septiembre 17, 2011

Villa Toscana - Los problemas de la acumulacion voluntaria

Un sonidito suave me despertó esta mañana...

Siempre he "dormido con un ojo abierto", esa incapacidad o capacidad de retirarse totalmente de lo real, de entregarse a los sueños más irreales, sin perder consciencia de la realidad (valgan todas las redundancias!!).

Esa capacidad que dormido te deja escuchar los cambios de respiración de tus hijos cuando aún son pequeños y necesitan toda nuestra energía para terminar de desprenderse del cordón umbilical que les dió vida.

Esa que despierto, te permite proyectarte infinitamente en fantasías tan oníricas como posibles.

Hoy fue un ruidito inexistente, un sonido sordo, de esos que no se escuchan con el oído, sino que se perciben, tan fuertes, que resultan más abrumadores que un grito desgarrador.

Mire al costado de la cama, nada se veía caído, al menos nada nuevo. Los pequeños almohadones azules que adornan durante el día y se pierden en la primera batalla, me miraban sin pedir rescate, pero nada nuevo aparecía reclamando su lugar.

Recién después de la reflexión, noté que la lluvia goteaba otra vez sobre el techo de NewPort, como la última vez que estuve aquí.
Un regalo especial este fin de semana, que ayer me entregó sol en cantidades, el color del empuje naciente en cada flor del jardín y una noche en que la luna y las estrellas dejaron el cielo para sentarse conmigo a beber el siempre buen vino, escuchar el crujir de la madera que se entrega al fuego y olfatear las mieles caseras de un buen asado sin apuro.

Un baño suave y caliente logró despojarme de todos los olores que la noche había dejado en mi y que sin culpa había llevado a la cama. 
Ya casi podía sentir el olor del café oscuro de Anna, allá del otro lado del jardín, un poco arriba subiendo escaleras, intentando mantenerse intacto para su único huésped.

Hoy llegaran más, como todos los fines de semana.
Hoy me iré, como casi siempre.

Algún día volveré a estar listo para intercambiar charlas y cuentos de abuelo con desconocidos, unidos en la esencia de gustar vivir lugares como esta Villa Toscana de vez en cuando.
Gustar de retirarse a la realidad, de abandonar la fantasía tantas veces dantesca del mundo que se vive cada día y del que la mayoría solo puede huir los Sábados al mediodía.
Disfruto de mi poder, disfruto de poder elegirlo  un martes, o un jueves o un lunes.

Esquivando charquitos por el costado de la piscina, sin prisa de evitar las gotas que siempre pensé no me mojan, volví a escuchar el sonido de mi despertar.

Mis  pies pisaban firme sobre el balastro y seguían mas allá bajando la escalera, guiados por el olfato enceguecido del café matinal.
Y en el andar, sentía como que me iba desmembrando...como que una "cola de novia" se arrastraba tras de mí, cada vez más pesada, cargando el agua de entre las reposeras y las lavandas.


Al pasar por el buda, la sensación se hizo más fuerte.

Es que el sonido sordo que me perseguía, emulaba los ojos de los pájaros que nos observan y no podemos ver.
Una sensación como la que me trasmite tu mirada mientras yo haciéndome el distraído, trato de demostrarte que soy el hombre de  tu vida.
Esa sensación, ese sonido inexistente,  que explota como un grito en mi nuca y me deja encontrar al mirarte,  el brillo de tus ojos encapotados y una mueca de sonrisa peculiar en tus labios. La mueca final de un pensamiento maravilloso.

Lo mire a los ojos, pero el buda de piedra no me estaba mirando, entonces habiendo frenado mis pasos y con las gotas presentes en mi hombro, eche un vistazo hacia atrás.

En la escalera, a pocos metros, algunas bolitas pequeñas, redonditas, inexistentes, se disolvían suavemente en el oscuro de los ladrillos.
Mas cerca, como dibujando una doble sombra de mi cuerpo bajo un sol inexistente, se desparramaban  y se iban diluyendo.

Asombrado llegue a mis talones para verlos brotar, tan redonditos, tan silenciosos, tan rojos y brillantes, tan vivos y excitantes...para desaparecer después del primer golpetear en el piso, después del primer rodar entre las plantas a la vera del camino.

El primer instinto fue echarme a correr, pero las sombras no te abandonan, allí están, atadas a ti... y al andar, solo lograba contagiar otros rincones del camino, tan corto pero tan interminable esta mañana entre la habitación y el café.

Tras el pavor de la sorpresa inicial y viendo como seguían fluyendo  -  ahora en más cantidad, no solo por debajo de mis jeans, sino ya de las mangas de mi abrigo empapado y hasta recorriendo mis hombros desde el cuello en su búsqueda frenética - sentí que debía sonreir.

Nunca me había pasado y la sorpresa me llenaba de un misterioso placer.
Como todas las cosas que desconocemos, se auto-explican al pasar y mientras los miraba repiquetear y desaparecer detrás de las Hortencias, meneaba la cabeza sonriente pensando,

 - claro, es lógico, ya no los puedo contener.

Mi universo se enfoco en contemplarlos.
La lluvia y el olor del café se esfumaron en uno de esos instantes eternos y eran solo ellos, abandonándome, fluyendo ahora hasta de mis orejas y mi boca siempre sonriente.
Eran parte de mi, parte importante de mi, pero no dejaban ningún vacío al marcharse.

Era como la sensación de ese primer día de escuela en que sueltas la mano de tu bebe para que entre al mundo de las sillas pequeñas y los otros niños disfrazados en delantales.
Es como cuando acudes a la boda de aquella mujer a la que la deseaste lo mejor  y  nada evitara que llegue a abrazarte en silencio y con sus ojos te deje entender que acepta que allí, a la mitad del camino, termino su destino y que tú debes seguir.

Entonces llene mis pulmones, el aroma del café volvió a invitarme, tranque los labios sin morder y comunique un alerta de cierre inmediato a cada poro,  para ya no dejarlos escapar.

Gire la cabeza,  ya ninguno quedaba en el camino andado y el buda parecía guiñarme el ojo desde su pedestal.

Subí la escalera como hinchado y los rendí a nuestro desayuno, allí frente a la ventana medieval, entre los cuadros viejos y los palos de golf, saboreándolos en las tostadas, la mermelada de frutilla y los pancitos dulces.

He acumulado voluntariamente, tantos, todos mis besos para ti, que hoy, no he podido contenerlos,  y en tu búsqueda, muchos se han suicidado amorosamente en el jardín de la Toscana y no lo he podido ni querido evitar.

4 comentarios:

  1. increíble...desborda el sentir.
    Han vuelto las musas a raudales.
    Felicidades!
    y Gracias por compartirlo como siempre,
    Cler

    ResponderEliminar
  2. Wuau, lo sentí en todos mis sentidos (valga la redundancia) aromas a café, lluvia en la piel, brotes del alma, besos aun por entregar. Me has dejado la piel aun, mas sensible!!! Suspirando profunda y relajadamente, con los ojos cerrados, imaginando tu Toscana.
    Un beso grande, un beso inmenso.

    ResponderEliminar
  3. el sentir a veces es tan fuerte....que traspasa la realidad,no es necesario estar cerca para sentir esa sensacion de que esta ahi....te entendi perfectamente porque me ha pasado,ademas de que tu relato es excelente despierta toda sensibilidad

    ResponderEliminar
  4. RECIBIDO, COMPARTIDO, INMORTALIZADO

    Ay la Toscana. Esa imagen es tan delicada. Toda la historia lo es.
    "Lo inefable" ... quién lo decía? Delmira Agustini.
    LT

    ResponderEliminar