septiembre 04, 2011

Desde al Baúl - El rescate de un instante - Primero

PROLOGO: Es como una ley nunca escrita, los días de sol radiante nos animan a soñar, a proyectar  futuro;   pero los de lluvia, los grises, los de tormenta, animan recuerdos, dan vida a lo ya dicho y vivido.
Solo el tiempo y la madurez nos enseñan que finalmente, todos, merecen ser vividos y disfrutados instante a instante, sin importar lo que allí afuera o allá afuera,  pase.


Pero hoy volveré a los preceptos adolescentes y aprovechando que este Domingo me tiene inusualmente metido en la cama alternando los truenos, las ráfagas de viento y las lluvias repentinas que Santa Rosa nos envía para prevenir su llegada;  este Domingo que por supuesto ya puse  a Silvio a cantar sus letras más tristes para mí;  este Domingo que he llenado esta cama grande de papeles, recortes, fotos y cartas;  comenzaré a compartir con ustedes cuentos viejos, entradas de blog  suprimidas en algún momento de emoción profunda, canciones que revuelven y porque no, alguna página no pública de ese diario íntimo inexistente.


Montevideo, Mayo del 198X (antes de mis 20 años)


Escurría sus paños el cielo de otoño, en una de esas primeras tardes cuando Mayo comienza a azotar la ciudad.
No solo la tarde era gris, allí, detrás del vidrio, muy pegado a su fría transparencia, como si imitara las legras de Discépolo, Jonantan,  dejaba ver el gris dentro de sí y parecía que la humedad del día  habitaría sus mejillas por algún tiempo más.
Talvéz era solo una de esas tardes en las que todo Jonhatan se acerca a descargar su melancolía en un frio cristal.
Cuantas veces necesitamos ver llorar a otros, para reconocer aquellos motivos o recuerdos que nos hacen, nos hicieron o nos harán llorar.
Mas aún si eso nos rodea, como hoy el cielo lo hacía, como lo hacia la naturaleza, porque todo había entristecido a su alrededor.
Una cara de alegría menguada se apoyaba en dos puños cerrados, tan frente a sí, que no necesitaba  abrir sus ojos para verla.
Era muy fácil perderse en sus ojos mientras la observaba.
Era el pasaje a tiempos y lugares pocas veces recordados.
Una travesía tan larga como el cruce molecular del cristal, tan frío aquella tarde.
Pero cuando un pestañar rompía el absorto infinito, se dejaba ver el cuerpo de ella, muy cerca del frio cristal, talvéz dentro, talvéz solo otra imagen reflejada, buscando el profundo secreto de sus ojos.
Fuera, las gotas trazaban sus hendiduras en los charcos, muchos charcos que esta larga lluvia había formado. Como cuando esas gotas amargas de nuestra propia tormenta, remueven aquellas ya empozadas en el alma, incisivas sobre esa úlcera que nos llaga el corazón.
Lentamente el agua se fue escurriendo por las orillas de la calle y en el centro de ellas, allí donde quedan esas gotas que nunca se van, brotó ese haz de luces multicolores, que cuando pequeño nos maravilla al terminar una tormenta y cuando grande se vuelve cada vez menos recurrente.

Con el primer rayo de sol en el cristal, el eterno lazo tendido entre los ojos de él y de ella, comenzó a consumirse.
Parpadearon como cuando se despierta de una hipnosis, donde las cosas anteriores se olvidaron, el corazón late fuerte y parece que una calma inmensa deja caer su peso sobre el alma.
Un intenso y repentino despertar, provoco el giro de ambos rostros, que contagiados de la primer señal de tibieza, dejaron recortar en sus labios una sonrisa.
Ella estaba allí, junto a él.
Discépolo se había marchado, con esa actitud de "viejo canchero" que adivina la situación.
Por un instante difícil de medir,  la lluvia había removido su interior, internándolos en un viaje, de esos que tantos tienen.
Ahora el sol ya se deja ver casi en su mejor perfil, los colores brotan de las gotas tardías como nunca, el cristal se entibia lentamente y ya no interfiere sus miradas.

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