diciembre 22, 2012

Montevideo - Curiosidad, Responsabilidad & Destino

Antíguo y cierto, el pensamiento que da dos caras a todas las cosas.
El balance perpetuo del Ying y el Yang, lo bueno y lo malo, la luz y la oscuridad.
Así se interpreta y finalmente se vivencia casi todo.
Así también estas palabras y sus significados que tantas veces ignoramos.
 
Las palabras que definen y sus límites.
La Curiosidad que se debate entre la Cautela y la Muerte.
La Responsabilidad que se esparce entre la Consistencia y la Muerte.
El Destino que definimos por opción o que tal vez este escrito, entre la Felicidad y la Muerte.
Siempre esa lucha de opuestos, de virtud o fin fatal.
Lucha que tanto nos cuesta aceptar, a pesar de que la conocemos y muchas veces, sufrimos, desde tan pequeños.
 
Y no es casual que la Muerte sea el límite de las tres, porque en definitiva lo es de todo aquello que somos capaces de medir o explicar.
Para el resto, para lo que nos excede a pesar de nuestro ego, existe la expresión Infinito.
La Muerte, arrogantemente vilipendiada y llevada allá lejos, al "otro", nunca en uno mismo.
La Muerte como límite que nos cuesta aceptar, a pesar de que por definición, un límite, es de por si alcanzable.
 
 
El tiene 17 jóvenes años y ama el Basket.
Creció alto,  pero no llegó a ser más que un hincha acérrimo del cuadro de sus amores, el glorioso Club Cordón.
Le habían contado las hazañas del pasado y había vivido en su adolescencia la lucha de su equipo por estar siempre arriba en la tabla del Campeonato Montevideano.
 
El de hoy era un partido "duro", de los que se jugaba con garra dentro de la cancha, pero con un exceso de corazón - así lo sentía él - en la tribuna.
Hoy iban contra Welcome y había que salir preparado, porque en el último encuentro los habían castigado duramente de visitantes y la barra brava albiroja era de "palos y piedras" tomar.
Se calzo sus jeans, vistió una camisa blanca para poder seguir la fiesta luego de la segura victoria, se atravesó una cartera metrosexual en el pecho y coronó su cabeza con la gorra celeste que lo acompañaba a cada encuentro, el celeste del Cordón.
 
 
Soledad ha dedicado gran parte de sus 28 años a lograr su título de Instrumentista.
En un país donde todos sueñan con llegar a Médico, encontrar su lugar en los servicios de Salud no había sido fácil, pero Sole,   lograba iluminar con su sonrisa, sus ojos bellos y su largo cabello negro, cada amanecer que rondaba su departamento del segundo piso en la Calle Gaboto, de Montevideo.
Tal vez salió tarde del hospital y la noche de viernes se disfrutaba tranquila, con ese calorcito del verano que busca dejar atrás la ventosa primavera al borde del Rio de la Plata.
 
 
Él se subió a un CUTCSA en Veracierto.
Sus ojos chispeaban, no podía mantenerse en calma.
Era un partido "duro", pero "en casa" y eso le daba muchas ventajas.
Su barra estaría completa, los "otros" entrarían "cagaos" en el pedacito que le dejaran de tribuna y los iban a apabullar.
Pero si no alcanzaba, si se ponían violentos; si se hacían los listos y se creían más hombres que él, no la iban a pasar bien.
La cartera metrosexual llevaba un bulto a prueba de todo "taita".
¡¡A ver quién iba a ser el macho que se le enfrentara!!
 
Quien sabe en que ocupaban el tiempos sus padres mientras el guardaba una pistola en su casa. Quién sabe si los tenía, quien sabe si los escuchaba con su cabecita incapaz de interpretar la palabra responsabilidad.
Y les dieron la paliza en la cancha.
Y los de Welcome salieron primero;  se hacían "los hombres", apedreaban y se les enfrentaban en pose de "Ali" mientras huían del estadio.
Y el los perseguía, era el primero de la barra del Glorioso Cordón y no era el único que cargaba "un fierro".
Como dice el dicho: "cuando se inventó el revólver se acabaron los machos" y el primer tiro al aire alcanzo para que se disipara la guachada albiroja.
 
 
Soledad mataba el anochecer sabatino cuando escucho un sonido y temió por su auto estacionado frente a la puerta.
Salió al balcón y logró ver como algunos chicos medio vestidos,  corrían hacia arriba por su calle.
 
Detrás, venían otros.
 
Como los toros de San Sebastián encerrados en la calle Gaboto, corriendo sin más consciencia que el propio correr, listos para llevarse consigo a todo lo que se les cruzara, azuzados por la muchedumbre que huía y la sangre que ardía por dentro.
 
Detrás, venían los otros.
 
En la vereda de enfrente alcanzó a ver a un chico con una bolsa metrosexual cruzándole el pecho y una  gorra celeste.
Lo vio levantar su mano y oyó un disparo.
Giró para meterse a su casa;  para abandonar la curiosidad que la había llevado al balcón;  cuando algo quemo su espalda y el ardor se transformó en dolor profundo y el dolor profundo  en último aliento.
 
La muchedumbre siguió corriendo.
El chico de la gorra celeste dispararía algunas veces más, igual que otros;  y otros dos sentirían el quemar de una bala rozando su cuerpo.
 
La muchedumbre siguió corriendo y todo podría haber sido un partido más.
Otro día de guerra en la ciudad que nadie comenta;  que se guarda en la oscura historia de las pasiones que justifican lo injustificable;  que se empoza en el alma minusválida de quienes luego son incapaces de decidir.
 
Todos queremos hoy que Soledad haya muerto rápido.
Nadie quiere imaginarse cuantas horas de dolor y agonía pasaron entre aquel disparo y el día siguiente en que fue encontrada.
 
Todos queremos hoy que ese chico sepa, que el tomar el arma aquella noche, le robará al menos los mejores treinta años de su vida y dejara en su consciencia, el peso de una vida inocente que se robo irresponsablemente por desestimar a la muerte.
 
Irresponsables.
Curiosos.
Destinados a llegar al límite.
 
 
 
 

diciembre 11, 2012

Desde el Aire - Uruguayos.

Es un poema verlos desde mis ojos coterráneos llenos del polvo de tanto mundo.

Una vez más estoy frente a una puerta de embarque lejos de casa, que anuncia un vuelo cada vez menos explicable con destino a Montevideo.

Y allí están.
Y allí llegan.
Los uruguayos que retornan a casa.


Son una raza desigual  que lleva la nacionalidad por dentro, a veces demasiado dentro.
No son reconocibles por la "bunda" Brasilera, ni por la exótica apariencia sabrosa de los caribeños.
No se les nota el taparrabo producido y egocéntrico de los Argentinos, ni las curvas obesas de los Norteamericanos.
Allí van,  incomparables unos a otros,  aún cuando estén todos juntos ocultando la ansiedad frente a un portón de embarque.


Visten "de retazos", son aquellos que se miran menos al espejo;  son los que si quieren lucir a la moda o desatinan o se ven truchos.
Son ellos, los que carecen de modos refinados y también de malos modos.


Ellos, en el medio del todo, dificilmente extremos.

Manchados por las marcas de tanto andar y buscar vida.
Porque así se identifican.
En esa luz a veces pequeña a veces inmensa,  en los ojos de quien busca y nunca encuentra.


Insaciables y quejosos, mezcla de mártir y héroe no reconocido.

Allí se nota, en sus ojos que miran disimulados y que de a rato se van, se ocultan, dan lugar a ese gris que tantas veces nos define y se dejan inundar por la pequeña resignación, la derrota que nos deje pensar que no se puede;  por suerte muchas veces solo para volver a buscar.
Por aquello de "recular solo pa'tomar carrera".


Allí están.
No siguen ninguna regla.
Cada uno absorto en su propia realidad.
Se mantienen poco sociables,  como esperando él primer mate para despertar a la más abierta y sincera camaradería.


Se suben al avión sin preámbulos.
No charlan, no trancan el paso, no vacilan en la búsqueda de su asiento.
Comen lo que viene, y cierran sus ojos para que no se note la ansiedad por llegar.


Palpitan con un entusiasmo que ni sus caras pueden ocultar cuando se toca tierra, después de haber visto por las ventanas como allá, allá abajo en él paisito,  todo sigue igual.
Y saldrán sonrientes. Buscará cada uno por su lado encontrar a alguien que los espera mientras aguardan las valijas, en un aeropuerto Uruguayo, preparado para Uruguayos, donde a nadie verás hasta no llegar al final.

Traen de todo.
Son los salvadores de los que se quedaron.
Son los triunfadores que se fueron y los fracasados que regresan.
"El que se fue no es tan vivo, el que se fue no es tan Gil"


Los que llegan de visita se irán gordos del asado, bien servidos de mate diurético, sin un peso en la cuenta  extranjera que tanto les costó ahorrar y masticando la lágrima amarga del no debí venir, pero como los voy a extrañar.

Los que llegan a quedarse,  excepcionalmente encontraran consuelo en un país que solo acuna con tibieza a los que se retiran, pero con una jubilación "de afuera" ; o están dispuestos a cambiar trabajo duro y lo básica cubierto,  por algo de miseria llena de cariño y buenas intenciones.

Los recibirán con abrazos, besos y hasta llantos al tiempo que sin maldad alguna medirán el tamaño de las maletas y la exuberancia de las ropas mal combinadas,  para tratar de adivinar cuanto traen para dejar y que tan cierto es el cuento que contarán.

Llegáremos  los otros también.
Llegaremos los oportunistas que nadie espera.
Los que cruzan las puertas primero que nadie sin mirar siquiera la muchedumbre que se amontona del otro lado de la barda.
Esos que caminamos seguros y no dudamos ni un instante entre izquierda y derecha.
Los que queriendo parecer ausentes de la realidad esperan ser identificados por alguien del montón,  que ojalá no les grité y solo piense "como la tiene clara" al verlo pasar.


Uruguayos, raza ecléctica de a muchos ratos fiel gallego que baja la cabeza para trabajar, ahorrar y vivir con austeridad y en otros, tano fiestero que desfila por la vida con las ansias intactas de ganar, él hambre desordenado por demostrar y la pasión intacta por encontrar.