Algún soñador del directorio decidió que todo
se puede usar hasta medianoche, tal vez esperaba mi llegada, tal vez solo espera
que alguien cumpla los sueños que él, o ella, no cumplió
Alguien llega por el acceso del Sur.
Dos personas, tal vez una pareja.
Llegan a las gradas y vuelven hasta la puerta
automática, una de ellas.
Tal vez la más curiosa, la más cuidadosa, la más
miedosa. Tal vez.
Como no hago nada más que navegar mis
pensamientos que tratan de explicarme qué diablos hago aquí y porque no estoy
allí, allá o más allá, detecto cualquier movimiento a mi alrededor.
Finalmente vienen, dos, tal vez una pareja.
Marchan como soldados, paso firme, decidido y enfocado, inusual para las once de
la noche en la piscina de una torre de playa en Miami Beach. Marchan.
Me consterna verlos parar con los pies muy
juntos, justo unos centímetros antes del agua, ambos, juntos, erectos, con el
mentón pegado al cuello, mirando el agua.
Parecen hablar, están a metros de mí, pero
están solos.
Él tiene el pelo muy corto, un mechón muy
enrrulado cae por delante de sus dos orejas emulando los dos cordones blancos
que cuelgan del lado derecho de su cintura.
Una semiesfera negra cubre lo que en otros es
la primer pelada y en el inexorablemente lo será, si ya no lo es
Ambos cubren de negro su cabeza, de blanco su
torso y de negro sus piernas.
Supongo no les importa con que lo cubren, eso
parece.
Giran sus cuerpos y enfilan directo y sin
pausa hacia el jacuzzi.
Suben los tres escalones, el respinga la nariz
mientras acerca sus anteojos trasparentes y pequeños, detrás de los cuales se
pueden adivinar ojos claros, al selector
de encendido, por supuesto no lo enciende.
Ella me demuestra que es quien marca el paso,
el de ambos, enfilando hacia la esquina opuesta, para mirar hacia el lado del
mar, donde nada se ve porque está lleno de lindos árboles que a la medianoche
son solo sombras; ambos miran.
Parecen hablar.
Bien formaditos enfilan la escalera en bajada
y a solo dos escasos metros de mi pecho desnudo, ella vuelve a dirigir la barca
y se vuelca a la izquierda.
Con una sonrisa que no pueden ver en mis
labios, adivino que él jamás me vio y trato
de explicarme como alguien puede seguir tan ciegamente los pasos de otro.
En lugar de pasar frente a mí, giran alrededor
de la piscina.
A él no se le mueve ninguno de sus rulos. La
luz azul reflejada por el agua me deja ver los dientes de ella, que sin dejar
de comentarle sobre mi presencia sonríen nerviosos.
Imagino como una suave y poco habitual
corriente eléctrica sube de sus tobillos hasta su entrepierna por debajo de la larguísima
falda negra.
Yo imagino, tal vez no ocurre.
Los humanos que conozco no reaccionan así, no
mantienen un paso firme e irrevocable y un cuello erguido que sostiene una cara
impávida ante un semidesnudo medianochero aparecido de sorpresa.
Se paran frente a la escalera que da a la playa,
los ilumina el letrero de EXIT.
Dentro de mí, sueño que los penetre esa luz roja y los
despierte a sacudones en un EXIT a fuerzas, inexpugnable
Pegan el mentón al esternón, parece que hablan
y giran su cuerpo para renovar la marcha.
Por un momento dudan y yo sonrío.
Sera que todo lo que pasa en mí, llega a ellos,
y por un segundo les impido ser ellos mismos?
Sera que deben evaluar si no será dañino
volver a pasar delante de mí y perderse por la misma puerta que entraron?
Sera que presienten lo que estoy pensando
escribir y al encontrar la coincidencia con la voz que desde su interior los
martiriza cuando no deben rezar, deciden huir?
Sera que huyen? Sera que no saben o saben más ,
y todo esto solo vive en mi mente ociosa de piscina nocturna.
Tal vez nunca lo sabré, se escurren por el
acceso del norte.
Ella lleva zapatitos verdes fluorescentes,
chatitos, pero brillantes.
Como sus dientes nerviosos que al verme
tumbado semidesnudo en la reposera, no pudieron evitar iluminar su rostro.
Pero todo eso son ideas mías, menos los
zapatitos verdes fluorescentes.
El ser humano, el que conozco y el que no, se
revela en los detalles más pequeños.