junio 26, 2012

Baltimore - Los ojos del amor

Yo no sé si se engaña o de verdad lo cree.
Yo no sé si me engaño.

Su mirada se vuelve felina, salvaje, amenazante.
Parece convencida de que podrá luchar de igual a igual y hasta vencer.
Me desafía y yo pienso: "¡ya verás!";   mientras mis manos esmeran su buen oficio y el resto de mi cuerpo acaricia con pericia la delicia de su piel.
Por un momento me engaño, me creo ganador y luego recuerdo las enseñanzas adolescentes que me develaron que ella siempre sale victoriosa, manipuladora, sabedora de que me gusta el desafío y que la lucha será mucho más entretenida si me motiva.

Pero me mira otra vez y la miro.
Y me dice con sus ojos achaparrados que es inocente, que no sabe lo que yo sé que sabe y que su mirada de gata de hace unos instantes,  es solo un instinto primitivo e incontrolable...y vuelve a mezclar el suspiro y el rugido, tan cerca de mi oído que me humedece con su humedad.
Entonces empieza el sufrir de verdad.
El sufrir añorado, deseado, buscado y disfrutado.
A veces lentamente, de a ratos con violencia
Sufrimiento que aprendimos a admirar aquellos que aprendimos a aguantar. A no dejarnos llevar por la urgencia del macho, a disfrutar con todos los sentidos el rato de posesión que creemos compensa la entrega infinita.
Mi entrega a ella.
Y los ojos se cierran, y la nariz se ciñe y los dientes solo se separan para dejar escapar el latido tibio del alma que exhala el placer por cada poro.
Y las manos aprietan y arrugan las sabanas, atrapando y devolviendo al cuerpo el sinuoso viaje de la energía que va y viene;  que contornea la cintura y endereza el cuello...que vuelve y parece presionar la punta de  los dedos del pie.

Y allí, sus parpados caen.
Todo está dentro, no hay nada que buscar fuera.
El cuerpo explota, la energía encuentra salida y un cosquillear impertinente se apodera de su cuerpo.

El grito se vuelve suspiro, su respirar se aquieta, el corazón baja hasta el vientre y sus manos abiertas la llenan de universo.
Y entonces llegan, si llegan, llegan los ojos del amor.
La síntesis inocente de todas las preguntas del mundo.
La dulzura comprimida en el brillo de dos pupilas que me atraviesan, o mejor aún, se adueñan de mi cuerpo y me hacen inmenso, eterno y feliz.
Bastará que aquellos bien enseñados, como yo,  correspondan las caricias para que el hechizo se prolongue. Para que los ojos cambien, si, porque ese portal no puede ser eterno, porque no hemos aprendido tanto.
Que cambien sí,  para que el éxtasis se vuelva sueño, sueño de ojos abiertos, sueño sin tiempo.
Sueño de conocerme desde siempre, sueño de futuro inevitable, busqueda femenina y voraz que la lleva a imaginar que siempre podrá sentirse así y a tratar de extrapolar esos minutos al resto de su vida.

Y me mira.
Y se entusiasma con la idea de que hemos compartido muchas vidas,  cuando aún no ha dejado de latir su vientre y ya ha planeado muchas más.
Y se conforma con dejar ir casi todas las preguntas.
Y se cree que es real, que siempre estaré allí, que volverá a rugir para provocarme, que volverá a apretar y volveré a aguantar, que volverá a desvanecerse sin control y sin remedio, que  volverá a creer que es real.

Tal vez, porque lo és


junio 02, 2012

Desde el Aire - Las marcas del tiempo


Un día, hace tanto y tan poco tiempo, alguien que vivía entonces conmigo y por más de dos años, lanzó un comentario inesperado en una mesa de amigos:
- ¡ A Ismael el teñido le queda muy natural !
Al tratar de dar respuesta a las caras asombradas de todos los presente, agrego:
- ¿es increíble no? - Al tiempo que levantaba ambas manos apuntando a mi rostro que se mantenía en la mas inmóvil sorpresa.
Aquello estuvo lejos de asombrarme, me desilusionó e hizo que me planteara un número interminable de dudas, de dudas sobre mi y sobre cómo me muestro a los demás, a los extraños, a los cercanos y a los que yo creo ofrecer mi vida de par en par.
Por el medio feo y triste, el directo;  debí aclarar aquella tarde que jamás me había teñido el cabello y trate de guardarme para mí todo cuanto paso por mi mente, resumiéndolo en una sonrisa.
Inevitablemente me recordó la billetera que me regalara para navidad,  alguien que compartió cinco años de mi vida, con la cual terminé separándome tres días más tarde.
Yo jamás he usado billetera, pero obviamente ese no fue el motivo del final.
Los años te van dejando marcas,  más allá de que en las fotos y los ojos desconsolados de aquellos que sienten más la crueldad del tiempo, uno se siga viéndose igual qué siempre.
Ayer, en uno de los tantos ascensores que uno toma en la vida, espacios pequeños, íntimos y peligrosamente  espejados que nos llevan de un piso a otro verticalmente, mi instante de revisión se sorprendió con tres, tal vez cuatro nuevas canas en la patilla.
Bellas, pero ausentes hasta hace una semana.
Más de cuarenta años envejeciendo, aprendiendo, viviendo inexorablemente;  pero las marcas sin importar el tiempo que tomen en fraguarse, se muestran en un instante.
Instante en el que, dependiendo que tan en paz estés con tu propia consciencia, sonreirás y aceptarás como siempre en el camino del orgullo,  o sufrirás profundamente y te sumergirás aun mas en el barro que se tiñe con colores de terapia, de vacío o de drogas que engañan las neuronas incapaces de sentir.
Baje del ascensor con la imagen de Richard Gere y su pelo blanco.
Recordé que por años he dicho que cuando lleguen,  serán bendición;   y sea cual sea la cantidad o el lugar que invadan, las marcas del tiempo, todas ellas, serán aceptadas con la grandeza que nos llena de experiencia y lucidas con la elegancia que nos da el orgullo de haberlas sobrevivido.