Con la llegada del sol a su cenit, las especies
implantadas en Oceanside Plaza, empiezan
a cruzar las puertas que los sacan de sus intimidades y entre otras tantas
cosas, los enfrentan inconscientes e
indefensos, a mi ojo crítico, lengua
venenosa y tiempo resignado al ocio de un nuevo fin de semana en mi nueva vida
Miamense.
Hace unos minutos éramos cinco en la piscina, cinco
representantes de un ecosistema más cosmopolita y en muchos casos
auténticamente cruel, que el de Nueva York o Londres.
Inamovible del agua,
reposa lento un abuelo de raíces mexicanas, fácilmente detectables en su
poblado bigote ya blanco y su "playera" blanca. Esa manía tan típica
de tierras aztecas de meterse vestidos a la playa o la piscina.
Por fortuna, el buen hombre, no bajo con pantalones de
vestir, musculosa de rejilla y los zapatos asignados para salir de fiesta,
imagen habitual de los bañistas en la
rivera Acapulqueña.
Evolución seguramente norteamericana, donde se habrá
partido el lomo sus últimos años de juventud,
que lo lleva a la cambiar la indumentaria autóctona por las "Wet T
Shirt" .
Un sujeto con corte de Daddy Yanqui pero sin su fama ni
su plata para disculparlo, arribó minutos atrás.
Complementaba su facha regetonera, con una fina cadenita y medalla de oro al
cuello, que imagino tiene grabado "handosme man". Un tatuaje de una rara especie de cruz,
desproporcionado e infeliz, encontró lugar en un momento de inconsciencia en la
parte más gorda (léase gorda no musculosa) de su brazo y unos lentes que tal
vez serían adecuados sobre una bicicleta de carrera, naranjas flúo y negros,
cubren sus ojos para que todos nos preguntemos ansiosamente que estará mirando
el terrible divo.
Nadaba cual si fuera la reencarnación regordeta de Michael
Phelps, cambiando de estilo mientras se sostiene sus lentes naranjas que no lo
abandonan en sus momentos exiguos de ejercicio.
A este escenario me sumo yo,
como el idiota ausente pegado a su teléfono (porque desde él les
escribo), con el agravante de parecer un
Argentino soberbio pon mi mate a la izquierda mi mirada inquisidora y mi boca
inmóvil como si se guardará todo su veneno “padentro” (ni siquiera adivinan que el veneno me sale
por los dedos!)
Completan la figura de los cinco, una pareja de
costumbres bien arraigadas que llega sin poder pasar inadvertida a la piscina y
desaparecerá luego sin que nadie se dé
cuenta.
Si tuviera que definirlos diría que son hermanos gemelos,
que simplificando su vida y dándole valor a la elección genética que los puso
en un mismo cigoto, han optado por hacer su vida juntos.
Son esa gente espigada y escurrida, sin bultos de ninguna
naturaleza, como si hubiesen sido planchados por un demoniaco sastre cada
mañana durante sus 50 años.
Visten siempre en tonalidades que van del negro al azul
oscuro, pasando por la gama del gris
oscuro y el negro o el azul gastado y descolorido.
Solo se les puede ver alguna porción de sus pies, sus
manos y una sonrisa tan blanca como su piel, que se prodigan continuamente.
Seguro estoy de que allá en su mundo, ellos son muy felices y que hacer las
compras, les resulta algo extremadamente simple.
Siempre calzan pantalones largos, ambos, que describiría
como un viejo pijamas y unas playeras de estilo surfista añejadas, donde se
logra distinguir, a veces, algún vivo azul brillante para él o fucsia para
ella.
Sendos sombreros de pesca, de esos de lona y ala ancha para evitar que les llegue el sol y
sobre su rostro apenas visible y extremadamente blanco por algún protector
grado 200 de origen natural, llevan lentes oscuros que jamás de quitan.
Flacos como quien trata de promover la vida naturista,
escurridos por el planchado de cada mañana o por nunca haber tratado con
ejercicio o cariño la poca carne que llevan en los huesos y vestidos de pies a
cabeza en idéntico tono, se procuran sonrisas y mimos discretos por unos
minutos dentro de la piscina, antes de desaparecer.
Mientras escribo, el panorama de agita.
Los gringos con sus mujeres extremadamente rubias
empiezan a llenar el paisaje con sus panzas blancas y rosadas.
Los "centroamericanos caribeños" (como empiezo
a llamarlos) llenan el aire del "l" con sus chillonas voces que nunca
entenderé porque hablan ese español mezclado con chino, y sus panzas
crónicamente bronceadas.
Al asiento de siempre muy cerca de mí, llega un gringo
maduro que no fue parido, sino tejido por su madre, dada la cantidad de pelo que tiene en su
cuerpo.
Hoy, me saluda, aunque me mira con cara de no te
entiendo, mientas después de ordenar su bolsito de siempre, extender
obsesivamente su toalla y sacar el termo Aladin ochentero donde trae algo para
tomar, se dirige a su rincón de siempre en la piscina.
Para cuando termine de escribir y me meta desesperado al
agua para saciar el calor insoportable de este Sábado en Miami, él saldrá de la
piscina a buscar su gorra, la de siempre, para evitar que el sol le achicharre
la pelada.
Un cowboy australiano quiebra la monotonía, sin más
indumentaria que un duro sobrero vaquero de alas dobladas y una zunga naranja
con dos líneas, una roja y otra azul a los costados. Cuelga de su mano un bolso
de playa que podría ser Louis Vuitton y
me cuesta no imaginármelo con botas mexicanas mientras avanza por el costado de
la piscina.
Invirtió sus más de cincuenta años en comer sano, hacer ejercicios cardiovasculares y broncearse, con lo cual, la figura a la que solo le faltan las ansiadas botas y una tremenda cuchilla al estilo Cocodrilo Dandee en la cintura para terminar de ser una estrella de Hollywood, acapara la atención de todos antes de perderse por la escalera que da a la playa.
Invirtió sus más de cincuenta años en comer sano, hacer ejercicios cardiovasculares y broncearse, con lo cual, la figura a la que solo le faltan las ansiadas botas y una tremenda cuchilla al estilo Cocodrilo Dandee en la cintura para terminar de ser una estrella de Hollywood, acapara la atención de todos antes de perderse por la escalera que da a la playa.
Empaco mi
lengua bífida alejándola de mis dedos, enredo la toalla en mi cuello para
disimular la panza, meto el termo en ese espacio especial que los uruguayos
tenemos bajo el brazo izquierdo para cargarlo en toda ocasión y mate en mano,
me vuelvo a mi piso, para cambiar la energía de esta piscina que tanto me
divierte estos primeros días en tierras Norteamericanas.
Jaja que anecdota tan divertida! Nos describiste tal cual a los habitantes de Miami! Que no somos ni de aqui ni de alla pero creemos que nadie lo nota. Ah y gracias por cubrirte con la toalla para no aportar ver mas barrigas en el ecosistema de Oceanside Plaza Ja! Suzanne
ResponderEliminarsin duda tienes una lengua muy venenosa! seria interesante verte en traje de banio exhibiendote con tu toalla al cuello para disimular tu panza...si claro narcisista! jajajajaja DMM
ResponderEliminarMe sigue gustando esa calidad con la cual dibujas en letras los lugares.
ResponderEliminarHace sentir q estamos compartiendo el mismo sitio a la distancia.
Bueno volver a leer escrituras tuyas.
Besos desde los bonitos atardeceres del Plata....
Este blog con un texto especialmente descriptivo me encantó sentí que yo también estaba juntito a ti tomando sol.
ResponderEliminarComo siempre te digo, extrañaba leerte.........................bienvenido y no pares.
Qué alegría que vuelvas a escribir Ismael
ResponderEliminarGaby