enero 16, 2011

Una experiencia en Rojo y Café - Jack el Inescrupuloso

La mañana amanecía cálida y con ojos cansados de vivir las calles de Ciudad de México, donde la raza y el tráfico se “hacen bola” y vuelven insoportables.
Era una mañana feliz, Jack se embarcaría en un vuelo de Taca con escala en San José de Costa Rica y destino final San Salvador.

En el semblante del viajante constructor de hogares, se mezclaba la euforia madura de abandonar una vez mas esa ciudad que tanto lo veía de visita, con el desánimo de estar a mitad de semana, mitad de viajes, de esos que lo llevaban dos días a cada país cuando se trataba de trotar América Central y el Caribe.

Un Airbus 319 pequeño, auguraba una muchedumbre ruidosa viajando entre tres países del tercer mundo, muchos bolsos multicolores, olores penetrantes y desorden al abordaje.
Viajaba en pasillo a la mitad del avión, líneas de tres asientos a ambos lados, sin mayores pretensiones para un vuelo de 2 horas, que nunca llegaría a inquietarlo.
A su lado, llego una mujer de cuerpo trabajado, por las manos de muchos hombres en sus cortos treinta y algo de años, con su pelo lacio hasta la cintura, pantalones de los que parecen ser parte de una masturbación contínua y algunos bultos no deseados contenidos por ajustadas prendas negras.

En el pasillo de enfrente, una anciana de unos 70 años, con cara de abuelita simpática y dicharachera y en el asiento del medio de esa misma fila, iba ella, “Mamuasel Ivette”, una niña de 22 años, piel naturalmente tostada por el sol, ojos y boca nativos y una figura estilizada pero no abusiva, que bien se escondía bajo un par de jeans sueltos y una blusita de “nena de mamá y papá”.
Ella lo miró antes de tomar asiento, y el ya sabia que probaría un nuevo color de piel muy pronto.

Ambas viajaban juntas, ambas pasajeras de asiento del medio, lo cual significaba una mezcla de tutora y aprendiz para los ojos experientes de Jack.

La voluptuosa era la típica lengua larga, en la buena acepción de la palabra. De aquellas que hablan hasta por lo codos y que al influjo del buen compañero de viaje, contaba su historia como si dos horas de vuelo, no fueran a ser suficientes. Una historia tan repetida que seguramente para ella, tenia un gran contenido de verdad, pero que Jack solo siguió con recortado interés y creyó para comodidad de su acompañante, parte importante de la estrategia para llegar a los ojos ticos que “como sin querer” lo miraban desde enfrente.

Con una hora de vuelo, la “coiffeur” que tenía un alemanzote rico esperándola en su casa de campo de las afueras de San José, ya estaba lista para entregarse a los brazos del forastero, pero Jack, fue muy claro en su interés por la otra niña.
Habilidosa y complaciente, la mujer de amplia charla, empezó a incitar el ánimo de aquella, que se mostraba falsamente tímida, mientras la abuelita que sin querer estaba al medio del show, miraba a un lado y otro y sonreía sonrojada.

- ella quiere que yo me quede en San José, pero yo solo haría eso si tu me lo pides.

Dijo Jack, en medio del avión atestado de gente.
La abuelita codeo a la niña y en esos gestos inigualablemente espontáneos le abrió los ojos como diciéndole, “dale nena, aprovecha”.
Ella sonrió con sus labios gruesos, miro con sus ojos oscuros grandes y profundos e hizo algunos gestos como restándole importancia a la situación.

El vuelo siguió, los comentarios cruzados se pusieron mas participativos y Jack mantuvo su “franqueza directa al mentón” hasta el momento de aterrizar.
Tenerla pegada a su cuerpo, ayudarla a descargar sus muchos paquetes del portaequipajes y rozar su pelo rizado, largo y azabache, terminaron de confirmarle a Jack, lo que el futuro que tenia deparado.

El pasaría a su puerta, en tránsito hacia San Salvador, ella, debía salir por migraciones para llegar a su hogar.
Caminaron unos 30 metros uno al lado del otro, casi sin hablar, desde la manga a la puerta de salida.
Se enfrentaron, Jack la tomo de la cintura perfecta, rozando su piel que se extendía cada vez mas entre la blusa y el jeans sin cinturón, al tiempo que ella se ponía de punta de pies, para mirada mediante, besarlo como si lo amara de toda su vida.

Paso un tiempo hasta que Jack voló a San Jose en su búsqueda.

El hotel de turno era una preciosa casa Inglesa del siglo XVIII, objeto de una remodelación prolija y destino de un ambiente tan afable como distinguido.
Los huéspedes mediaban los 60 años y la tardecita se poblaba de gente refinada que venia a tomar el té, buscando en su restaurante del patio interior, un pedacito de alguna Colonia Británica en algún tropical país africano.

Ivette llego a la noche, impresionante, escandalosa, con unos jeans que asimilaban su piel, unas largas botas hasta la rodilla y una chaqueta tan roja y brillante como el lápiz labial que contrastaba sus dientes impecables en su rostro de sabroso color café.
Era obvio que no pasaría desapercibida.
Una delicada mesa del restaurante fue servida por dos y tres mozos, que ya habían charlado con Jack en sus pasajes previos por el bar y que ahora, entre envidia y admiración, lo miraban con ojos chispeantes, adivinando lo que aquella noche alguna habitación de la vieja mansión viviría.  

Ella comió poco y tomo menos, pronto lo miro con sus cortos años y su larga experiencia y le dijo:
- no me mostraras tu habitación?
No eran mas de las 9 de la noche, algo temprano para invadir aquel espacio de los ruidos de batalla, pero ambos se lo merecían, habían esperado bastante desde su despedida en el aeropuerto y los poros eran pequeños para todo lo que exhalaban sus cuerpos.

La habitación, era como el hotel, un pequeño altillo, decorado dos siglos atrás, con muchos almohadones, cuadritos enternecedores y un desplegar de sabanas, colchas, edredón y pie de cama, cada cual mas blanco o brillante.
Ella, estaba en medio de su período, pero ninguno de los dos podían preverlo, ni soportarían limitaciones.

Jack fue Drácula por un rato, ella fue Gatúbela toda la noche, el cuerpo desnudo en la penunbra, la piel suave y sedosa, la cintura corvada y los muslos fuertes y apretados al influjo del viboreante éxtasis.

La batalla duro hasta que todo el hotel dormía.

Jack descanso como un ángel, viendo a aquella niña dormir a su lado, con sus labios carnosos ya sin rouge, con su pelo desplegado en las almohadas que habían quedado sobre la cama, con su piel aun caliente y siempre tan tan tan suave y sedosa.

Era la primera vez que se acercaba a algo así.
Ella probó que no era aprendiz de coiffeur, ni modelo de ropa interior como le había comentado al enviarle algunas fotos sofocantes entre ambos encuentros.
Se movía tal cual era de esperar y aun mejor, no había queja posible y ahora dormía con la mas merecida paz, marcando la sabana con sus curvas perfectas.

La cama era la muestra inequívoca de una matanza, las manchas rojas habían traspasado todos los niveles desde el pie de cama hasta el colchón. Dedos enloquecidos adornaban las almohadas y los bordes de la cama.
Todo cuanto estaba esparcido en la habitación era fiel testigo de una noche vivida entre dos cuerpos que ignoraron su entorno por completo.
Alguna distinguida mucama, se encargaría del desastre mientras Jack trabajaba y talvez, algún alto cargo aparecería en su cuenta al momento del check out.
Que importaba.

Ella no quiso quedarse a desayunar, se subió el cierre de su chamarra roja hasta el mentón, para que no se viera su top de encaje escotado, que la noche anterior había escandalizado a todo el hotel.

El la acompaño a la puerta, donde un taxi podría devolverla a casa.
Atino a preguntar:
- ¿te ayudo con el taxi?
- Si por favor, mi casa es lejos, muy lejos de aquí.
- Cárguelo a mi cuenta por favor!! Le dijo Jack al taxista que trataba de no mirar lo mejor de aquel amanecer.

Ella lo beso en la escalera y pregunto sabiendo la mentira que el respondería:
- Me volverás a llamar?
- Por supuesto – dijo Jack – mientras solo aquella imagen divina y el recuerdo de una noche que todavía llevaba en el olor de su piel, le permitía dudar del seguro futuro.

- Por favor, llévela con cuidado y déjela en su hogar.
- Si señor, así será, este usted tranquilo.
Ella le regalo su última mirada desde el asiento trasero, el su última sonrisa desde el pie de la escalera, jamás se volverían a ver.

2 comentarios:

  1. No es en sí lo que cuentas...es la forma en que lo cuentas...impecable en muchos aspectos, erótica en muchos otros, sensual definitivamente, algunas veces un poquillo atascadilla...pero eeeeen fin.

    Eeeeeeessss...muy interesante ver la mente tan abierta de la que eres portador.
    CSA

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  2. compartir vida sin juzgar: sabe a acompañarte de alma.

    sincerelly,

    cler
    PD: en cuanto a la forma de narrar: delicioso como para votar "sublime"!

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