- Nunca imaginé que ustedes terminarían! Es tan difícil
de creer!
- - Yo fuí una Geisha cada día! El se lo pierde…
Un aire tibio calentaba por fuera lo que el ritmo contagioso pero todavía controlado del
merengue, se encargaría de calentar por dentro.
Yo asistía casi involuntariamente a la charla de dos bonitas
mujeres, que en un grupo de cinco, habían
elegido aquella Isla y aquel hotel para empapar en buen ritmo, mejor Ron y
porque no alguna Mamajuana, el dolor del abandono.
De hombre y de padre, que me enteraría luego, y que además encierra historia para otras entradas, siempre discretas. Esta próxima, algún día, regada en tragos con agravio de hija dolida.
De hombre y de padre, que me enteraría luego, y que además encierra historia para otras entradas, siempre discretas. Esta próxima, algún día, regada en tragos con agravio de hija dolida.
La frase quedo resonando en mi mente desde entonces, no solo
porque era dicha de aquella forma y con aquella vehemencia, sino porque quien
la dijo, tenía todo para cumplir los propósitos superiores de la leyenda
oriental.
Por años ya, increíble!
Me quede pensando, soñando porque no, fantaseando porque si, con eso de tener una Geisha en casa, cada día y no perdérmelo.
Me quede pensando, soñando porque no, fantaseando porque si, con eso de tener una Geisha en casa, cada día y no perdérmelo.
Supe repetir ideas y sonrisas en silencio cuando algún libro
me traía el recuerdo al presente y supe recostarme para sentir el aroma del Caribe
y con ojos cerrados volver a aquella charla cercana, a una que otra salsa y
merengue disfrutado con pasión y a las tantas, tantas buenas experiencias que
florecieron de aquella semilla sembrada por la casualidad.
Una Geisha.
El tinte de esclava que la fantasía encierra, se esfumaba inmediatamente ante el sueño de la lujuria vivida en la calma y en la furia, por placer propio, de ella, antes que de su amo.
Su amo dueño de nada, receptor afortunado, espectador de primera y última fila, esclavo al fin de los aromas, los deslices y porque no, los desmanes de quien con arte sabe dominar a su dominador.
El tinte de esclava que la fantasía encierra, se esfumaba inmediatamente ante el sueño de la lujuria vivida en la calma y en la furia, por placer propio, de ella, antes que de su amo.
Su amo dueño de nada, receptor afortunado, espectador de primera y última fila, esclavo al fin de los aromas, los deslices y porque no, los desmanes de quien con arte sabe dominar a su dominador.
Por años ya, increíble!
Recordé aquella expresión y la sumí en la más lejana de las ficciones.
Esas cosas que ocurren o solo pudieron ocurrir allá, en el lejanísimo oriente o más allá, en el lugar al que aún no llegamos y donde creo siempre pudimos estar.
Recordé aquella expresión y la sumí en la más lejana de las ficciones.
Esas cosas que ocurren o solo pudieron ocurrir allá, en el lejanísimo oriente o más allá, en el lugar al que aún no llegamos y donde creo siempre pudimos estar.
-
Yo fui una Geisha cada día!
Y se renueva el aroma del manjar servido con arte, mordido
con saña y compartido con picardía.
Y se humedece la lengua controlada por el cerebro descontrolado.
Y se desborda el caldero que cocina nuestras pasiones más honestas, las innatas, las congénitas, las esenciales, las auténticas.
Y se humedece la lengua controlada por el cerebro descontrolado.
Y se desborda el caldero que cocina nuestras pasiones más honestas, las innatas, las congénitas, las esenciales, las auténticas.
Todos mis sueños y fantasías, avivadas hace años ya, increíble!
tornaron en realidad el otro día. Cuando después de cinco horas de retraso, mientras el reloj dejaba atrás las dos de la mañana,
entre a casa y estabas tú.
Se resumieron en tu portaligas blanco, en tus tacos rojos
brillantes y tu pelo negro perfectamente peinado.
En la cena servida y el ambiente perfecto.
En el vino frizzante que solo salió del freezer para burbujear mi sorpresa y enlentecer un grado de mi calor.
En los conejitos que me guiñaban sus ojos de brillante, esparcidos por tu cuerpo desafiante.
En la cama indefensa, lista para la guerra, donde solo espero perder, una vez más.
En la cena servida y el ambiente perfecto.
En el vino frizzante que solo salió del freezer para burbujear mi sorpresa y enlentecer un grado de mi calor.
En los conejitos que me guiñaban sus ojos de brillante, esparcidos por tu cuerpo desafiante.
En la cama indefensa, lista para la guerra, donde solo espero perder, una vez más.
Totalmente encantador, descripción perfecta.
ResponderEliminarUn beso
màgicamente seductor...
ResponderEliminar