Hoy di una vuelta más antes de irme a la cama.
Revise las fotos de mis niños que pululan por la casa, entre
las copas de la cristalería, la alacena y los platos, bajo los cuadros o sobre
los baúles, en todos los lugares donde miro, porque desde siempre estuvieron
allí para que pudiera encontrarlos, siempre.
Pensé en escribirles un “te amo”, antes de irme a dormir,
pero supuse que los preocuparía, así que dejo mi amor de siempre, inmenso e
incondicional en estas líneas.
Como es habitual estos días, estas semanas y estos meses, mi
“hasta mañana, te amo” fue para Whisky que se acostumbra a ese sonido que
antecede el apagado de la luz y mi encierro por una noche más.
Son días de crecimiento, por muchas razones.
Porque así lo siento, porque así lo cree mi terapeuta, porque así lo demuestran
mis resultados y porque así se refleja en la forma en que la gente me ve,
extraña hoy para mi, como el Ismael de ayer, el de siempre. Ese que hoy me
suena tan lejano y a veces, envidio y otras, agradezco haber encontrado la via
de dejar atrás.
Hoy ha sido un día gris, un ciclón se anunciaba y pasó, pero
sin sacudones, sin violencia. Ciclones mas peligrosos aun que nos frenan y nos
obligan a mirar adentro, a entender donde estamos, como estamos y con quien.
Puse mi vaso de hoy sobre “Hablemos de Vino” que oficia de
libro de cabecera y mesa de noche por estos días y me decidí a escribir estas
líneas, esperando siempre por esa inspiración bendita que me atraviesa y baja a
mis dedos.
Hoy no parece estar, hoy no parece querer asombrarme, pero
el solo registro del momento me regala dos cosas: hice lo que sentí y pasado
mañana, cuando vuelva a leer esto por tercera o trigésima vez, recordare como
me siento hoy y será ineludible referencia del pasado, para entenderlo como tal
y sentir que ese futuro que será presente, siguió el proceso correcto, el sano,
el limpio, el que me lleve a lo mejor de mí.
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