "los hombres", apedreaban y se les enfrentaban en pose de "Ali" mientras huían del estadio.
Y el los perseguía, era el primero de la barra del Glorioso Cordón y no era el único que cargaba "un fierro".
Como dice el dicho: "cuando se inventó el revólver se acabaron los machos" y el primer tiro al aire alcanzo para que se disipara la guachada albiroja.
 
 
Soledad mataba el anochecer sabatino cuando escucho un sonido y temió por su auto estacionado frente a la puerta.
Salió al balcón y logró ver como algunos chicos medio vestidos,  corrían hacia arriba por su calle.
 
Detrás, venían otros.
 
Como los toros de San Sebastián encerrados en la calle Gaboto, corriendo sin más consciencia que el propio correr, listos para llevarse consigo a todo lo que se les cruzara, azuzados por la muchedumbre que huía y la sangre que ardía por dentro.
 
Detrás, venían los otros.
 
En la vereda de enfrente alcanzó a ver a un chico con una bolsa metrosexual cruzándole el pecho y una  gorra celeste.
Lo vio levantar su mano y oyó un disparo.
Giró para meterse a su casa;  para abandonar la curiosidad que la había llevado al balcón;  cuando algo quemo su espalda y el ardor se transformó en dolor profundo y el dolor profundo  en último aliento.
 
La muchedumbre siguió corriendo.
El chico de la gorra celeste dispararía algunas veces más, igual que otros;  y otros dos sentirían el quemar de una bala rozando su cuerpo.
 
La muchedumbre siguió corriendo y todo podría haber sido un partido más.
Otro día de guerra en la ciudad que nadie comenta;  que se guarda en la oscura historia de las pasiones que justifican lo injustificable;  que se empoza en el alma minusválida de quienes luego son incapaces de decidir.
 
Todos queremos hoy que Soledad haya muerto rápido.
Nadie quiere imaginarse cuantas horas de dolor y agonía pasaron entre aquel disparo y el día siguiente en que fue encontrada.
 
Todos queremos hoy que ese chico sepa, que el tomar el arma aquella noche, le robará al menos los mejores treinta años de su vida y dejara en su consciencia, el peso de una vida inocente que se robo irresponsablemente por desestimar a la muerte.
 
Irresponsables.
Curiosos.
Destinados a llegar al límite.
 
 
 
 

diciembre 11, 2012

Desde el Aire - Uruguayos.

Es un poema verlos desde mis ojos coterráneos llenos del polvo de tanto mundo.

Una vez más estoy frente a una puerta de embarque lejos de casa, que anuncia un vuelo cada vez menos explicable con destino a Montevideo.

Y allí están.
Y allí llegan.
Los uruguayos que retornan a casa.


Son una raza desigual  que lleva la nacionalidad por dentro, a veces demasiado dentro.
No son reconocibles por la "bunda" Brasilera, ni por la exótica apariencia sabrosa de los caribeños.
No se les nota el taparrabo producido y egocéntrico de los Argentinos, ni las curvas obesas de los Norteamericanos.
Allí van,  incomparables unos a otros,  aún cuando estén todos juntos ocultando la ansiedad frente a un portón de embarque.


Visten "de retazos", son aquellos que se miran menos al espejo;  son los que si quieren lucir a la moda o desatinan o se ven truchos.
Son ellos, los que carecen de modos refinados y también de malos modos.


Ellos, en el medio del todo, dificilmente extremos.

Manchados por las marcas de tanto andar y buscar vida.
Porque así se identifican.
En esa luz a veces pequeña a veces inmensa,  en los ojos de quien busca y nunca encuentra.


Insaciables y quejosos, mezcla de mártir y héroe no reconocido.

Allí se nota, en sus ojos que miran disimulados y que de a rato se van, se ocultan, dan lugar a ese gris que tantas veces nos define y se dejan inundar por la pequeña resignación, la derrota que nos deje pensar que no se puede;  por suerte muchas veces solo para volver a buscar.
Por aquello de "recular solo pa'tomar carrera".


Allí están.
No siguen ninguna regla.
Cada uno absorto en su propia realidad.
Se mantienen poco sociables,  como esperando él primer mate para despertar a la más abierta y sincera camaradería.


Se suben al avión sin preámbulos.
No charlan, no trancan el paso, no vacilan en la búsqueda de su asiento.
Comen lo que viene, y cierran sus ojos para que no se note la ansiedad por llegar.


Palpitan con un entusiasmo que ni sus caras pueden ocultar cuando se toca tierra, después de haber visto por las ventanas como allá, allá abajo en él paisito,  todo sigue igual.
Y saldrán sonrientes. Buscará cada uno por su lado encontrar a alguien que los espera mientras aguardan las valijas, en un aeropuerto Uruguayo, preparado para Uruguayos, donde a nadie verás hasta no llegar al final.

Traen de todo.
Son los salvadores de los que se quedaron.
Son los triunfadores que se fueron y los fracasados que regresan.
"El que se fue no es tan vivo, el que se fue no es tan Gil"


Los que llegan de visita se irán gordos del asado, bien servidos de mate diurético, sin un peso en la cuenta  extranjera que tanto les costó ahorrar y masticando la lágrima amarga del no debí venir, pero como los voy a extrañar.

Los que llegan a quedarse,  excepcionalmente encontraran consuelo en un país que solo acuna con tibieza a los que se retiran, pero con una jubilación "de afuera" ; o están dispuestos a cambiar trabajo duro y lo básica cubierto,  por algo de miseria llena de cariño y buenas intenciones.

Los recibirán con abrazos, besos y hasta llantos al tiempo que sin maldad alguna medirán el tamaño de las maletas y la exuberancia de las ropas mal combinadas,  para tratar de adivinar cuanto traen para dejar y que tan cierto es el cuento que contarán.

Llegáremos  los otros también.
Llegaremos los oportunistas que nadie espera.
Los que cruzan las puertas primero que nadie sin mirar siquiera la muchedumbre que se amontona del otro lado de la barda.
Esos que caminamos seguros y no dudamos ni un instante entre izquierda y derecha.
Los que queriendo parecer ausentes de la realidad esperan ser identificados por alguien del montón,  que ojalá no les grité y solo piense "como la tiene clara" al verlo pasar.


Uruguayos, raza ecléctica de a muchos ratos fiel gallego que baja la cabeza para trabajar, ahorrar y vivir con austeridad y en otros, tano fiestero que desfila por la vida con las ansias intactas de ganar, él hambre desordenado por demostrar y la pasión intacta por encontrar.

octubre 19, 2012

Estambul - Instantáneas muy personales

Las que quieren miran igual aquí, en Mexico o en Chile, supongo también en China o Dubai.
Somos iguales, somos humanos, en cualquier parte.
A veces más libres.
No a mí, que soy testigo invisible de esta noche de Estambul.
Tal vez soy yo, tal vez el Raki, que sabe igual que la Rakia de mis amigos Servíos o el aguardiente de los Colombianos.
Porque somos humanos, en cualquier parte.
Es un poema observar la gente.
Mi pescado grill en Estambul, cuidó mi Colesterol y agrego una cosa más a la lista de "no comer".
Es un poema mirar la gente.
Estoy en medio de un bullicio fenomenal y mis ojos miran la blackberry que les escribe.

No entiendo el idioma, pero sé lo que pasa.
Dos mujeres feas empiezan sus arreglos con dos hombres feos, que hoy casualmente se han sentado en la mesa contigua a ellas.
Manejan los códigos.
Con el paso del tiempo los cuatro se vuelven lindos.
Una de ellas enseña su "hilo dental", amenazante, diminuto bajo su pantalón rojo de tiro corto que muestra "La Alcancía" cuando se sienta.
Siento la intención de avisarle desde el restaurante de al lado, pero tal vez ella lo sabe mejor que yo y arruinaría su plan.
La otra encendió su encendedor y dejo que el de la otra mesa le prendiera el cigarrillo largo, fino y largo, promesa de sexo prolongado que se saborea por instantes eternos, parte de la mentira que se actúa al momento de la seducción.
El no lo sabe ni lo quiere saber, pero la conquista de esta fea le llevara toda la noche.
Pero la noche recién empieza en Estambul.
Levanto la vista para no parecer uno de los atrapados por la tecnología y casi me mareo.
No lo soy, no soy un atrapado, soy un hombre que usa herramientas.
Quién de todos estos miles de desconocidos en cacería pensaría que estoy escribiendo mi blog. Tal vez ninguno y si así no fuera, como me gustaría que alguien preguntara, que escribes.
¿Que escribes en medio de la locura de la avenida Istiklal de Estambul?
Los feos se van, de a cuatro.
Otros ocupan sus lugares exitosos.
Ellas llevan caras alcoholizadas imprescindibles,  porque lo veo en sus ojos,  lo sé  porque el liquido blanco que tomaban resulto igual a la mezcla de Raki con agua que el mozo me enseñó mientras me robaba cobrándome la cena y preguntándome por Lugano (el Capitán de Uruguay) que juega en el Galasataray.
Lo sé porque son humanos.
Acepto.
Ya pague y nadie entiende que hago sentado entre mil gentes llenando de dedos un teléfono.
Me miran y no sé que decirles.
¿Les explico que envió un SMS a mi amigo del alma que atiende a alguien tan enfermo como yo pero menos que él,  en Uruguay,  diciéndole que lo amo?
¿Les explico que imagino la sonrisa y nervios de Anthony en medio de tanta efervescencia sin saber cómo responder, como dar solución al éxtasis solo porque aunque joven soy su padre?
¿ Les explico que aunque esto es de otro planeta quiero estar contigo, charlando y acariciándote como si el mundo ya se hubiese terminado y solo tú y yo quedáramos para formar juntos,  la nueva humanidad?
¿Qué hago?
Ya se llevaron todo lo que sobraba en la mesa.
La gente sigue pasando.
Tomo el resto de mi Yeni  Raki con agua y me voy en la búsqueda del bullicio que termina en mi almohada, rogando soñar contigo.
 
 
 

octubre 15, 2012

Desde el Aire - Intentona Independentista

PREFACIO: Este tipo de diálogos intimos, un tremendo dolor en los pies y un aumento considerable en los "michelin", es lo que provoca estos días de viaje por Europa en misión 100% Padre.
"La Risa, remedio infalible" rezaba la Selecciones de la Readers Digest.
 
 

- ¡ quiero mi Independencia ! - me dijo mientras golpeaba el asta de su bandera con fuerza.
 
Yo me retorcía entre dolores y espasmos y él, había encolerizado como nunca en la vida.
 
- son muchos años viviendo a tu manera, soportando tus excentricidades como única víctima;  me cansé, me aburrí, quiero una vida normal. Quiero tener mis descansos programados, adecuar mi existencia a algún tipo de rutina.
¡Es mucho pedir saber dónde voy a despertar mañana! ¡ Es el colmo!
 
Y volvía a enterrar su pendón de independencia, su bandera de llegada a la cima, su pabellón de libertad allá, allá abajo para gozar con mis contorneos de sufrimiento.
 
- Es que llevo décadas esperando tomar un ritmo y tu nada. 
 
Esa historia tuya del 100% me está matando. Es un "roller coaster" interminable e impredecible, ¡ a quien se le ocurre!.
 
Que 100% Papá y yo debo dejar de existir. Me buscas y encima te quejas porque no quiero estar ni para la necesidad más básica. Coño, ¿ no me envías una gota de sangre u oxígeno por días y de repente quieres llenarme de meo?.
 
Que 100% Trabajo y ni a mear me llevas, ¡cabrón!  Ignorado y vilipendiado, tengo que soportar que tu creas controlarlo todo y así, hinchado, dolido y semimuerto,  tengo que pasarme horas apretando para cumplir tus jornadas de negociación capitalistas.
 
Y por último, en cualquier momento, sin previsión, aviso alguno, ni cariñito previo aunque sea, te vuelves un Playboy.
A si, te sale el 100% Sensual y como soldadito de trinchera tengo que estar listo para la batalla.
Pufff , batalla que es un decir, que cuando te pones en guerrero te acuerdas de que no usas un pinche reloj y esperas que me iguale en performance a esa lengua creativa que de a ratos interpreta tu mente, los más a lo que llamas alma y algunas veces, pues no interpreta nada y se libra a su propio libertinaje.
 
¡Que te has creído huevón!
¿Que tengo que poder siempre que quieras, por cuanto quieras y con quien quieras?
 
¡ Si ni nombre tengo! el Innombrable o el Paria más viejo del mundo, eso soy.
Tantas mamacitas y nadie que me reconozca, soy el hijo natural menos querido del universo.
Cero respeto,  apenas lo necesario para que cumpla mi misión.
¡ Independencia y demanda se te viene !.
¡Te caeré encima como una tribu de concubinas Swahili!
Serás el eunuco mas desgraciado del planeta.

Encima me tengo que conformar con que las pocas veces que me rebelo, me mires con complacencia y me des unas palmaditas diciendo:  - ¡ todo bien! ... yo te entiendo.
 
¡¿Que te crées, que TU me entiendes?!,  que carajos, tú me usas desdichado y te pones condescendiente porque sabes cuánto me gusta.
 
¿ Por qué no nací en un tipo normal ?.
De esos que son un poquito de todo, nada de 100%.
 
¡Que el multitasking no lo inventó Microsoft!
 
Un rato de Padre, otro de Trabajo, mirar un poco de Tele y  descansar 8 horas al día.
Dos veces al día al baño y un par de veces a la semana de entretenimiento, ... ¡ y chau cabrón!
 
¡¡ Eso es vida !!
 
 
Tanto grito y demanda, tanto golpe de bastón, al puro cuete.
Si pudiera y no puedo - ni quiero - te dejaría ir a probar esa buena vida por allí.
No puedo y no quiero,  porque al rato, un ratín corto de seguro,  cuando vuelvas a pedir que te lleve conmigo ya no podría recibirte, aun cuando quisiera.
 
Por eso,  porque te estás quejando recién después de 40 años y en un momento de 100% Padre y Soledad, te entiendo.
 
Te prometo solemnemente cambiar de foco a 100% Sensual  a muy corto plazo y brindarte una agenda, si bien no rutinaria, un poco más previsible para los 40 años que nos quedan por disfrutar juntos.
 
Y por cierto mi niño, localizaremos la "mamita" que te reconozca y te bautice por fin, sin religión claro, que no aceptamos limitaciones.
 
 
 

octubre 14, 2012

Barcelona - El Miedo Capital

Miró de reojo su maleta a medio armar y un escalofrío recorrío su espalda.
Por un momento se quedaba ensimismada en  la sensación.
Dudosa, desconcertada,  hasta que la sobresalto la voz de su madre.


- No puedes llevar ese miedo.

Su rostro pregunta, su cabeza se tambalea y su corazón se acelera.

- ¿A qué miedo te refieres, Mamá?.
-  Ese enorme que se escapa por cada poro de tu piel.  No puedes llevarlo, ni a este viaje,  ni al destino de ese amor que está por germinar.
- Pero... pero no tengo miedo,  explicó descreída con la voz temblorosa de quien no domina el alma.
Su madre cumplió su parte, la beso en la frente, la bendijo y salió de la habitación.

Allí quedó, sola.
Sola con su valija ansiosa por partir, sola consigo misma y aquel amor que le desbordaba el pecho, sola con su miedo.


¿Porque temía?
Tal vez él algún día se iría, tal vez aquel sueño terminaría alguna mañana al despertar.
Estaba segura de que eso dolería, pero no le provocaba miedo, no temía aquella posibilidad.


Él le había demostrado un mundo nuevo, aquel donde soñar es posible todo el tiempo y vivir un sueño es la realidad.
Él le había enseñado que la opción es infinitamente dichosa si se hace desde el alma.
Él, había despertado en ella,  cosas que en media vida ni siquiera había podido imaginar.
Él la amaba, ella amaba por primera vez y eso la hacía enormemente feliz.

Pero allí estaba sola, azotada por un persistente temblor y la duda venenosa del temor.

Si él estuviera allí, no sería así.
Los tiempos en sus brazos rebozaban de certezas, sin preguntas ni respuestas, certezas que se podían respirar, razones que alimentaban la mente desde el vientre, armonía que purga los pulmones, ensancha el pecho y late felicidad.

Pero ahora él no estaba y su temblor lastimaba.
Si solo tuviera sus brazos, si pudiera rendirse en una de sus caricias, si pudiera perder la consciencia en sus labios una vez más.

Pero ahora él no estaba allí y su temblor lastimaba.
Giró su cuerpo hacia el espejo, ese cuerpo que él hacia vibrar adolescente mientras ella suspiraba y pregunto:

- ¿Qué me pasa, a qué le temo, porque este miedo que me asalta?.

Su figura se desdibujo sobre el cristal y un susurro suave le trajo la respuesta que esperaba.


- Temes porque amas;  temes en la medida de tu felicidad. 
Así nos han inculcado este Miedo Capital. 
Este freno inconsciente y traicionero que se alimenta de lo mismo que hace nuestros sueños realidad.
Tememos en la medida exacta en que reconocemos nuestra felicidad, y a veces, un poco más.


¡ Y tu estas rebosante de miedo, exultante de un temor mortal !

Mírate al espejo, reconoce que no eres tú la que allí está.
Si pestañeas, si giras, si te vas.... esa imagen desaparecerá.
Ponle un nombre a ese espejo y llámale miedo, llámale Miedo Capital.
No lo ignores, no lo respetes, úsalo,  como medida exacta de tu realidad.
Échale un ojo cada tanto, algún guiño de complicidad y luego, gira, gira, danza para mostrarle cuanto brillas, antes de marcharte con tu inmensa felicidad.




 


octubre 02, 2012

Punta del Este - Anoche, creí en Dios

PREFACIO: Te voy a hablar bajito, para no despertarte. Como si estuviera abrazando tu espalda y mezclara mi aliento sobre tu pelo, con el rose de mis labios por tu hombro y el susurro que se escapa leve y tibio en tu oído.

Te voy a hablar bajito, para no despertarte mientras aprietas suavemente mis manos y restas espacio entre nosotros.
Pequeña, casi una niña que recuerda sus primeros meses de vida, abrigándose, protegiéndose, como un caracolito contra mi pecho.


Te voy a hablar bajito, para no despertarte mientras sonríes al darte cuenta que es real, y aprietas los parpados para que esa realidad que huele a sueño, no se escape.
Para que mi aroma y el tuyo, sigan siendo nuestro aroma.


Te voy a hablar bajito y te diré que anoche soñé contigo.
Que tengo el alma llena de cosas por expresar.
Para ti y para mi, para todos.
Para que el universo sepa, que no hay sueño que no pueda ser real.




Anoche creí en Dios.

No porque al mirar a mi alrededor y quedar extasiado por la belleza extrema de la naturaleza, te sienta creador.
Esa naturaleza que observo y siento, atento, más que muchos.
Esa que robo furtivamente en aromas, imágenes y sabores, guardados quien sabe para cuando, por si algún día falta, por si algún día cambia, por si algún día cambio y no soy capaz de disfrutarla.
Esa que comparto exagerado y proclamo sin cansancio, para que muchos más puedan ver, primero con sus ojos y luego desde adentro.


No porque necesite un favor superior, una excepción que premie mi esfuerzo o castigue mi pecado.
Ese legado divino que los fieles buscan merecer y esperan ansiosos mientras la vida transcurre, por su lado, distraídos tantas veces en sufrirla.


No porque necesite un responsable, virtuoso o culpable, que cargue con todo lo que pueda hacer mal el hombre en la tierra.
Pretexto fabuloso,  tirar afuera la basura interna y creer que algún todopoderosa la transformara en rosas que seguro, por nuestro simple acto de limpieza, nos retornarán brillantes.
La pobre necesidad de creer que haga lo que haga, y por ende mejor no hago;  alguien o algo decide y a expensas de su omnipresencia, el camino que me toque será aceptado al mismo tiempo que trato de esquivarlo.


Anoche creí en Dios.

O me habría gustado creer.
O pensé, o sentí:  esta es una de esas noches en que debería creer.
Porque anoche, ¡ tenía tanto por agradecer!
Porque si bien agradezco a diario mi fortuna, transmitida en abrazos eternos a mis hijos, en palabras y actos a mis amigos, en sonrisas al resto que me rodea y en alma a ti;  anoche, todo ello no alcanzó.


Mire al cielo y abrace el universo para mimarlo en un repetido gracias, dicho despacito, con el aliento tibio que no sale por los labios.
Apreté fuerte la energía del cosmos que se amorralaba en mis brazos y de todas formas, me supo insuficiente.


Es que anoche el alma estaba tan llena, que el universo infinito no fue suficiente espacio para ser iluminado y pensé, y sentí, si lo hubiera, si existiera el padre de la creación, como me gustaría tenerlo a la vera, para iluminarlo a él.

septiembre 29, 2012

Desde el Aire - Renacer cada primavera.

PROLOGO: Hay tiempos de creación y otros de mejora. Como los buenos vinos, como la mayoria de los tesoros, lo escrito puede mejorar con los años, cambiando un poco de pasión e inmediatez por universalidad y mejor estructura. En ese proceso vamos con algunas de estas viejas historias, y de casualidad, pero no tan casualmente, esta versión corregida de "El inicio de la ficción" publicado hace exactamente dos años, arranca un flujo de revisiones que compartiré, porque como dijo alguna vez André Gide “Todas la cosas ya fueron dichas, pero como nadie escucha es preciso comenzar de nuevo"
 
 
 
Corría 2006, el negocio de bienes raíces ingresaba en una incipiente crisis que solo los mas necios se negaban a ver y algunos eruditos anticipaban repercusiones sin precedentes en el mundo financiero.
 
Jack había levantado su modesta compañía buscando agregarle valor a la construcción de barrios residenciales. Valor más allá del propio de los materiales y la tierra, más allá de la visión social de los vecinos, mas allá de los indicadores urbanísticos.

Le gustaba pensar que construía hogares y que sus compradores los elegían desde mucho mas adentro que sus pupilas y sus bolsillos.
Casas donde una familia pudiera nacer, crecer, multiplicarse y heredarse, como el reloj del abuelo, como el anillo de la mamá, como todo eso que indefectiblemente pasa de alma en alma.
 
No muy inconscientemente, Jack Winwar construía cada hogar como el suyo propio, como el que no tenía, como el que buscaba en cada departamento o casa de alquiler que paradojicamente habitaba, como el que lo hacia huir de los inevitables hoteles y lo espantaba con la sola idea de un motel de paso.
 
Era Setiembre y su brújula interna lo llevaba siempre a buscar la primavera.
Con los años, el seguir los vuelos de las aves migratorias, le había granjeado amistades en muchos continentes e instintivamente generado eventos que festejar en cada ciudad que lo recibía.
 
Viajaba solo, no tan liviano de peso por su obsesivo cuidado de la ropa y su necesidad de tener la prenda adecuada para cada momento. No porque la ocasión lo obligara, no porque alguna etiqueta social pudiera torcer su voluntad, ni siquiera porque el calor o el frío fueran parámetro para el taparrabo de turno. El elegía su ropa como sus casas, desde adentro;  le gustaba sentir lo que se tiraría encima y lo vivía como una extensión de su propia aura.
 
El Africa revolucionaria de la segunda mitad de siglo XX, había llamado la atención de Max Bloom, quien encontró espacio para sus primeros oficios diplomáticos en tierras de Namibia, llegando de Pretoria tras la ocupación Británica al territorio de la Deutsch-Südwestafrika.
 
Sus capacidades en el relacionamiento público lo habían adornado de “galantes títulos cancilleriles”, pero ello no era más que el medio de supervivencia para experimentar la pasión de las tribus nativas, disfrutar las dunas interminables del seco desierto de cara al Océano o compartir los gases termales que hacían historia de aquella tierra tan alejada de su Escocia natal.
También le otorgaban convenientemente un cierto poder, muchas veces factor de vida o muerte en enfrentamientos étnicos.
Pero Max no se sentía parte de la partida de conquista del Imperio Británico y había logrado germinar una familia amplia de blancos y morenos, que vivían su casa de embajador como parte armónica de una pequeña sociedad no clasista, muy avanzada para aquellos años.
 
Hijo de su pasión, entrenado en el saborear de la diversidad, su hijo Alexander había tomado la posta de su experiencia, convirtiéndola en su modo de vida.
Hacía doce años que había descubierto a una de las tantas Alemanas de familia original, “haciendo dedo” por las calles de Windhoek y desde allí, habían cosechado dos maravillosos críos y algunas pequeñas tierras bajo la capatacía de Negoro, quien en su tiempo comenzó a arar la arena con Max para ver florecer el premio de la dulce comida.

Era 29, 29 de Setiembre y el aire había traído a Jack de visita a Namibia.
Oportunidad de festejar un nuevo aniversario de boda de sus amigos Alexander y Mía.
 
Mía, era talvez la alemana mas bonita de la ciudad.
Por años se había empecinado en la misión de encontrarle compañía al descarrillado Jack, que no dejaba “títere con cabeza”.
Todos sabían lo que aquel gringo adoraba la sensación de hogar y cuanto soñaba construir su última casa;  la que el mismo ocuparía hasta el final de sus días y legaría a los suyos. Pero también, todos manejaban muy bien el estilo de vida que excusado en su búsqueda continua de la primavera y con un horizonte de negocios tan amplio como fuera necesario, Jack se jactaba de disfrutar.
 
La llegada del forastero, se sumaba al festejo de su amor, por lo cual, la oportunidad era propicia hasta lo cósmico para enlazar aquel corazón carente de cimientos y excedido de alas.
La cena estaba prevista, Alexander y Mía invitaron a Frank y Doran, sus amigos locales mas acérrimos y ellos localizarían una pretendiente definitiva para Jack Winwar, el constructor de hogares.
Eran mas de las diez de la noche cuando Mía, Alexander y Jack emprendieron recorrido hacia Lamu; un “lounge” local donde se disfruta de la mixtura de lo moderno y lo nativo, en memoria de la ciudad mas antigua de los Swahili en Kenia, tal cual la vida propia del África de entonces.
La cabeza disecada de una gacela africana los recibió a la llegada y permanecería allí como testigo de la posterior entrada de Frank, Doran y Lasta, la encomendada cita a ciegas.
 
La noche comenzó entre tragos y música de fondo. El lounge parecía excavado y esculpido en la tierra. Sus bancos y mesas conformaban un piso continuo donde solo las figuras humanas mostraban un aireado y rítmico movimiento.
Frank y su mujer llegaron mas tarde, sin Lasta, quien había solicitado mayor tiempo de acicalamiento para la ocasión.
Era difícil adivinar las referencias que había recibido, pero el perfil de Jack podía resultar además de interesante, bastante intimidatorio.
 
Aún no llegaba la medianoche cuando el espacio de baile empezó a poblarse de gente.
Era una pequeña habitación, aun mas enterrada, que lucía un techo lleno de estrellas, inimaginables mientras bajabas las escaleras.
La excavación dejaba un vacío mágico, que permitía ver el cielo de Namibia en todo su esplendor nocturno, carente de la contaminación lumínica de las grandes ciudades, al tiempo que el fresco de la noche desértica hacia soportable la animada danza.
 
Jack arrastró a la pareja festejada a la pista; tenían vidas muy diferentes y si bien sus doce años de feliz convivencia eran envidiables, los pies del visitante estaban más acostumbrados a improvisar todo tipo de ritmos.
La sangre se amontonó rápidamente al ritmo de una música que encantaba a la luz de las estrellas, en un espectáculo de danza totalmente inusual en comparación a los “boliches” del primer mundo.
La penumbra solo permitía ver las sombras de los cuerpos, aun cuando los tuvieras muy cerca y el fresco de la noche no alcanzaba a sofocar las siluetas danzantes.
Mía se cansó rápidamente, y aun en el entusiasmo generado, pronto Alexander sucumbió a los ojos de su amor, que pedían volver a la comodidad de la mesa.
 
En ese momento Jack, sabiéndose prontamente abandonado, giro instintivamente su cuerpo y sus ojos quedaron enganchados de un par de estrellas que no penetraban el ambiente desde arriba.
La sombra oscura de un cabello salvaje, encuadraba dos ojos que parecían haber nacido con él, como si los tuviera a su lado de toda la vida.
Escaso de lenguaje, básico y visceral en su pensamiento, acerco su boca a aquella sombra envolvente y dijo lo primero que se le ocurrió:
- si ellos se van, ¿tu me cuidarías?
Solo una sonrisa iluminó un poco más el lugar; Jack miro a la feliz pareja y les dijo:

- no tienen que soportar el baile, los veo en la mesa, ya tengo quien me cuide.
 
Desde esa noche y por mucho tiempo, Jack se dedicó a diseñar hogares cada vez más exigentes, cada vez más mágicos, cada vez más propios.
Hogares donde cuidar y guardar aquellos ojos y aquella sonrisa que lo llevaron a cambiar su vida y a luchar sin tregua por sentirse en casa.
 
Este Sábado 29 de Setiembre, Jack llegó a Windhoek como cada primavera a celebrar un nuevo aniversario de Alexander y Mía.
Hoy, habrán pasado seis años de aquel encuentro en Lamu y los tres amigos volverán a brindar solos, por los dieciocho años de felicidad, con un Jack que continúa siguiendo la migración de los pájaros, tratando de renacer en cada primavera.


agosto 25, 2012

San Pedro de Atacama - Un Cuento de Hadas

 
Había una vez un pueblito chiquitito en el medio del desierto más seco y salado del Mundo.
 
Sus calles estrechas y sus casas bajas, se teñían del mismo color rojizo que cubría sus árboles, su agua y hasta el cabello pajoso de sus pocos habitantes. El mismo tono que al atardecer,  tornasolaba  la acanalada pre cordillera y  hasta la nieve eterna de los Andes.
 
Era el oasis clásico de un cuento de hadas, pero con la sencillez de las tierras atacameñas. Exento de paradisíacas palmeras, camellos y dromedarios,  o espejos de agua transparente que alimentaran espejismos a los ojos del visitante.
 
Pero allá arriba, arriba;  estaba rodeado de mil y una maravillas, que lo indicaban como un lugar único en el mundo:  lagunas altiplánicas hogar de pájaros congelados;  campos sembrados de geiser's entibiando la montaña con el calor mas íntimo de la pacha mama; salares interminables,  teñidos al rosado del flamenco y montañas de cristal salino, cobre oxidado, hierro grisáceo o arcilla multicolor.
 
Todo debajo del cielo azul más claro y despejado del planeta, escenario diario de atardeceres en tonos de rosa y oscura pantalla limpia en las noches, para las tupidas constelaciones del sur.
 
Allí estaban ella y él, allí estaba yo.
 
Por tercera o cuarta vez, Sandra había acertado en encontrar algo que alguien más había extraviado, cuando Andres se volvió a comentarme:
 
- ¡Ella siempre encuentra todo!
 
Esta vez ella estaba más cerca y sonriendo escuchó como él continuaba diciendo:
 
- ¡Si será, que hasta me encontró a mí!
- No mi cielo, tú me encontraste - reclamó ella - tú que eres "El Príncipe Azul"
 
Un instante de silencio permitió que el significado de aquellas palabras se impregnara en cada poro de todos nosotros.
 
- ¡Ahora entiendo!  -  atiné a decir, disimulando parcialmente la ternura que me causaba ver una pareja de cuarentones en tal nivel de mimos - ¡Tú te lo atrapaste!, ¡tú te quedaste con el Príncipe Azul!, por eso ninguna otra mujer ha podido encontrarlo.
 
Y como pasa con las dulzuras que se escapan del alma, la noticia se expandió por toda la comarca, asaltó cada carruaje en su camino y no hubo rey ni plebeyo, que no arrodillara su consciencia y reconociera a voces la presencia del Príncipe Azul, tan espontanea y dulcemente distinguido por su Princesa.
 
Y  colorín, muy colorado por la arcilla de Atacama, este pequeño cuento que ojalá siga en las tierras de Santiago para inspirar al reino por mucho tiempo más;    se ha terminado.
 
 
 
 

 
EPILOGO: La vida me ha hecho detallista y atento, lo que me permite escuchar, ver y sentir todo lo que pasa a mi alrededor. La vida me ha hecho también, agradecido. Por eso no podía dejar de escribir, alguna línea, sencilla tal vez, sobre esas cosas simples, esas cosas fuertes, esas cosas que hacen la diferencia en nuestra vida.
Agradezco por compartir gran parte de mi tiempo en Atacama, al Príncipe Azul y a su Princesa.

agosto 03, 2012

México - Susy & Elie (con todo mi amor)

El  reloj daba casi la medianoche,  la lluvia arreciaba sobre las calles de Verona y repiqueteaba en un murmullo contínuo sobre el paraguas.
De espaldas al restaurante, las palabras mimosas en francés sonaban mejor que nunca en su oído y  el abrazo sabía tan dulce como las lágrimas que empapaban su rostro.

El momento soñado toda la vida;  por su abuelita, por su madre, por ella, por toda mujer en el universo, se hacía eterno, inolvidable;  minutos antes de cumplir sus 32 años.


Corría el verano de Europa.
Para Elie,  tiempo para acudir, cuando no!  a la boda de algún familiar en el lejano Líbano.
Para Susy, tiempo en que la escuela le regalaba espacio para respirar el aire verde de la campiña alemana que rodea Weisbadem. Espacio para abrazar a Herbert y Marguita, espacio de reencuentro con esas raíces que llenan su sangre de tierra teutona.
Para ambos, tiempo de huir de la rutina y las bocinas de México y reencontrarse más puros, más sanos, mas ellos.
Ella viajó primero,  Elie debió ajustarse a un largo vuelo con escala en La Gran Manzana, rebote obligado en el ajetreado Londres Olímpico, terminando en el abrazo que le esperaba en Frankfurt.
- Tomemos un carro y demos una vuelta a respirar Europa;   fue el plan acordado para una semana tan corta como intensa.

Un par de días en Lyon para disfrutar familia, relax a orillas del Lac d'Annecy  en el poblado alpino de la Alta Saboya Francesa y el cruce espectacular del Mont Blanc a través del túnel que iluminó su llegada a la Italia de ensueño,  en las puertas de Milán.
Annecy y su paz ayudaron para dirimir entre la Suiza impersonal y la pasión italiana;  facilitando el plan no propuesto, que él esperaba disponer en conjunto, alentado por la asignatura pendiente de Susy con las tierras de la bota.
Y allí estaban, en la llanura padana, disfrutando de las rutas de la Lombardía, solos, con muchos kilómetros charlados, observados, acariciados; solos, con muchos kilómetros por delante.

Venecia se soñaba, Verona se veía en el punto exacto del mapa en que el regreso a Alemania o la ruta a la ciudad de los canales, eran opción a tomar.Y hacia allá fueron.

Verona los sorprendió y decidieron quedarse.
Se tentaron con alargar su  voyage romantique, pero había que llegar con Marguita, antes de partir al Libano y ellos ya saben que la vida te regala intensidad, nunca cantidad, por tanto, a vivirlo intenso se enfocaron.
Se iluminaba el ultimo día en las tierras del Rio Adigio y con la curiosidad de los niños, la ternura de los adolescentes y los ojos bien abiertos del adulto que elije donde y con quien estar, recorrieron la ciudad del romanticismo, rincón por rincón.

Quiso el destino que siempre conspira,  que a esa noche, una ópera de Romeo y Julieta se presentara para ellos en el teatro romano del siglo II y quiso también, que la lluvia tibia del verano, interrumpiera el acto tercero;  aquel donde el amor se suicida como única forma de volverse inmortal, huyendo de las limitaciones que el hombre históricamente ha puesto a las cosas sublimes.

Y no tuvieron más remedio que disfrutar de la cena frente al majestuoso anfiteatro.
Y no tuvieron mejor pretexto para volverse a mirar como siempre, volver a sonreír como todos esos días, besarse levemente y consolar esa taquicardia que provoca el advenimiento exagerado de un sueño,  con un brindis de riquísimo tinto veronés.

Compartieron el paraguas al salir, la lluvia arreciaba sobre las calles de Verona, el último aliento de Julieta partiendo a su sueño enamorado golpeaba las mejillas de Susy que se empapaban de lágrimas por el solo hecho de estar allí.
De estar allí con el hombre que eligió hace tanto para compartir sus días.

Y el universo que había preparado todo el escenario para ellos, se precipitó.
La escala de cuatro horas en Nueva York y el correr en taxi para pasar por Tiffany's;  el misterioso plan  masticado y digerido sin apremio para elegir el lugar ideal y  el cargar aquel bultito incómodo tratando de que pasase desapercibido, cobraron sentido.

El sacó temblando la cajita de su bolsillo, ella miro desconcertada el brillo más esperado e inesperado de su vida y las lágrimas, los besos, los abrazos nerviosos, las gargantas abarrotadas y los corazones explotando al mismo ritmo iluminaron la noche.


El  reloj daba casi la medianoche,  la lluvia arreciaba sobre las calles de Verona y repiqueteaba en un murmullo contínuo sobre el paraguas. De espaldas al restaurante, las palabras mimosas en francés sonaban mejor que nunca en su oído y  el abrazo sabía tan dulce como las lágrimas que empapaban su rostro.
El momento soñado toda la vida;  por su abuelita, su madre, por ella, por toda mujer en el mundo, se hacía eterno, inolvidable;  minutos antes de cumplir sus 32 años

julio 25, 2012

Punta del Este - Los tres niveles

"Más sabe el diablo por viejo, que por diablo"

No será ésta, la primera vez que reivindique la profunda sabiduría que encierran los refranes.

Escondidos en ellos, los niños (cada vez menos) encuentran el rítmico repetir de los mayores, los jóvenes los ensayan vacios como pintorescas y antiguas muletillas;  los adultos los recuerdan metidos en aquel cajoncito en que los abuelos guardaban los clavos doblados y las tapitas de coca cola,  junto a cuanto desperdicio que "algún día podría servir para algo"; y los viejos, los sabios viejos o viejos sabios, insisten en transmitir en palabras simples y frases pegadizas, la sabiduría encriptada de los más antiguos alquimistas.


Puede que tenga yo de diablo,  mucho tiempo.


Yo que de rojo poco me visto aunque me pinta;  mi tridente tiene el diente del medio algo corto y nunca he logrado verme los cuernos. Pero alguna que otra diablura me he mandado, mas en la discreta tentación que en maldad.


Pero de lo que si tengo, es de viejo.

Y es de viejo que en mis jóvenes veinte años, cuando solo tenía un matrimonio, un hijo, una carrera  y una empresa;  que aprendí una de las lecciones que desde entonces han logrado ordenar intuitivamente, tantas cosas en mi vida.
Por la puerta de doble hoja que comunicaba aquel garage donde habíamos montado "RUSH" con el ruidoso estacionamiento de motos maltrechas, entró Santiago - "el gordo de las zapatillas naranjas" como le decían los mensajeros -  con un vaso en su mano.
No era hora de café con leche o chocolatada, pero Santiago podía aparecer con cualquier cosa, y el viscoso líquido que se aclaraba al influjo de los cubos de hielo despertó inmediatamente mi curiosidad.


- Dale! - me dijo - te traje esto para que probaras.


Ese día del lejano 1991 conocí el Baileys y desde aquel momento, entendí que todo se puede catalogar en tres niveles de "gusto".
Que la satisfacción que te brinda la vida, tiene tres escalas y que solo quería navegar entre ellas.


No ha sido fácil ni rápido.
No se transforma en la segunda mitad de una vida lo que se construyó en la primera,  y si bien el universo siempre ofrece la sincronía a manos llenas, el mundo humano se esfuerza por quebrar toda frecuencia;  y entre ellos, supe cruzar ciénagas y flotar en paraísos, tratando de que esto último se volviese una costumbre recurrente.

Espero tu  le sepas poner cuerpo a cada uno de los tres niveles, como ejemplo personal seré egoísta y me cerrare a mi propia experiencia.


Existen aquellas cosas o situaciones, que nos brindan placer.
Aquellas que despiertan una sonrisa natural, que nos inspiran, nos reconocen o nos permiten agradecer. Aquellas cosas que se viven en el día a día y que si somos capaces de distinguir, pueden sucederse con mucha cercanía, solaparse o incluso, ser paralelas.
Son esas cosas o situaciones, simples o elaboradas: la palabra justa o el negocio del año, el abrazo sentido o el festejo sorpresa, la torta de chocolate o el viaje de ensueños,  el plato de buzeca o el mate en el momento justo, la buena copa de vino, el trago de agua cuando estas sediento, el beso, el sexo, el aire tibio de la primavera cargado de aromas.
Esas cosas o situaciones, esa satisfacción, sin pensarlo, siendo simplemente normales, se las deseamos al mundo entero.
Nos parece bien que se masifiquen, que todos las experimenten como los momentos que se sumaran cuando cierren la cuenta de su vida.


Existen aquellas cosas o situaciones, que nos llenan de placer.
Aquellas excepcionales, de las que si bien nos gustaría encontrar o vivir cada día, nos resultan esquivas y muchas veces olvidamos cuando fue la última vez que las encontramos.
Son esas cosas o situaciones, simples o elaboradas: la "mina" que todos quieren o el hijo abanderado, el premio de lotería o el ascenso en el trabajo, el coche que tuvimos pegado por años en la puerta del ropero, la casa que soñamos, el caballo que nos pasee y el perro que solo nos haga caso a nosotros.
Esas cosas o situaciones, esa satisfacción, despierta en nosotros el mezquino egoísmo, exalta el ego, desprende hasta en los más generosos ese derecho de exclusividad.
Puede no molestarnos que otro lo sienta, pero preferimos que sea nuestro, cuanto más personal,  más satisfactorio.
Creemos, confiamos, en que son esas, las cosas que nos diferencian y por ende, nos distinguen del resto.
Erramos, pero eso no resta satisfacción, ni "nos quita lo bailao".


Existen aquellas cosas o situaciones, que nos descubren el placer.
Aquellas cosas únicas, pero no por únicas irrepetibles o escasas.
Son las que nos muestran las otras en su verdadero valor;  son las que rompen la regla con la que mediamos;  son las que cierran el piso bajo nuestros pies y abren un cielo nuevo, que si aprendemos a volar, algún día será otro piso.
Son esas situaciones simples o elaboradas: los ojos brillantes de una mujer enamorada, la complicidad silenciosa de la lealtad de tu gente, el abrazo sorpresivo de un hijo, la comunión sexual que alinea tu energía con el universo, la palabra dicha y recibida con convicción y gratitud, el mensaje que se quedara guardado para siempre en el alma.
Esas cosas, nos elevan a las nubes y allá, allá arriba, nos sentimos mucho más cerca de todos, mucho más cerca de mas... y lo gritamos, y lo explicamos si no lo entienden y lo demostramos y lo compartimos.

Para que sepas que existe, para que aprendas a verlo, para que me enseñes a cambiar mi piso también y para que no te conformes con menos.




julio 23, 2012

Punta del Este - La mala costumbre de enmendar mis buenas influencias


Yo me pregunto lo mismo...

Lo que uno quiere y le gusta, debe hacerlo a diario.
Soy el sponsor número uno de esa actitud, sin embargo, no.

Tantas otras cosas que aun necesitando de la participación de otras personas logro hacer diariamente o casi diariamente y esto, no!

Como puede ser que mis últimas letras se escribieran en la lejana tierra de Edgar Alan Poe, prácticamente veinte días atrás.
Imperdonable.

Y reviso el cajón de los motivos y las excusas, y no encuentro ni un solo papel que no esté manoseado y borroneado.
Achacoso ya, por el devenir del uso y la reiteración.
Porque al menos en mí las excusas suelen ser pocas y repetitivas;  cualquiera pensaría que fáciles de evadir o vencer, pero no, al contrario, son las más difíciles.

Son aquellas que hasta ahora no hemos podido derrotar.
El pesado lastre que queda del barrer contínuo.
Que se enreda en los dientes del escardillo que limpia el alma y que evade la hoguera de las pobrezas, aceptando simplemente quedarse allí.
Enganchada, abrazada, ahorcando el duro metal que la busca en su ir y venir, incapaz de verse a sí mismo.
Incapaz de ver más allá de su propia nariz.


Y ahora una lámina pequeña de vida llena de tiempo,  cae como pluma en mi cajón.
Tiene aire de asignatura pendiente.
Tiene el sabor de aquellos higos que de niño me quedaba viendo,  colgando de lo más alto de la higuera del vecino;  allí donde aunque era buen trepador, nunca lograba llegar.

Allí donde tal vez,  arriesgando la vida que no arriesgue, podría haber llegado.
Pero hoy,  más viejo, no se le teme al riesgo y por solo no temerle, el corazón rojizo y palpitante de la fruta más dulce, se abre ante nuestros labios para ser saboreado, sostenido y devorado.

Y me acuerdo que hace mucho tome la mala costumbre de querer enmendar mis buenas influencias.

Las buenas influencias de disfrutar el manjar y degustar suavemente el vino.
La buena influencia de no medir el placer y dejar la culpa que en las damicelas recae en calorías en manos del ejercicio matutino. Del que se despierta con los ojos cerrados, el aliento agitado, los labios sonrientes y la mente soñolienta, pero efervescentemente despierto.

¡Siempre tratando de enmendar mis buenas influencias!
Y eso es o que me ha ocupado estos tantos días.
Finalmente encuentro el motivo y el pretexto perfecto del silencio en mis cuentos.
Es que estoy ocupado.
Ocupado soñando como enmendar mis buenas influencias.

Porque un día me dijiste:  "ya no me hagas reir mas, me voy a arrugar mas todavía!"
... y desde entonces...busco el elixir alquímico que manteniendo la vibrante luz de tu sonrisa, logre acariciarte hasta que el tiempo no exista, ni en tu piel, ni entre nosotros.

junio 26, 2012

Baltimore - Los ojos del amor

Yo no sé si se engaña o de verdad lo cree.
Yo no sé si me engaño.

Su mirada se vuelve felina, salvaje, amenazante.
Parece convencida de que podrá luchar de igual a igual y hasta vencer.
Me desafía y yo pienso: "¡ya verás!";   mientras mis manos esmeran su buen oficio y el resto de mi cuerpo acaricia con pericia la delicia de su piel.
Por un momento me engaño, me creo ganador y luego recuerdo las enseñanzas adolescentes que me develaron que ella siempre sale victoriosa, manipuladora, sabedora de que me gusta el desafío y que la lucha será mucho más entretenida si me motiva.

Pero me mira otra vez y la miro.
Y me dice con sus ojos achaparrados que es inocente, que no sabe lo que yo sé que sabe y que su mirada de gata de hace unos instantes,  es solo un instinto primitivo e incontrolable...y vuelve a mezclar el suspiro y el rugido, tan cerca de mi oído que me humedece con su humedad.
Entonces empieza el sufrir de verdad.
El sufrir añorado, deseado, buscado y disfrutado.
A veces lentamente, de a ratos con violencia
Sufrimiento que aprendimos a admirar aquellos que aprendimos a aguantar. A no dejarnos llevar por la urgencia del macho, a disfrutar con todos los sentidos el rato de posesión que creemos compensa la entrega infinita.
Mi entrega a ella.
Y los ojos se cierran, y la nariz se ciñe y los dientes solo se separan para dejar escapar el latido tibio del alma que exhala el placer por cada poro.
Y las manos aprietan y arrugan las sabanas, atrapando y devolviendo al cuerpo el sinuoso viaje de la energía que va y viene;  que contornea la cintura y endereza el cuello...que vuelve y parece presionar la punta de  los dedos del pie.

Y allí, sus parpados caen.
Todo está dentro, no hay nada que buscar fuera.
El cuerpo explota, la energía encuentra salida y un cosquillear impertinente se apodera de su cuerpo.

El grito se vuelve suspiro, su respirar se aquieta, el corazón baja hasta el vientre y sus manos abiertas la llenan de universo.
Y entonces llegan, si llegan, llegan los ojos del amor.
La síntesis inocente de todas las preguntas del mundo.
La dulzura comprimida en el brillo de dos pupilas que me atraviesan, o mejor aún, se adueñan de mi cuerpo y me hacen inmenso, eterno y feliz.
Bastará que aquellos bien enseñados, como yo,  correspondan las caricias para que el hechizo se prolongue. Para que los ojos cambien, si, porque ese portal no puede ser eterno, porque no hemos aprendido tanto.
Que cambien sí,  para que el éxtasis se vuelva sueño, sueño de ojos abiertos, sueño sin tiempo.
Sueño de conocerme desde siempre, sueño de futuro inevitable, busqueda femenina y voraz que la lleva a imaginar que siempre podrá sentirse así y a tratar de extrapolar esos minutos al resto de su vida.

Y me mira.
Y se entusiasma con la idea de que hemos compartido muchas vidas,  cuando aún no ha dejado de latir su vientre y ya ha planeado muchas más.
Y se conforma con dejar ir casi todas las preguntas.
Y se cree que es real, que siempre estaré allí, que volverá a rugir para provocarme, que volverá a apretar y volveré a aguantar, que volverá a desvanecerse sin control y sin remedio, que  volverá a creer que es real.

Tal vez, porque lo és


junio 02, 2012

Desde el Aire - Las marcas del tiempo


Un día, hace tanto y tan poco tiempo, alguien que vivía entonces conmigo y por más de dos años, lanzó un comentario inesperado en una mesa de amigos:
- ¡ A Ismael el teñido le queda muy natural !
Al tratar de dar respuesta a las caras asombradas de todos los presente, agrego:
- ¿es increíble no? - Al tiempo que levantaba ambas manos apuntando a mi rostro que se mantenía en la mas inmóvil sorpresa.
Aquello estuvo lejos de asombrarme, me desilusionó e hizo que me planteara un número interminable de dudas, de dudas sobre mi y sobre cómo me muestro a los demás, a los extraños, a los cercanos y a los que yo creo ofrecer mi vida de par en par.
Por el medio feo y triste, el directo;  debí aclarar aquella tarde que jamás me había teñido el cabello y trate de guardarme para mí todo cuanto paso por mi mente, resumiéndolo en una sonrisa.
Inevitablemente me recordó la billetera que me regalara para navidad,  alguien que compartió cinco años de mi vida, con la cual terminé separándome tres días más tarde.
Yo jamás he usado billetera, pero obviamente ese no fue el motivo del final.
Los años te van dejando marcas,  más allá de que en las fotos y los ojos desconsolados de aquellos que sienten más la crueldad del tiempo, uno se siga viéndose igual qué siempre.
Ayer, en uno de los tantos ascensores que uno toma en la vida, espacios pequeños, íntimos y peligrosamente  espejados que nos llevan de un piso a otro verticalmente, mi instante de revisión se sorprendió con tres, tal vez cuatro nuevas canas en la patilla.
Bellas, pero ausentes hasta hace una semana.
Más de cuarenta años envejeciendo, aprendiendo, viviendo inexorablemente;  pero las marcas sin importar el tiempo que tomen en fraguarse, se muestran en un instante.
Instante en el que, dependiendo que tan en paz estés con tu propia consciencia, sonreirás y aceptarás como siempre en el camino del orgullo,  o sufrirás profundamente y te sumergirás aun mas en el barro que se tiñe con colores de terapia, de vacío o de drogas que engañan las neuronas incapaces de sentir.
Baje del ascensor con la imagen de Richard Gere y su pelo blanco.
Recordé que por años he dicho que cuando lleguen,  serán bendición;   y sea cual sea la cantidad o el lugar que invadan, las marcas del tiempo, todas ellas, serán aceptadas con la grandeza que nos llena de experiencia y lucidas con la elegancia que nos da el orgullo de haberlas sobrevivido.


mayo 14, 2012

Punta del Este - Un Buen Hombre!

El amigo Ismael Serrano, que no sabe que es mi amigo ni que lleva mi nombre  pero no dudo que algún día lo sabrá y lo valorará, dice por ahí en la introducción de su canción "Instrucciones para salvar el odio eternamente":
"Pero aun así decimos que es un tío que te cagas, o un buen hombre, que también jode lo suyo,  porque no se sabe lo que estás diciendo...¿un buen hombre? ¿Rintintin verdad?
No digais nunca de mi que soy un buen hombre por favor.
Decid que soy un troncaso, enrollado, un pringi de la vida, vale...un buen hombre, no
"
Es fácil suponer que a muchos, a diferencia de estos dos Ismael, les encantará escuchar de sí mismos:  ¡eres un buen hombre!.
Suena como un reconocimiento, como la exaltación de un conjunto de valores o virtudes que cierran una figura compacta, capaz de ser identificada con la magnitud de un par de palabras concretas: "buen" y "hombre".
Si bien en estos tiempos, los conceptos básicos escasean de valor, llegar a escuchar esas dos palabras juntas, parece una suma sólida de adjetivos que definen a un individuo bien plantado.
Un individuo consistente, comprometido.
Un hombre que "hace el bien sin mirar a quien", con una capa de humildad y un porte que lo mantiene firme ante todo mal que arrecie.
Suena como una figura impenetrable por los ingredientes nocivos del entorno;  suena como un ser inexpugnable que ha probado con los años, su elección por la bondad.
Suena como..., suena como una esfera, ¡sí como una esfera!;  una superficie contínua e infinita que no acepta distancias divergentes de un núcleo masculino dedicado al bien.
Si, como una esfera.
Estas últimas semanas, a diferencia de los últimos cuarenta y un años de mi vida, he escuchado y leído hablar de mí, como "un buen hombre".
Es gracioso.
Consciente de lo que la semántica significa y la fonética transmite; me he sentido raro al oírlo.
Igual que Ismael Serrano, porque que te definan como "un buen hombre",  también jode lo suyo...
A mí me ha recordado a mi época adolescente, cuando todos aceptámos cualquier apodo o definición, menos aquel "¡es tan bueno!" , que generalmente se le adosaba al más gordito y feo de la clase.
Me ha recordado la primera vez que ya he olvidado,  en que algún joven - no niño ni adolescente, joven -  me dijo: "Señor".
Me suena a golpecito en la espalda con un dejo de lástima;   y me quedo esperando un: "...ya pasara, algún día recibirás lo que mereces", que después se coronara con un nuevo "porque eres un buen hombre".
Pero debo aceptarlo, con orgullo y desencanto, parece que soy un buen hombre nomás.
Porque si trato de definirme en alguno de los antojadizos escaños que promueve mi tocayo en su canción, pues, no encajo tampoco.
¿Un troncaso?, pues no, pesao muchas veces, irónico otras, pero de troncaso nada.
¿Enrollado?, pues tampoco. Seguramente alguno o alguna por allí dirá "si varón, eres un rollo con patas", pero a mí me gusta pensar que la hago simple, que veo bien y que no se la pongo de figuritas a los demás. Conmigo mismo será otra cosa, pero los adjetivos vienen de fuera por lo que fuera se experimenta, así que no puedo cambiar al buen hombre por un enrollado.
 ¿un pringi de la vida?, pues habría que buscar que significa. Pero habiendo pasado por la Península Ibérica varias veces,  suena a muchas cosas que el Isma no ha sabido disfrutar lo suficiente o por suficiente tiempo como para ganarse el título.
Así que allá voy, como un buen hombre, cabalgando la mitad de mi vida.
Viendo como los hijos, los buenos amigos y mis ex mujeres se acercan cada vez más tras el viaje en busca de la aventura llamado vida, al confirmarse mi naturaleza de pura cepa.
Así que allá voy, como un buen hombre, cabalgando la mitad de mi vida.
Viendo como quienes aún necesitan más decepciones, prefieren arriesgarse un rato más, antes de elegir el puñado de personas con el que morirán cerca algún día.
Así que allá voy, y no puedo culpar ni agradecer, ni a unos ni a otros.
Porque al final, será que uno vive la primera media vida para elegir de qué lado quiere estar y cabalga la segunda mitad tratando de encontrar la adrenalina o la paz que resignó del otro.



mayo 11, 2012

Desde el Aire - "fue por cigarillos y nunca volvió"


Viví mi niñez escuchando y creyendo mientras crecía y perdía mi inocencia, decenas de expresiones e historias de pueblo que por repetición, se tornaban en verdad o leyenda.

"vayan a descular hormigas"
Nos decía mi madre cuando no nos quería dando vueltas en los espacios mínimos de la cocina.
Y fueron muchas las veces que en la inconsciente crueldad de niño, transformé hormigas negras en arañitas nerviosas, sentado en nuestro patio de tierra.

"si no les gusta, vayan a comer a la fonda"
Se repetía cada vez que con hambre pero sin poder ocultar el desgano, encarábamos un día más,  un plato repetidísimo de algún invento culinario hecho con "tajada de aire y rebañada de viento".
Pase treinta y cinco años para encontrar mi primera "fonda" del otro lado de los Andes, fonda que de niño busqué tantas veces en las calles del lejano San Carlos,  a ver si tenía algún resto para yo comer.

"Andá hasta la esquina a ver si llueve"
Clásica expresión busca tontos que insulta inconscientemente y que provocó muchas veces enojo en quienes la dijeran, porque seguramente mis ojos pequeños no ocultaban la ofensa, y mis nunca tan tontas piernas,  no los complacían salíendo siquiera a la puerta.

Inocentes y no tan inocentes costumbres que hicieron parte del zambullirse a la vida de algunas generaciones, ni mejores ni peores, simplemente diferentes.

"fue por cigarrillos y nunca volvió".
¡Tantas veces en las charlas de mayores se repetía esa expresión y fluía libremente a los oídos de los más pequeños!.

Era una gracia que explicaba el abandono mas indigno, el más insultante, el repentino, falto de justificación consciente, dañino, cobarde.
La daga profunda del desamor y la pobreza de espíritu que empujada por el desinterés egoísta, arranca del pecho el corazón de quien queda con las preguntas,  respirando inútilmente a falta  del  motor de su sangre.

Y siempre después de la expresión, venía la carcajada.

La incapacidad y el desencanto devenido en broma,  para poder masticarse, tal vez para dejar de masticarse ya que nunca se podrá tragar.
Enmascarar la resignación, el no haber tenido la charla que aunque no conforme explica y es replicable, el haber cambiado la opción de odio por un dar vuelta la página porque ni el odio le llegara allá lejos, donde fue a buscar su vicio, cualquiera sea.

De niño ocupaba mucho de aquel tiempo desculando hormigas, pensando como alguien podía desaparecer así. Que tan pobre o desdichado podría ser para seguir el camino que lo aleja con lo puesto; y que tan miserable serian sus ratos a solas, cuando mirar atrás fuera inevitable o el implacable destino pusiera el pasado en su camino.

Si habré vigilado a mi padre cuando iba al almacén del "chancho colorado" por tabaco.
Si hasta culpable me sentía,  cuando allá por mis cinco o seis años, repartiendo en mi primer bicicleta tabaco Cerrito de contrabando, visitábamos al cliente del almacén en la "Casa del Barco" en Avenida Rodo, peligrosa, amenazantemente ubicada en una esquina.

¿Será por eso que nunca fumé?

Tal vez por eso siempre escondía cajillas de Fiesta primero y Kent Menta 3 después, en mis diferentes casas, para evitar que toda falta, provocara una búsqueda indeseable.
Tal vez por eso hoy, a sabiendas de que mal le hace pero aceptando su opción, sigo comprando Nevada por cantidad para el amigo Nando en cada aeropuerto, a fin de que no se le ocurra salir a la esquina alguna noche y nunca más regresar a su hermosa realidad.

Con el tiempo hemos involucionado, y las equinas tomaron otros nombres y los cigarrillos mil significados.
Y con el tiempo también, más allá del inconsciente, he aprendido que no puedo comprarle los "cigarrillos" a todo el mundo y que no puedo evitar por más que haga,  que algo falte;  y que cualquier día,  en una esquina cualquiera, alguien respire hondo y hasta tal vez sonría, siguiendo el camino que se aleja de mi.

Así, como tú lo hiciste.