La playa que baña mis días actuales es
cambiante, voluble, movediza, como todas las playas de la vida, sin que ello
nos exima de la búsqueda tan humana de preverla, pronosticarla, adivinarla y
con ello convencernos de que sabremos enfrentarla con mejor propiedad cada vez
que nos aventamos al agua.
La de hoy amaneció poblada de algas, de las
que flotan caprichosamente en los primeros metros de la orilla, amedrentando a
aquellos que se animan a cruzar la barda de las que los retienen en los
primeros metros de arena húmeda.
Resulta gracioso ver, igual que en todas
las cosas de la vida, como la gente reacciona en formas tan dispares a la costa
bañada de algas del día de hoy.
Una parte, inmedible pero conscientemente
mayoritaria la mirará desde lejos y se sumará a los que ni siquiera le echan un
vistazo ya, acuartelándonse en sus
trincheras de supervivencia, donde la vida los pasa sin que la vean o la
frustración por las últimas gotas de conciencia, les asegura seguir sufriendo el reflejo
autónomo aprendido al nacer: simplemente poder respirar.
De los valientes e intrépidos que llegan hasta
la orilla, se alimenta la humanidad dudosa y se nutre la vida llena de colores.
Allá atrás se levantan las carpas y se
extienden los campamentos de lo que llegan por figurar. Saben que estar ya suma
y deben ser al menos espectadores para poderse simular protagonistas, cuando la
fiesta que montan a su alrededor para huir de su realidad apaga las luces.
Al medio, algunos de los que resignados en su
incapacidad de rebelión, mantienen la
consciencia mínima de tratar de aventurar a su descendencia, como dijo Serrat "sin
saber el oficio y sin vocación".
Delante, los que se debaten ante sus miedos o
se rigen por sus convicciones para enfrentar al mar.
Algunos se acercan con cara de asco, relegando
de esa obligación socialmente impuesta de participar, masticando su mezquindad
y maldiciendo el teatro de tener que figurar en la orilla. Esos encontrarán
pretexto en el mar, culparán a las algas inmundas y darán media vuelta después
de mojarse las manos, el pecho y el rostro, como si ellos le dieran oportunidad
y la vida se negará a aceptar tan generosa oportunidad de contarlos en ella.
Otros caminarán la orilla, cavilando cual será
el lugar donde habrá menos algas para hacer menos riesgosa y porque no inmunda,
su zambullida al placer prometido del
mar.
Irán y vendrán, brincarán con el roce áspero a
casa paso, entrarán y saldrán muchas veces con giros de espanto y manotazos
defensivos... y cuando lleguen, si llegan, no mucho más allá de la orilla,
estarán tan ocupados en detectar cualquier alga que se les acerque, que serán incapaces
de sentir el placer real de sumergirse en el mar, en la vida misma; la
tibia existencia que nos mece, mientras a otros los castiga o los ahoga.
Los consistentes simplemente entrarán,
cruzarán con más o menos indiferencia el cerco de la orilla y se abrirán paso
en línea recta al mar.
Se sumergirán para dejarse inundar, entrarán y
saldrán de las aguas, buscarán las ondas más pronunciadas o los bancos de
arena, da igual, no hay recetas para la vida, como no las hay para el mar.
Entre ellos habrá quienes nunca notaron las
algas, quienes las cruzan conscientemente con voluntad febril y atenta y
quienes se toman su tiempo para disfrútalas, entendiendo que allí también hay
vida para explorar.
Los que entienden que no hay rosa sin espinas,
que el gris también forma parte del paisaje y que todas las cursilerías que
algunos rescatan en las canciones que gustan a los más viejos, son rescatadas
de la vida, de aquellos que la vivieron o que no lo hicieron y en su
remordimiento nos alientan a probar.
Entreverados en todos ellos, inconscientes y
felices, los niños aun no teñidos de sapiencia, incautos inmaculados, que aún
no hay sido infiltrados por el virus del miedo, correrán por encima o harán comidita
con las repugnantes algas y perseguirán los espantosos crustáceos que viven
entre ellas y que los adultos creen los persiguen, cuando en realidad, carentes
de lo humano, huyen de nosotros.
Hoy la costa está llena de algas y la playa se
pone sociológicamente divertida, aunque nada es igualable a los días en que las
olas se llevaron la arena y las rocas pinchan los pies de los bañistas, o aquellos en que las medusas traicioneras eligen acercarse a la
orilla para hacernos reflexionar.
Ahí, cuando la vista, el olfato y el oído se
unen al inútil sabor amargo de la duda, y solo nos queda el tacto inevitable y
reactivo definir si seguimos adelante, ahí "se ven los pingos", ahí se amontona la raza en la periferia, se
demoran o regresan los cautos invadidos del miedo capital y se zambullen
sin pensarlo los atrevidos que no dejan ningún segundo la vida pasar.
Tal vez por todo esto, por no solo ver culos y
heladeritas con cervezas, gente recauchutada o esperando recauchutaje y el
reloj que les marca el horario del estómago o el límite entre el sol que mata y
el que da vida, tal vez por todo esto
hace años he elegido erigir mis casas frente al mar, cerca, muy cerca de la
costa, para no olvidarme de todo lo que cruzo cada instante que enfilo hacia
playa para zambullirme cada vez con más
ganas en la vida.
Antes que nada decir que leerte es poder hablar un rato contigo de esta manera, de estas cosas, algo lejano estos últimos tiempos por las circunstancias de la vida.
ResponderEliminarSegundo contarte que estos niveles de consciencia contemplativa pueden ser interesantes (como todas las cosas, siempre que te hagan bien). Yo a veces, particularmente, tiendo a llevarlos a extremos de tal magnitud que partiendo de una observación sociológica como la que tan bien describiste puedo, llegar casi al momento mismo del big bang.
De allí llego a lo que me trajo a la mente leer tus reflexiones, la frase que me pienso tatuar (literal, no metafóricamente) en estos días, ese tatuaje que permanece allí omnipresente, para recordarte cada día una de esas verdades rectoras, de las que no debes olvidar:"Piensa Menos, Vive Más".
Abrazo,
Angel
Cómo dice Angel, leerte es como hablar contigo.
ResponderEliminarEn ésta me quedo con los niños y su dulce inocencia. La mar y sus ciclos hay que entenderla pues es totalmente femenina.
Un beso grande, un beso inmenso.