noviembre 23, 2010

Santiago de Chile – la domesticación chilena – 2126 horas

Corría el año 2006 cuando Andrea y Enrique me invitaron a tomar mi primer “once”

“la Once” como le llaman aquí en Chile a nuestra clásica merienda, pero más ceremonial, sentados a la mesa esquivando la cena, completando el té obligado con todo arte de panes y masas, rellenos o rebozados por cuanta mejor variedad de mantequillas y mermeladas sea posible. A veces y dependiendo de los invitados, “enchulada” por otros manjares.

Nadie supo en estos primeros cuatro años en Santiago, contestarme porqué se llama “la Once”.

Ni siquiera “el once”, poniéndole correcto artículo al número, aun cuando se celebre a las 5 de la tarde, cual la mas inglesa tradición (que ya sabemos traen en la sangre al manejar los chilenos!!)

Parece asombroso que desconozcan el significado de algo que celebran a diario, pero me inclino por pensar que yo no supe preguntar o más bien, que no pregunte a las personas adecuadas dentro del ramillete de las más variadas clases sociales en que participaba.

Una tarde, hace muy poco, recibí “otra” gente en la cabaña y como si de una simple definición se tratara, me relataron de donde salía aquello de “la Once”, mientras el té y las facturas poblaban la mesa de mi terraza.

Resulto que los años de sequía espirituosa, esos que todos los países han tenido cuando acercar los labios al beso pacificador del alcohol está prohibido, nació la tan mentada expresión.

Abrumados por los controles, sosegados a los dictámenes de alguien advenido superior que alejaba sus papilas del reconfortante líquido que tantas veces rejuvenece almas o es simple sustento de vidas mendigas, la gente, el pueblo, a la salida de sus trabajos, incluyo en su lenguaje poco católico y siempre adaptable la expresión “vayamos a tomar la once”.

Al salir de la mina o los salares, al buscar la sonrisa que no se puede encontrar en las manos curtidas y el corazón subyugado, “la Once” tomaba protagonismo.

Eran las 5 de la tarde y la tradición indicaba servir un Té, por tanto, increíblemente aún hoy, un siglo después, en muchos lugares “la once” se sigue sirviendo en delicadas tacitas de porcelana, como para brindarle el respeto y la importancia que por esos días tenía en su vidas, en las vidas de su familia, la de su pueblo y por extensión, la de toda una región.

A G U A R D I E N T E, mejor conocida como “la Once” por sus 11 letras.

Vilipendiada, prohibida, buscada con ansia y bebida a escondidas para dar sentido al sacrificio de cada día; hoy, se confunde entre “tesitos” y panes finos o brutos (dependiendo de la casa), escondida tras la ignorancia de los mas rascas y los más cultos, fiel testigo de la domesticación que en tantos y tantos aspectos, los chilenos han sufrido y atesoran, porque si.

1 comentario:

  1. gracias por esta entrada tan interesante-curiosa, me encanta cuando se logra hurgar ese tipo de raíces.
    gracias otra vez, no me canso: gracias!
    CDM

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