noviembre 16, 2010

Santiago de Chile – todo es tan real, pero nada es normal – 0059 horas

Ky Restobar
La noche del Sábado los deslumbro en Ky y los llevo de paso a tomar un Zanzibar en la terraza de “Borde Río”

Zanzibar - Borde Río
Se acostaron con la cámara de fotos al lado, para registrar con honestidad a la mañana,  lo primero que vieran sus ojos y nunca, nunca, nunca jamás olvidarlo.

Sin apuros todo estuvo listo a las 10AM para emprender la travesía al poniente y mate en mano, disfrutar algo más de lo que Chile tiene para brindar.

El itinerario era una sorpresa, hasta para mí.
Sabía que ellos debían pisar varios lugares y probar múltiples sabores, pero me sentía libre de improvisar lo que fuera en cualquier momento.

El Sábado había terminado como un día vivido a tope, muchas veces tan poco habitual para la gente, esa gente, esa que esta allá afuera, la gente que no es Ismael dijera yo para que se rían y me miren con la humana cara que busca locura.
Todo era motivo de foto, cargábamos dos cámaras y completábamos no menos de 300 al día. En la radio sonaba Victor y Leo y el tema 3 en su estribillo, parecía ser la mejor forma de definir como se vivía el fin de semana (…todo es tan real, pero nada es normal)

La luz del sol entre las ramas tupidas, el polvo como único habitante del aire, el ambiente rosa generalizado que inunda toda la vista. Una entrada poco mejorable, como preámbulo de ese paraíso esotérico que solo algunos tienen la suerte de vivir.

La bruma del Pacífico antes del mediodía nos recibió en la playa de siempre, mientras las olas enormes de un verde transparente como ninguno se estrellaban en su lucha o su danza con los peñones de la orilla.

El caminar maravillado hasta la “poza de los erizos”, los recuerdos y cuentos de tantas tardes vividas allí, dentro y fuera del agua congelada, enredado en “cochayullos”, respirando hondo para no quedarse como parte del mar, consumido, atrapado, feliz, en el congelado Pacífico.

Una sorpresa tras otra en las flores y las tunas costeras, vistas de cerca y de lejos en los acantilados.


La bruma nos recibió y el sol abierto nos despidió del rápido pasaje, cuando mediaba un Domingo que prometía ser etéreo, donde tanta cosa nueva se abría a los ojos de dos uruguayos, tanto recuerdo y vida pasaban por mis labios y tanto mas arremolinaba mi cabeza sin llegar a salir.

A 10 kilómetros más, estaba Quintay, con su caleta de pescadores y su playa grande; para allá marchamos, refrescando los labios con la primer “mamadera” de vodka.
Esas ya viejas cantimploras de Danka (botellas de aluminio y plástico que la vodka danesa me ha regalado con los años para preparar los “traguitos” de viaje que tantos amigos han bendecido).

En el medio de la empinada bajada a Quintay, que quienes recuerden honraran reconocer, el neumático de atrás, lado del pasajero, ya no quiso seguir.
Segundo neumático en dos días, y yo empezaba a buscarle el sentido, que siempre existe,  a aquello que estaba ocurriendo.

Podría escribir 20 páginas más, solo contando las 5 horas que nos llevo cambiar ese neumático, si, 5 horas, toda la tarde.
Para muchos simplemente bastara con que les diga que fue una simple experiencia al mejor estilo Ismael.
Prefiero disfrazar la fatalidad exagerada, con sonrisas amables, describiendo lo que la experiencia nos dejo, las caras que compartimos, los sentíres que cultivamos y los que nos llevamos en el corazón.

Fueron más, pero rescato tres personas además de nosotros mismos en esta tarde de Domingo.

Don Gilbert, con respeto autonombrado Gilberto para hacer honor a Chile y quitar “glamour” a su verdadero nombre enunciado en carrasposo francés. Un digno habitante del Cannes de alfombra roja, venido a cuidacoches en Quintay.

Medio metro más alto que la media chilena, largo pelo rubio con cola de caballo, teñido en blanco con los años y rostro bronceado con el aire salado de la caleta.
Un jeans ochentero, una remera polo celestita, una de esas “cananas” para llenar de papeles en la cintura, lentes de surfista en los ojos e intelectuales espijuelos sin armazón por sobre la frente.

Un caballero con aire de experto, bien dispuesto y pertrechado de esa paciencia que los años y seguramente el largo viaje de la alfombra roja a la arena hedionda a pescado proveen a las almas buenas.

Su lugarteniente, su pareja, su “Robin”, su “Sancho Panza”, era la versión chilena de Quasimodo. Tan rebosante de fealdad como de ternura.
Alcanzando apenas la media altura, con largos cabellos oscuros, ojos y labios desproporcionados y vestido como bebe que recién empieza a caminar, Quasimodo (dicho con todo cariño y mas gratitud – nunca supe su nombre) repetía en un lenguaje muy limitado y monosontante las ordenes que su “Don quijote” le impartía.

- No hay lugar abajo!! Esta completo!!!

- Estos chilenos, no aprenden – aclaraba Gilbert - uno les dice que no hay lugar, que estacionen aquí y no, deben ir hasta allá, dar la vuelta en un lugar sin espacio, perder media hora y volver después preguntando..”¿donde puedo estacionar?!”. Ya me he acostumbrado.

La descarga de paciencia de Gilbert explicaba porque, los tres enormes carteles que anunciaban la entrada al estacionamiento, miraban hacia la playa y no hacia la ruta de llegada!! Increíble, pero así de cierto. No surtían ningún efecto, al igual que aquellos dos personajes bien intencionados tratando de evitar un bajada peligrosa y una subida que ponía a prueba cualquier motor.

Eran mas necesarios al regreso de la trabajosa estupidez.

El tercer participante se llama Aldo, sobrino de Waldo, el gomero del pueblo de pescadores.
Llego con su gato hidráulico colgando de una mano y un par de fierros en la otra, en un esfuerzo que parecía mínimo ante el desafío de movilizar toda su humanidad.
Un hombre grueso, cilíndrico por decirlo de una forma muy descriptiva.

¡Es que todo su cuerpo tenía el mismo ancho y tono redondeado, desde la cabeza hasta los pies!

Todo él parecía hinchado, como globito muy duro recién inflado para la fiesta.

Aldo debería tener ojos debajo de las sus parpados y seguramente se habrían visto dulces. Carecía totalmente de cintura y su cara era varias veces más grande que la de cualquiera.
Trabajaba acostado, tácitamente, siempre tirado en el piso de coté, posición en la que hacia todo, todo, todo lo que se le ocurría, obviamente a un ritmo enloquecedoramente lento, de Quintay, de Aldo; pero trabajaba.

La odisea Ismaelita que nos robo cinco horas, se llevo el neumático a girones y la llanta con un “buraco” de 4 centímetros de diámetro horadado con sudor.


Cambiar la rueda en medio de la bajada era un reto interesante, pero sacar la última de las cinco tuercas de la rueda, fue sencillamente imposible.
Por alguna razón superior, de esas que solo puedes atribuir al destino o al todo poderoso tratando de enseñarte una lección, la forma completa de la tuerca se barrió en el primer intento, con lo cual, toda opción convencional quedo anulada.

Estaba solo en la tarea, con un martillo aportado por Gilbert y tres destornilladores que completaban toda mi herramienta, los cuales a golpes rápidos hice tiras, tratando de girar la famosa tuerca, que se despedazaba cual si de plomo fuera.
Para cuando Aldo llego con su gato y su llave cruz, totalmente inútiles, ya éramos dos los apostados a golpes contra la pequeña pieza que de a poco, desaparecía, pero jamás giraba.

Hubo que llevar el jeep de arrastro con la goma desecha un kilómetro cuesta arriba hasta los aposentos de Aldo, a fin de continuar la talacha.
Cortafierros, varias “macetas” (martillos pesados de gomero) y una decena de mechas (brocas?) partidas al empuje de un par de talados, lograron al pasar de las horas, bajo la fresca sombra de los “transparentes”, destrozar, tácitamente, la llanta y liberar el neumático averiado.

Cuando finalmente salió y limamos el maltrecho perno que quedara adosado a la masa, la postura del repuesto en su lugar nos jugo una nueva pasada, llena de graciosa incredulidad.

Mientras Aldo yacía tirado bajo la camioneta, manejando su gato y yo trataba de colocar la auxiliar en su sitio, descubrimos que el gato ya no subía mas y nos faltaban unos dos milímetros para poder poner la rueda.
En un último acto de extrema voluntad y actitud, un nuevo gato fue traído, una barra de madera acomodada para lograr la altura deseada y finalmente la rueda fue colocada en su lugar con una tuerca menos, entre los restos taladrados de lo que fuera una llanta de aleación.

Las herramientas de todo Quintay participaron en la empresa.
Valparaíso nos vió pasar por sus “ascensores sobre rieles”, Viña nos regalo fotos de su Reloj de Flores, su Casino y sus playas y Reñaca nos obsequio el atardecer en que nos devoramos sendas empanadas fritas de macha, camarón, centolla y jaiba con queso, enjuagadas en cerveza.

Durante toda la tarde, nos preguntamos porque había pasado aquello del neumático y así, tan desproporcionadamente catastrófico.
Resumo que nos regalo a todos una experiencia imposible de vivir en otras circunstancias.

Recibir una sonrisa de sorpresa, un agradecimiento, una carita feliz y hasta un reconocimiento al fin de un día vivido a full, en medio de un paraíso desconocido es sumamente fácil.
Pero lo vivido en la adversidad; eso es aún mas auténtico e impagable.

Salir a buscar un gomero a un kilómetro a la redonda y mucho mas arrancar a Aldo de la comodidad de su Domingo de gomería cerrada hasta nuestra fatalidad, no tiene precio.

Las seis subidas de ida y vuelta entre Aldo y Gilbert caminadas, para recobrar la heladerita con bebidas espirituosas que olvidamos en el arrastre de la camioneta al taller o para buscar en la casa de algún desconocido otro taladro y un nuevo destornillador a destrozar, que nos ayudara con la empresa inusitadamente imposible de sacar una tuerca, también es impagable.

La pesada voluntad de Aldo que jamás dio por muerto el esfuerzo y que lleno de ternura, desde su posición fetal contínua frente a la rueda, se bajaba cuidadosamente la polo naranja para que no se expusiera su dura guata cervecera, daban ganas de dejar escapar una lágrima.

El “no es nada amigo, déme lo que usted quiera” una vez terminada la lucha de 5 horas por liberar mi rueda, ese Domingo soleado y tranquilo en medio de una playa de pescadores que fuimos a profanar.

La entrega cuidadosa de la heladera perdida y la no aceptación de propinas por parte de Gilbert y Quasimodo que solo se permitieron brindar con una de nuestras cervezas la tarea cumplida.

- No por favor!! – me dijo alejando los billetes – La próxima vez que venga, solo estaciónese aquí!!, ya tendrá usted mucho que gastar en una nueva rueda.

La sonrisa franca recogida de cada uno de ellos y sembrada en gratitud infinita por nosotros.

El humor, la actitud, la voluntad de mis visitas, inalterable, exentas de toda protesta o mal momento, inspirando sonrisas, compartiendo lo inusual del momento, del lugar y de la gente.

Al volver a la cabaña, les preparare un jacuzzi bien caliente y les done mi dormitorio de ensueño para que pasaran su noche.
No tenia porque, pero seguía de alguna forma disculpándome por esa tarde “ganada” en Quintay.

Metidos dentro de las burbujas, casi en “cocción” por la temperatura del agua, con la sonrisa general del santuario, ablandando los músculos de un día arrasador, me decían:

- Si crees que por este cambio de neumático de hoy, nos hemos ahorrado un solo minuto de terapia al volver a Uruguay, estas totalmente equivocado.

6 comentarios:

  1. Gracias por la delicia de esas descripciones, por el resumen, por lo ganado.
    CDM

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  2. * Comprar el virlo de seguridad de las llantas para evitar romper todo: U$80.-
    * Cervezas de Quintay para Gilbert y Aldo: U$120
    * Romántico descanso para los amigos en el -main room- de "El Santuario": U$360
    * Sobrevivir a un día con Isma y que no le suceda nada NO TIENE PRECIO!!!
    <<<>>
    Erica

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  3. Sr. Escritor, es sin duda curiosa la forma en la que a veces nos involucramos espontáneamente, o no tanto después de un neumático reventado!!!, con la gente que nos rodea. Es maravilloso hacer "amistades" que pueden ser de un "momentito" o eternas. Lo que es cierto es que un amigo(a) sabe esperar, tiene paciencia y sabe entender que aunque existan dificultades, la esencia de la amistad no cambia cuando es sincera y se entrega de corazón.

    Ya ve usted que vengo más relajadita, hice "retail therapy", me fui a dar un masajillo, me pegaron una corretiza, llené mi casa de incienso, y hasta me fumé un "porro" a su salud.

    Excelente semana!
    Cx

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  4. todo una 0disea, espero que finalmente hallan disfrutado de todos esos lugares maravillosos y del jacuzzi.
    un beso

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  5. gran odisea amigo mio me gustaria hacerte unas consultas por que lado especifico keda la poza de los erizos la verdad ke llevo años visitando quintay y nunca e podido dar con la poza me gustaria si alguien sabe indicarme por ke lugar se cuentra porfavor !

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  6. Ignacio, la poza de los erizos queda en Tunquen (no quintay). Tunquen tiene basicamente tres areas, una de ellas "El Rosario" que esta entre Playa Grande y Punta de Gallo. La entrada a El Rosario es solo para residentes e invitados, si consigues como entrar, siguiendo el camino de entrada, muy sinuoso ademas de espectacular, este termina en un barranco que da a la playa. Bajando el barranco e internandote unos 50 metros hacia las rocas, esta la Poza.
    Ojala algun dia puedas disfrutarla.Abrazo.

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