noviembre 03, 2014

Desde el Aire - Every 3 days

El 10 de Junio de 2002 cuando me subí a esta nueva vida, algo dentro de mi masticaba y olía sin poder saborear, la exageración anónima de éstos, mis tiempos de ahora, que ni siquiera muestran luz de ser los más extremos a los que podré llegar.
 
En la presunción,  recuerdo haber escrito el mejor epitafio de lo que quedaba atrás y “adivinaciones pavorosas” con un toque de esperanza sobre las horas por enfrentar, en lo que se sentía como el resto de mi vida.
 
En aquel tiempo mis letras ya malformadas pero aún legibles se perdían en una hoja con renglones, que recuerdo querer guardar con tanto cuidado, que jamás logré recuperar.
 
A veces pienso que no fue real, que nunca lo escribí, que los retazos que recuerdo y la visión de la hoja arrancada a una cuadernola,  fueron solo parte de algún momento de sueño impaciente,  robado al trecho entre Santiago y México. Pero me sonríe el ataque de realidad, cada vez que miro a través de una ventanilla y vuelvo a imaginarme, como aquel día, parado allá afuera sobre el ala, con los brazos y los ojos abiertos mirando al frente.
 
Mi relato era cuando no, una metáfora muy vívida, entre lo que sentía mí ser por dentro y lo que imaginaba podía sentir mi cuerpo expuesto a la inmensidad, la presión, el frío y el viento que creía poder dominar a diez mil metros de altura rozando la velocidad del sonido.
 
En 2009, cuando forjado veterano en las lides de aviador, sobrevolaba los cielos de Centromerica con un arete en mi oreja, noté que era tiempo de vivir.
 
Que debía dejar de amontonar sellos en los pasaportes sin más recuerdo que los vidrios aburridos de los aeropuertos o las camas, todas iguales de los hoteles de turno.
 
Yo que a todas luces vivía más  intensamente que la media del Universo, sentía un apetito voraz por hacer realidad mi premisa de que siempre estaba trabajando y siempre de vacaciones.
 
Así que me decidí a vivir, a vivir más.
 
Me miraba en el espejo imaginario que todos los conscientes llevamos enfrente y aparentemente distraídos no perdemos de vista en nuestro estado de alerta;  y me decía: vive más!...algún día este momento pasará, tu vida caerá en la modorra cómoda de lo normal y debes rescatar de este tiempo todas las historias que puedas contar.
 
Sin esperar espero aún la llegada de ese momento, planificándolo en mi obsesión omnipotente de elegir y saboreando mi controvertida soberbia que ilumina mis ojos y da alas a mi convencimiento de que nunca llegará.
 
Es en esta vorágine que me encuentra mi fiel BlackBerry, en este 2014,  en pleno descenso a la ciudad de Miami, replantéandome nuevamente donde estoy;  con total certeza de donde voy pero...sonriendo porque dentro de mi siento que nada está dicho, que lo que en 2002 era un sueño, en 2009 hacía rato era corriente y habitual y lo que en 2009 fue decisión, hace un par de años fue excedido por mi realidad.
 
Así que hoy, como todos estos últimos meses largos desde 2012, desembarco con total naturalidad, cada 3 días en un nuevo país,  y no tengo plan más allá del próximo período mensual.
 
Volviendo hoy a la que oficialmente es mi casa desde Junio, desde un Perú no programado que me recibió tres días atrás, desde un Miami que solo me tuvo unas horas en mi viaje desde Guatemala, donde supe abrazar por tres días mi libertad.
 
Solo la semana pasada departía negocios en México, después de haber empacado mi lucha adolescente con Michel en Uruguay.
 
Cumpliendo como siempre con mi vuelta al paisito una vez al mes, cambié maleta en Miami, luego de dejar el glamour de Las Vegas y lograr acomodar los recuerdos de la Europa que para inicios de Octubre había quedado atrás.
 
Madrid en dos ocasiones, Miami en tres más, Las Vegas por tres días, Montevideo por dos y Punta del este por la exageración de cinco más;  México por cuatro jornadas , Guatemala de fin de semana y Lima tres inesperados días más.
 
Seis países en estos primeros 24 días de este octubre que ya se va, no sin que  tenga un pasaje más para utilizar, que me llevará a Miami y Guatemala nuevamente, para completar un mes normal.
 
Una repetición conscientemente descontrolada de cada mes vivido, que se proyecta con la única búsqueda de la más pura paz, a la vista de la Laguna del Sauce, en menos de dos años más.
 
Setiembre, resuena leve en la memoria como la vivencia de una era pasada siglos atrás.
 
Otros 6 países sellaron mi pasaporte en más de una oportunidad: México, Brasil, Estados Unidos, España, Turquía, Malta…y quedaron en el tintero del descuido Líbano y Jordania.
 
Un mes, decenas de vuelos y ciudades, centenas de miles de kilómetros volados, docenas de personas rozadas por esta vida que atenta;  escucha, huele y mastica saboreando sin cesar, la incertidumbre dichosa de lo que vendrá.
 
 
 
 

julio 23, 2014

Desde el Aire - Las tres razas


Un ruido metálico indica que la traba se ha deslizado y solo me queda esperar el tiempo suficiente para que se mire al espejo, piense que debería lavarse las manos y no lo haga, acomode su ropa ajada, peine inútilmente su cabello y ojalá, salga pronto.
 
Nos cruzamos en la puerta de este baño, esa puerta que como pocas,  es siempre de ida y vuelta.
Una puerta que se abre con uno de un lado y otro del otro y se cierra con ambos del lado opuesto.
Es como un espejo,  simula un espejo que nos deglute y nos vuelve a materializar del otro lado.
Un pasaje entre la fantasía y la realidad, entre la creatividad obligada y omnipotente y la precariedad humana.
 
Porque eso son estos aviones de hoy,  un repositorio de fantasías, un cementerio de realidades y de a ratos, el testigo inmutable de que fantasías y realidad son una experiencia única para cada uno.  Una experiencia única y personal.  Indefinidamente fantástica o atroz.
 
Miro la cabina del 767 de "la nueva American" que me lleva del caliente Miami al nebuloso Heathrow y me parece recordar algunas páginas de esas revistas de ciencia ficción que nunca mire o de las películas que se encargan de mostrarnos el futuro que no sabemos ver en nuestro necio descreimiento.
 
Un show de luces conservador en el techo, propio del espíritu americano  y un cuadradito de fantasía en cada respaldo de asiento, mirando absorto a su víctima, mirando fijamente hasta la última neurona de la mente que maquila detrás de cada par de ojos.
 
Una nueva versión de "la caja boba", que en su tontería ha envuelto generaciones, empleado a miles, masticado y escupido millones y crecido como nada ha crecido en este cacho de universo conocido como la Tierra.
 
Allí están, las tres clases de humanos;  envueltos en un cilindro de metal, esclavizados por unas horas, cercenados en sus libertades, obligados a permanecer en un sillón que nunca elegirían y amarados por un cinturón de seguridad para evitar la posible tragedia de la que de todas formas – si ocurriera -  jamás se salvarán.
 
Triste apología y al mismo tiempo sátira, del terrorismo que maneja nuestro mundo actual.
 
Sensación artificial de seguridad que nos lleva a tomar los riesgos más extremos al costo más conveniente para una empresa más del capitalismo liberal, mientras allá afuera, la mayoría evita la soledad, piensa un millón de veces que hacer o decir, no abraza a sus hijos y no dice te amo, por temor a algún miedo fabricado por su propia mente, que no necesita 30000 pies de altura para estar justificado.
 
Y en el medio de la farsa, el hombre.
 
El ser humano.
Eternamente inmune a todo lo que hacemos día a día para autodestruirnos.
El ser, que nos sorprende encarcelados en esa libertad segura que pudimos comprar y se aprovecha de nosotros.
 
Y allá van,  las tres razas multicolores que definen, personalizan y al final, implacablemente unifican al ser humano.
 
Están los que se duermen.
Los que no dan opción, los conservadores, los que tienen en sus sueños el escape supremo a la realidad.
Mejor así, un sueño, íntimo, silencioso, secreto.
Que nadie se entere que soñaron, que ojalá ni siquiera lo recuerden en la mañana para que el sueño sea sueño y no tortura. Tortura porque jamás tendrán la valentía para volverlos plan. Porque jamás tendrán la fortaleza de hacerlos realidad y por tanto, se volverán repetitivos, hasta que sean tan absurdos y aburridos como su vida misma.
 
Están los que miran.
Los que se dejan atrapar por la caja boba.
Los que se escapan de la realidad para vivir la vida de otros, llorar los llantos de otros y reír sus sonrisas.
Los que se vuelven millonarios o invencibles jugando juegos .
Los que matan y roban como jamás su moral los dejaría en su engañosa realidad.
Los que coleccionan imágenes vividas por los ojos de otros, por no poder abrir los ojos para ver las suyas propias.
Ellos, los que miran, están mejor.
Aquello que ven, aquello que juegan, aquello que sienten y les crispa la piel, se desarrolla generalmente en un entorno parecido a su vida y tiene un hilo humano, un devenir imitable y a veces hasta predecible. Regala por ello, una oportunidad más cierta de llevarlo a la realidad, aunque se queden mirando y no lo hagan.
 
Y por último están los que hacen.
Los pocos entre estos 300 asientos,  que siguen viviendo.
Los que no suspenden su vida las ocho horas de este vuelo.
Los que no se deja apresar por un fuselaje congelado por fuera y tibio por dentro.
Los que rompen las reglas que no se han podido controlar, esas que no tienen cartelito de castigo o anuncio de seguridad. Esas que ni se prohíben, porque sería aceptar que existen y eso, eso es mucho más peligroso.
 
Y allí están los que viven.
Develando misterios en charlas entretenidas, reconociendo al extraño de al lado con la bendición de la intimidad que solo un vuelo puede dar.
Utilizando el pretexto de la vulnerabilidad para besar como nunca, para acariciar sin vergüenza, para rozar desafiante, para suspirar sonrisas cobijadas en falsa moral...para no alertar a los otros. A los otros dos grupos que niegan su realidad.
 
Allí van, las tres partes de esta humanidad, que bajarán del avión ambivalentes, irónicos, disfrazados para seguir siendo diferente pilar de este mundo.
De este mundo que tiene a tanta gente apesadumbrada en sus pesadillas. Tantos otros viviendo vidas ajenas y tan pocos “chupándole el tuétano a la vida”.
Pocos hábiles manipuladores de la cultura; ávidos respiradores,  consumidores de aire mutado en energía vital;  exagerados artesanos de la sensiblería que rebosa matices desde lo más sutil a lo más grotesco...en este mundo donde de todas formas, pasaran desapercibidos para el premio inútil y la gloria efímera.
 
El segundo después de tirar de la cisterna me encuentro frente a frente en el espejo y todo lo que escribí en ese instante mundano me observa interrogante.
Me pregunta: y tú? De que grupo sos?
Me miro viejo, me arreglo el pelo que no se arregla, me acomodo la ropa que vuelve a la inercia de su arruga, sonrió para convencerme que por solo preguntar ya soy mejor que muchos… y encaro la puerta, la puerta espejo para que me degluta y me materialice del otro lado.
 
Un ruido metálico indica que la traba de ha deslizado
El portal mágico de este baño de  Boing 777 se vuelve a activar.
Uno que entra para enfrentarse con su vida o excepcionalmente para seguirla.
Otro que sale, con más preguntas de las que se llevan a un diminuto baño de avión, con algunas viejas certezas y con la urgencia de tomar ese teléfono que no debe encender, para escribir todo aquello que no debió pensar, en las horas cómplices en las que un avión, un vuelo de 8 horas entre dos continentes, nos regala un pretexto perfecto para hacer solo aquello que más nos hace feliz, vivir.
 

julio 21, 2014

Miami - El ecosistema Oceanside Plaza

Con la llegada del sol a su cenit, las especies implantadas en Oceanside Plaza,  empiezan a cruzar las puertas que los sacan de sus intimidades y entre otras tantas cosas, los enfrentan  inconscientes e indefensos,  a mi ojo crítico, lengua venenosa y tiempo resignado al ocio de un nuevo fin de semana en mi nueva vida Miamense.
 
Hace unos minutos éramos cinco en la piscina, cinco representantes de un ecosistema más cosmopolita y en muchos casos auténticamente cruel, que el de Nueva York o Londres.
 
Inamovible del agua,  reposa lento un abuelo de raíces mexicanas, fácilmente detectables en su poblado bigote ya blanco y su "playera" blanca. Esa manía tan típica de tierras aztecas de meterse vestidos a la playa o la piscina.
Por fortuna, el buen hombre, no bajo con pantalones de vestir, musculosa de rejilla y los zapatos asignados para salir de fiesta, imagen habitual de los bañistas en  la rivera Acapulqueña.
Evolución seguramente norteamericana, donde se habrá partido el lomo sus últimos años de juventud,  que lo lleva a la cambiar la indumentaria autóctona por las "Wet T Shirt" .
 
Un sujeto con corte de Daddy Yanqui pero sin su fama ni su plata para disculparlo, arribó minutos atrás.
Complementaba su facha regetonera,  con una fina cadenita y medalla de oro al cuello, que imagino tiene grabado "handosme man".  Un tatuaje de una rara especie de cruz, desproporcionado e infeliz, encontró lugar en un momento de inconsciencia en la parte más gorda (léase gorda no musculosa) de su brazo y unos lentes que tal vez serían adecuados sobre una bicicleta de carrera, naranjas flúo y negros, cubren sus ojos para que todos nos preguntemos ansiosamente que estará mirando el terrible divo.
Nadaba cual si fuera la reencarnación regordeta de Michael Phelps, cambiando de estilo mientras se sostiene sus lentes naranjas que no lo abandonan en sus momentos exiguos de ejercicio.
 
A este escenario me sumo yo,  como el idiota ausente pegado a su teléfono (porque desde él les escribo), con el agravante de  parecer un Argentino soberbio pon mi mate a la izquierda mi mirada inquisidora y mi boca inmóvil como si se guardará todo su veneno “padentro”  (ni siquiera adivinan que el veneno me sale por los dedos!)
 
Completan la figura de los cinco, una pareja de costumbres bien arraigadas que llega sin poder pasar inadvertida a la piscina y desaparecerá luego sin que nadie  se dé cuenta.
Si tuviera que definirlos diría que son hermanos gemelos, que simplificando su vida y dándole valor a la elección genética que los puso en un mismo cigoto, han optado por hacer su vida juntos.
Son esa gente espigada y escurrida, sin bultos de ninguna naturaleza, como si hubiesen sido planchados por un demoniaco sastre cada mañana durante sus 50 años.
Visten siempre en tonalidades que van del negro al azul oscuro,  pasando por la gama del gris oscuro y el negro o el azul gastado y descolorido.
Solo se les puede ver alguna porción de sus pies, sus manos y una sonrisa tan blanca como su piel, que se prodigan continuamente.
Seguro estoy de que allá en su mundo,  ellos son muy felices y que hacer las compras, les resulta algo extremadamente simple.
Siempre calzan pantalones largos, ambos, que describiría como un viejo pijamas y unas playeras de estilo surfista añejadas, donde se logra distinguir, a veces, algún vivo azul brillante para él o fucsia para ella.
Sendos sombreros de pesca, de esos de lona y  ala ancha para evitar que les llegue el sol y sobre su rostro apenas visible y extremadamente blanco por algún protector grado 200 de origen natural, llevan lentes oscuros que jamás de quitan.
Flacos como quien trata de promover la vida naturista, escurridos por el planchado de cada mañana o por nunca haber tratado con ejercicio o cariño la poca carne que llevan en los huesos y vestidos de pies a cabeza en idéntico tono, se procuran sonrisas y mimos discretos por unos minutos dentro de la piscina, antes de desaparecer.
 
Mientras escribo, el panorama de agita.
Los gringos con sus mujeres extremadamente rubias empiezan a llenar el paisaje con sus panzas blancas y rosadas.
 
Los "centroamericanos caribeños" (como empiezo a llamarlos) llenan el aire del "l" con sus chillonas voces que nunca entenderé porque hablan ese español mezclado con chino, y sus panzas crónicamente bronceadas.
 
Al asiento de siempre muy cerca de mí, llega un gringo maduro que no fue parido, sino tejido por su madre,  dada la cantidad de pelo que tiene en su cuerpo.
 
Hoy, me saluda, aunque me mira con cara de no te entiendo, mientas después de ordenar su bolsito de siempre, extender obsesivamente su toalla y sacar el termo Aladin ochentero donde trae algo para tomar, se dirige a su rincón de siempre en la piscina.
 
Para cuando termine de escribir y me meta desesperado al agua para saciar el calor insoportable de este Sábado en Miami, él saldrá de la piscina a buscar su gorra, la de siempre, para evitar que el sol le achicharre la pelada.
 
Un cowboy australiano quiebra la monotonía, sin más indumentaria que un duro sobrero vaquero de alas dobladas y una zunga naranja con dos líneas, una roja y otra azul a los costados. Cuelga de su mano un bolso de playa que podría ser  Louis Vuitton y me cuesta no imaginármelo con botas mexicanas mientras avanza por el costado de la piscina.
Invirtió sus más de cincuenta años en comer sano, hacer ejercicios cardiovasculares y broncearse, con lo cual, la figura a la que solo le faltan las ansiadas botas y una tremenda cuchilla al estilo  Cocodrilo Dandee en la cintura para terminar de ser una estrella de Hollywood,  acapara la atención de todos antes de perderse por la escalera que da a la playa.
 
Empaco mi lengua bífida alejándola de mis dedos, enredo la toalla en mi cuello para disimular la panza, meto el termo en ese espacio especial que los uruguayos tenemos bajo el brazo izquierdo para cargarlo en toda ocasión y mate en mano, me vuelvo a mi piso, para cambiar la energía de esta piscina que tanto me divierte estos primeros días en tierras Norteamericanas.