agosto 25, 2012

San Pedro de Atacama - Un Cuento de Hadas

 
Había una vez un pueblito chiquitito en el medio del desierto más seco y salado del Mundo.
 
Sus calles estrechas y sus casas bajas, se teñían del mismo color rojizo que cubría sus árboles, su agua y hasta el cabello pajoso de sus pocos habitantes. El mismo tono que al atardecer,  tornasolaba  la acanalada pre cordillera y  hasta la nieve eterna de los Andes.
 
Era el oasis clásico de un cuento de hadas, pero con la sencillez de las tierras atacameñas. Exento de paradisíacas palmeras, camellos y dromedarios,  o espejos de agua transparente que alimentaran espejismos a los ojos del visitante.
 
Pero allá arriba, arriba;  estaba rodeado de mil y una maravillas, que lo indicaban como un lugar único en el mundo:  lagunas altiplánicas hogar de pájaros congelados;  campos sembrados de geiser's entibiando la montaña con el calor mas íntimo de la pacha mama; salares interminables,  teñidos al rosado del flamenco y montañas de cristal salino, cobre oxidado, hierro grisáceo o arcilla multicolor.
 
Todo debajo del cielo azul más claro y despejado del planeta, escenario diario de atardeceres en tonos de rosa y oscura pantalla limpia en las noches, para las tupidas constelaciones del sur.
 
Allí estaban ella y él, allí estaba yo.
 
Por tercera o cuarta vez, Sandra había acertado en encontrar algo que alguien más había extraviado, cuando Andres se volvió a comentarme:
 
- ¡Ella siempre encuentra todo!
 
Esta vez ella estaba más cerca y sonriendo escuchó como él continuaba diciendo:
 
- ¡Si será, que hasta me encontró a mí!
- No mi cielo, tú me encontraste - reclamó ella - tú que eres "El Príncipe Azul"
 
Un instante de silencio permitió que el significado de aquellas palabras se impregnara en cada poro de todos nosotros.
 
- ¡Ahora entiendo!  -  atiné a decir, disimulando parcialmente la ternura que me causaba ver una pareja de cuarentones en tal nivel de mimos - ¡Tú te lo atrapaste!, ¡tú te quedaste con el Príncipe Azul!, por eso ninguna otra mujer ha podido encontrarlo.
 
Y como pasa con las dulzuras que se escapan del alma, la noticia se expandió por toda la comarca, asaltó cada carruaje en su camino y no hubo rey ni plebeyo, que no arrodillara su consciencia y reconociera a voces la presencia del Príncipe Azul, tan espontanea y dulcemente distinguido por su Princesa.
 
Y  colorín, muy colorado por la arcilla de Atacama, este pequeño cuento que ojalá siga en las tierras de Santiago para inspirar al reino por mucho tiempo más;    se ha terminado.
 
 
 
 

 
EPILOGO: La vida me ha hecho detallista y atento, lo que me permite escuchar, ver y sentir todo lo que pasa a mi alrededor. La vida me ha hecho también, agradecido. Por eso no podía dejar de escribir, alguna línea, sencilla tal vez, sobre esas cosas simples, esas cosas fuertes, esas cosas que hacen la diferencia en nuestra vida.
Agradezco por compartir gran parte de mi tiempo en Atacama, al Príncipe Azul y a su Princesa.

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