mayo 18, 2011

Santiago de Chile - Todo se da y se recibe en este vida

Santiago amanecía fresco y la última muda con idéntico pantalón, parecía refrendar su acertada intuición al momento de armar maletas. Salía temprano, calmado pero con inusual prisa, porque debía volver pronto para tomar las penúltimas tres pesadas valijas de su mudanza 61 y partir al aeropuerto.

Era el tercer día que caminaría con “kung fu”, esta vez con al menos una sola oficina que visitar y desde la cual volver con todos los papeles paseados los últimos dos amaneceres, por fin listos.

Al cruzar la puerta con su paso firme y decidido, con ese caminar “siempre derechito” como le había dicho una vieja amiga desconocida días atrás, al recordarlo de su niñez en la lejana San Carlos, escuchó una voz que cruzaba la calle hacia él.
Con el instintivo, - perdón? Espero que le reiteraran la pregunta.

- Como llego a Vitacura y Padre Hurtado?

Más acelerado que él, pero con un bastón metálico con posabrazo, un hombre unos 20 años mayor caminaba en el sentido contrario.
Mientras esquivaba las hojas de los fresnos dorados con el otoño del sur, masticó el mapa de Santiago rápidamente para guiar al alborotado caballero.
Con solo la señal de su gesto, el caminante entendió que sabría instruírlo y gano la mano en la charla:

- Eres argentino y conoces más de Santiago que yo!

- Uruguayo – le dijo – una respuesta instintiva que había cosechado en muchos años dando vueltas por el mundo.

- Llégue a la esquina, doble a la izquierda hasta el primer semáforo, a la derecha una cuadra hasta el siguiente y luego, a la izquierda hasta llegar a Kennedy…

Mientras el hombres seguía hablando sin parar, explicando que era de La Serena, tenía hora para el odontólogo y la llave de su auto había quedado atrapada dentro de él, seguramente en uno de esos errores que se cometen cuando un café no desayunó el día, la hora de salida fue tardía y la calma no es parte del alma. Volvió a mirar al transeúnte y definió que jamás llegaría caminando a su destino, más menos unas 40 cuadras de allí.

- No puede ir caminando - dijo entonces - busque un taxi en la esquina e indíquele, en 10 minutos estará allá.

- Es que soy de la Serena, repitió, las llaves se me quedaron dentro del auto y todas mis cosas allí. No tengo dinero para un taxi.

En el instante siguiente, en el tiempo que se demoró en meter la mano en su bolsillo, extraer uno de los tantos billetes de 10000 que se habían acumulado el día anterior para pagar los costos administrativos de uno de sus mejores momentos y pasárselos al transeúnte, analizó cuanto pudo.

Era un hombre alto de cabello canoso rosando sus hombros, lentes de marca y cara de vocación aburrida. Vestía una camisa celeste no muy bien planchada; pero el mundo anda no muy bien planchado y alguien con la camisa bien planchada no deja las llaves dentro del auto. Saco jaspeado con mucha historia y pantalones “Microsoft”, muy chilenos. Con excepción de la camisa y el bastón gris metálico, todo era exactamente “caqui” como indica la moda y porque no, el espíritu en este país.
No podía estar a las 8 de la mañana embaucando personas en un barrio residencial de escasísimo tráfico y “el cuento” no tenía porque tener la delicadeza de incluir una ida al odontólogo.

Le hubiera dado las “diez lukas” igual, pero se sentía mejor si avivaba su mente a velocidad normal desde tempranas horas.

- En serio? Te pasaste!! - Dijo el hombre esgrimiendo una sonrisa de sorpresa.

- No camine es muy lejos, tome un taxi – le dijo – mientras se alejaba para retomar su ruta nativa.

- …y como te los devuelvo - le grito el hombre de cabello calvo, cuando ya estaba a 20 metros.

- No me los devuelve!

La mañana era fresca, el cuello ausente en el sweeter hacía que su sudor natural se congelara allí donde 10 días atrás había acumulado tos heredada de los cambios de temperatura en Rio de Janeiro.

Era una mañana especial, el día anterior había comenzado a caminar dos sueños.
Uno sembrado por casi dos años en su cabaña de los Andes y que llegaba a su recta final; otro que brotaba de los designios del destino, con la misma antigüedad que aquella primer visita al Arrayan, pero que añejado caprichosamente antes de llegar, deslumbraba hoy su pecho, cuando ya todo estaba listo para acontecer.

Sonrió, pensó como siempre que todo se da y se recibe en esta vida; recordó las decenas de buenos deseos, reconocimientos de alma y muestras de cariño recibidas el día anterior premiando aun más su sueño y siguió “derechito” para convencer a un gobierno, de un pequeño país cercano, de que debía dejarlo llegar a casa con sus “petates”, sin cobrarle impuestos por ello.

1 comentario:

  1. es verdad, el mundo mientras gira desparrama también pétalos. te llover◙n muuuuuuuuuchos,
    besote,
    cler

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