octubre 05, 2015

Guatemala - Jefferson

Ayer, dos hechos que se toman por simples y anecdóticos en la cultura de hoy, transcurrieron delante de mí, con el mismísimo anonimato que tantas cosas importantes se replican a cada segundo en el universo,  sin que nos sintamos tocados, aun cuando arrollan y limitan la historia y el futuro de nuestra humanidad.

1 - Jimmy Lester invirtió lo que logra con el sudor de su frente y la inversión de su tiempo de vida en cambiar su nombre a Lester Adrián, ganando una pequeñísima batalla en la guerra que disimula a sus treinta años de vida, enfrentando entre tantas otras cosas: el corset cultural, el prejuicio social y el repudio de su propio padre, el que irónicamente le dio su nombre al nacer.

2 - Un nuevo bebé abrió sus ojos al mundo en el hogar del jardinero que hace de la casa de Guatemala un oasis. Tras la felicitación de rigor y mi curiosidad sobre qué nombre llevaría consigo esta nueva alma, entre dudas que sobrevivían 8 días después del nacimiento, su padre me expreso que seguramente se llamaría Jefferson (con seguridad “Jeferson”, con una sola “f” o talvez “Yeferson”, porque no,  nada raro en un país donde Adrenalina, Diesel, Epson, Brother, Canon, Chelsea, Walmart, Matrix y Mcdonalds están registrados en la Renap)

Dos hechos que cualquiera e incluso todos los que disfrutábamos de nuestra charla nocturna, tomamos como simples y anecdóticos en nuestra pobre consciencia occidental y sobre los cuales  resigne anoche una explicación ilustrativa y no necesariamente iluminadora ante los ojos repletos de un juicio diferente en los demás.
Un juicio diferente al que todo el mundo piensa tener derecho y que exagera abanderando individualidad, esconde en el regazo de las limitaciones y justifica en la simplista defensa del gusto;  cuando en realidad hay cosas universales que no necesitan de juicios diferentes o antagónicos y son válidas en su esencia bajo lo que debiera comprender el sentido común.
Ese impulso humano de poner “mi razón, mi verdad y mi realidad” por encima de las demás, sin revisar siquiera si proviene del amor o la envidia,  de la virtud o el defecto, de la ignorancia o la sabiduría. Ese mismo impulso que refrene anoche y que dejo salir abusando del libertinaje actual en el cual cualquiera puede publicar su opinión hasta sin atenerse a las consecuencias.


El hombre navega la virtud de dar vida, inmerso en su ignorancia, disfrazado en su fe y escudado en su irresponsabilidad, a falta de que la propia humanidad (por ende el hombre mismo) lo haga consciente.

Para no entrar en el infinito y a la vez único hogar de cada familia y la discusión fútil de la trasmisión de valores, que no es más que el resultado final y causa irrefutable de esta espiral circular que arrastra nuestra raza;  me centraré primero en la capacitación intelectual que enfrenta un niño expuesto a los instrumentos de la sociedad y a su cultura.

Si existiese desde los tempranos tres años,  en que los niños de hoy comienzan a mamar el mundo desde los pechos ajenos, devotos mas poco involucrados de un extraño llamado maestro;  una materia llamada “Responsabilidad Humana”, nuestra evolución como raza sería diferente.

Si entendiéramos, aceptáramos y asumiéramos, que con nuestro primer latido somos seres vivientes, pares del resto que habita la tierra (…y porque no el universo)  y que nuestra esencia es la más pura búsqueda de reforzar y preservar la especie, la consciencia humana se extendería exponencialmente en comparación a la estrechez evangelizadora de nuestra historia.

Miles de temas podrían llenar millones de páginas, sobre todo lo que sería diferente si solo pudiéramos lograr ese cambio y asumir naturalmente y sin peso alguno NUESTRA RESPONSABILIDAD;  pero hoy la entrada de blog se llama Jefferson y fue invitado Jimmy Lester Adrián, así que me resumiré al momento del nacimiento y a como condicionamos a esos nuevos seres a los que llamamos Hijos, mucho antes de que aprendan a respirar.


Como en todo hay tres cosas, siempre tres cosas, que definen un algo y que dan base a todo lo demás. Seré agnóstico en mi explicación, para que cada uno “lo ponga donde le guste y le acomode”, porque quien lee del otro lado no paso por su clase de “Responsabilidad Humana” (igual que yo) y es imposible reclamarle sentido común.

Existe un indiscutible punto de partida para todos: la llama infinita, el suspiro de vida, la luz interior, la energía vital, la esencia del ser, aquello que nos “hace” más allá del cuerpo físico, las estaturas, el color de nuestros ojos, nuestro cabello o nuestra piel y ni que hablar nuestra cultura, religión o idioma. Poco importa si tú lo defines desde el lado del “ser”, desde el de “dios” o desde el de la “ciencia”, para tratar de hacerlo universal lo llamare Amor.

Esto está, existe, se transmite y crece al ser compartido más allá de cualquier explicación “humana” y es lo primero que define la conservación de la especie o por decirlo de forma más sensible: la creación de una nueva vida.

Una vez más resumiré este punto y dejare a la libre exploración teñida de peculiaridades de cada uno de vosotros, la simple e inmediatamente detectable diferencia entre traer al mundo un “hijo” que es fruto del amor y uno que nace del descuido, el odio o la violencia y por ende no goza de esa primera cuota de luz, sin importar cuanta pueda recibir en adelante.


Una segunda dimensión que afecta engendrar una nueva vida es la actitud, ese ingrediente embebido en cada cosa que hacemos, menospreciado por todos los que fallan (la gran mayoría) y aclamado por todos los que aciertan. El sentido, la dirección y la forma con la que manejamos esa luz divina, esa energía vital, ese espíritu trascendental que nos permite ser y estar, a pesar de nosotros mismos: nuestra actitud.

Otros millones de páginas podrán escribirse sobre la importancia de la actitud con la cual usamos cualquiera de nuestras herramientas vitales o incluso las superfluas.
Solo nuestra honestidad más pura al mirarnos al espejo, nos dejara reconocer que recibido el poder, no hay nada que determine más el resultado de sus efectos, que la actitud del que lo despliega.

Llevado a nuestra discusión de hoy, nuestra actitud al traer una vida al mundo definirá insoslayablemente entre muchas cosas, la salud de esta nueva vida y con ello sus capacidades para sostener y reforzar la raza humana.
Mucho después de eso, para los avatares de su propia vida.


Y al final esa tercera dimensión, por la cual nos ufanamos de ser Humanos y Superiores y con la cual hemos probado tantas y tantas veces ser inferiores a la mismísima planta que nos alimenta y purifica el aire que respiramos 20 veces por minuto: Nuestra dimensión intelectual.

Aquello que solo es un recipiente listo y casi vacío,  cuando la luz de la vida ya nos inundó y nos hizo ser, aquello que solo será una poderosa herramienta para ejercer el poder que tenemos al momento de definir nuestra actitud.

…y desde nuestra dimensión intelectual le llega a nuestro hijo su primer arma, su primer legado, el primer poder único y especial y la primera cuota de historia trascendental que le entregamos a una vida traída al mundo: Su Nombre.

Aplica para la plantita que ilumina la cocina, para el perro que nos ladra y nos mueve la cola y aplica por sobre todas las cosas, para aquellos que consideramos hijos: sangre de nuestra sangre, indudable mezcla de dos luces existenciales traída a la vida con o sin amor, con la mejor o la más pobre actitud, pero finalmente aquí, respirando, inocente y expuesta a nuestra vanagloriada capacidad de “pensar” que tiene como primer prueba darnos un nombre que nos identifique.


Hasta aquí, ese cuerpecito tan fuerte como indefenso que trajimos al mundo, fue afectado de forma indeleble por nuestro amor, por la actitud con que lo ejercemos y por la profunda y filosofal tarea de darle un nombre que lo identificara para toda su vida, como nuestro hijo y como un ser independiente que con estas tres cosas, enfrentara la inclemencia del tiempo desde la primera inspiración dolorosa hasta el suspiro final.

Por eso y mucho más, esta entrada se llama Jefferson y tiene como invitado a Jimmy Lester Adrián. Porque si tuviéramos esa enseñanza de “Responsabilidad Humana”, muchas, muchas cosas a las cuales luego debemos enfrentarnos, ni siquiera verían luz en el mundo al mismo tiempo que comenzamos a respirar.

Porque nuestro amigo Lester, nos deslumbraría aún más con su capacidad creativa y su entusiasmo si no tuviera que cargar con el peso que ser Jimmy le puso sobre sus hombros cuando aún no podía siquiera definir cuándo orinar. Compartiría libremente todo su mundo, sin tener que invertir vida en su vieja búsqueda, talvez interminable de identidad, que hoy lo lleva por voluntad propia a ser Adrián y lo define en el seudónimo Lesdrian.

Porque ese niño que abrió los ojos en dudoso anonimato días atrás, enfrentaría un futuro más prometedor si sus padres le dieran un nombre digno, un arma para definirse, un poder para despegar, una combinación natural para su apellido,  una casta de honestidad y lealtad que respetar.
No un caprichoso Jefferson.
Jefferson que ni siquieras es un nombre.
Jefferson, el apellido que alguna vez identificó por primera vez al hijo de Jeffer y lleno de orgullo a su familia por ser “hijo de alguien”(como lo fueron los Johnson, los Mendelson y tantos otros), manteniendo la casta de su familia, los valores de su historia y la tradición de sus heroísmos.

Pero este bebe es hijo de Walter, y llevara el apellido de un sajón como nombre adornado con un Morales, Pérez, Gómez o López (algunos de los apellidos más comunes de Guate)

…y así Jefferson Morales, o Jefferson Pérez crecerá en la periferia de una ciudad tercermundista,  en medio de una sociedad con una desigualdad despedazadora que disfraza la esclavitud del siglo XXI como “generación laboral” y que tiene como sueño de más del 50% de su población, el de poder soportar las penurias innombrables de transitar miles de kilómetros para llegar maltratados y sin los ahorros que reunieron en años, a condicionar su libertad en “los estados” (USA) con tal de superar la miseria inescalable que la permanencia en su tierra le asegura a ellos y sus familias.

…y así Jefferson-Jeferson-Yeferson, nunca será Morales de este lado, ni Jefferson del otro y cuando se cansen de mirarlo raro (de arriba o de abajo, talvez nunca de frente) le pondrán un sobrenombre que tampoco podrá elegir y que seguro, como su propio nombre, no eligiría jamás.


Responsabilidad Humana, una combinación casi antagónica de palabras, que nos liberaría de todas las pobrezas de nuestra raza, en un mundo en el que una tercera parte muere de hambre, otra tercera parte de obesidad y la tercera final en guerra por mantener este triste equilibrio terrenal.




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