mayo 10, 2013

Desde el Aire - La huella digital

Prólogo: Hace muy poco tiempo, una persona a quien le tengo gran cariño, empezaba a compartir el dolor por la muerte de su hija, a través de una foto en Facebook.
La foto mostraba a su joven y amorosa descendiente, riendo junto a tres amigas en un bar y al pie su mamí escribía minutos despues de la funesta noticia: "
My girl having fun with her friends just about 3 hrs before. My baby was HAPPY!!! God bless her forever".
Un accidente de tráfico le quitaba a ella y a todos quienes la amaban, esa vida rebozante de luz que aún vive en lo ojos de la última foto de su Perfil de Facebook.



Nunca me han gustado los velorios, participé del primero y último cuando contaba no más de catorce años.
Tradicionalmente los médicos los recomiendan por aquello de asegurar el estado del difunto.
Los psicólogos para que  se realice el necesario duelo y las lágrimas expiadas sobre el cuerpo de quien amaremos por siempre,  laven un poco del pesar que nunca se retirará de nuestras almas.
Los seres mezquinos acuden a ellos para disfrutar de esa pena, los falsos a presentar ese respeto que no le tuvieron en vida y las buenas gentes a tratar de contener a los que han perdido una parte de sí y a los farsantes de siempre que simulan la perdida.
Las religiones, poco me importa porque apoyan o no los velorios.

Lo cierto es que ese ser se ha ido de este espacio donde vivimos nuestra vida conocida y si vuelve, seguramente no podremos reconocerlo y jamás será igual.
Entonces nos queda el lugar triste para visitarlos en un cementerio o una urna que sin querer tener mantenemos, y los recuerdos que por simple humanidad como siempre, resaltan lo mejor del camino de aquel ser y van borrando lenta e inexorablemente lo no tan lindo que haya dejado.

Antes, un antes no tan lejano, hace solo veinte o treinta años atrás, uno podía intentar huir de los recuerdos dolorosos y recurrentes limpiando un armario, metiendo en el altillo o en el cajón qué nunca más se abrirá aquellas fotos y pocos bienes personales que por momentos parecen perseguirnos.
La memoria selectiva y el inconsciente traicionero podía ser controlado, dándole espacio a la absorción de todo lo nuevo que desfila frente a nosotros y quitando de la vista, hasta cariñosamente, por propia salud, todo lo que recordaba a quien no está.
Pero hoy, hoy las cosas han cambiado.
Ya no son los cinco o diez rollos revelados al año de fotos compartidas, sino que son cientos o miles de gigabites en imágenes íntimas que ni siquiera tenemos certeza de donde están.
Fotos que no se encuadran en el marco desempolvado para abrazar, sino que nos visitan, a veces hasta nos persiguen en todo lugar.
Hoy son 1, 2, 3 o más perfiles públicos que pululan en las comunidades web, esos lugares que hacen a esa vida virtual que todos tenemos en algún grado y donde muchas veces somos falsos, pero muchas  otras somos mas honestos que en el diván de terapia.
Son el centenar de cartas e invitaciones que nunca dejarán de llegar al buzón de todas las últimas direcciones donde hemos vivido.
Son las ropas, alhajas y perfumes que el consumismo nos ha permitido prestar, dejar de paso u olvidadas por cuanto lugar hayamos pasado.
Son las quince cuentas de email que algún día por límite de espacio excedido algún software bloqueará y por no uso,  otro software borrará sin remedio, pero tarde, siempre tarde.

Es la huella digital que dejamos atrás sin remedio, porque estoy seguro somos contados los que al estrellarse el vehículo donde vamos, al sentir el ataque implacable del cuerpo enfermo o al recibir el impacto esperable o inesperado de la muerte, hemos entregado a alguien todos nuestros usuarios y contraseñas, nuestros nicks, pins, puk's y URL,s, nuestras credenciales y pasaportes digitales.

Estoy seguro somos muy pocos los que tenemos un albacea incómodo, que se quede cuando no estemos, totalmente actualizado con la info necesaria para borrar nuestro paso por completo.
Borrarlo, para evitar el encuentro fantasmal con un perfil de alguien que sonrió hace ya mucho. Para evitar la impotencia de tener un espacio común y feliz donde inconscientemente volver a sufrir sin poder borrar aunque apretemos el botón "delete" con toda nuestra rabia.
Para evitar el dolor punzante y contínuo del nombre que adoramos diariamente en nuestro buzón, como gota de agua que horada el centro mismo de nuestra cabeza o nuestro corazón;  esa gota que a veces menospreciamos pero que por constante e inevitable tortura el alma.

Mi alma de emprendedor,  mas de una vez me ha dicho que hay un negocio allí pero por simple moral ni he querido analizar en la web si existe ya la competencia.
La funeraria virtual que vele y de sepultura a nuestra vida virtual.
La empresa de mudanzas que empaque todos nuestros "upload", los indexe y los disponibilize en un plan con caducidad negociable bajo estricta seguridad.
El forense digital que se interne en las vísceras de nuestro mundo virtual, para diagnosticar de cuantas formas vivimos, cuanto compartimos, cuanto ocultamos y cuán lleno esta el ciberespacio de nuestra huella digital.




1 comentario:

  1. Alguien para mi muy querido pasó a una vida mejor, es bueno pensar que asi es.
    Quería cancelar su Facebook, pero no puedo, justamente por no tener su huella digital, pero la gente igual sigue poniendo comentarios en su wall, como te extraño, ya estaremos juntos, pronto nos veremos, etc masoquismo??? y creo no tener el derecho de quitarle a la gente que lo siga haciendo.
    Me encanta como escribes, tal cual lo siento pero no se plasmarlo.
    Un beso.

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