Devoré con la voracidad esperable las últimas páginas,
que amontonaron años en ese mismo ánimo adivinable del que cuenta o escribe.
Esa urgencia por terminar.
Esa peculiaridad tan humana y tan general que resulta difícil de criticar.
Ese deshacerse en
el esfuerzo de saborear el caramelo, desembolviéndolo despacio y controlando el
impulso al llevarlo a la boca, para luego, mucho antes de consumirse en nuestra
lengua, mordisquearlo con desidia injustificada…da igual si resulto pésimo,
desalentadoramente indiferente o excepcionalmente sabroso.
Humanos previsibles, salvo espectaculares excepciones de
las que adoro encontrar, milagro que claramente no sucedió con Isabel.
Años atrás, me paso con Mario, pero para aquel entonces
aun no había aprendido a pedir, mucho menos a aceptar lo que se me daba y por
supuesto, ninguna de esas dos virtudes las clamaba a gritos en público o las
escribía atrevida-mente en las páginas de una web que para entonces remojaba pañales.
Fue en "Gracias por el Fuego", con todas
las expectativas que en aquellos años aún no aprendía a desalentar, donde
Benedetti me desilusionó.
Me eche la culpa como también lo hacía entonces por casi todo: “… no sabes nada Carlitos, tu cultura literaria es menudamente pobre, tú no sabes nada de la vida y además tienes la mala combinación de tu ego y tu impotencia meciéndose sobre ti ”.
Y así salve al reconocido escritor Uruguayo que la
humanidad laureaba, que todos esperaban sombríamente muriera para consagrarse
aún más como leyenda, para nunca más volver a experimentar una sola línea por él escrita, refugiándome en las estrofas caprichosas del "Te Quiero"
que con el corazón abierto había cantado en mis años mozos y con sangre se
sostenían como poesía universal: "...y en la calle codo a codo, somos
mucho más que dos".
Los años han pasado y la única dimensión real – el tiempo
- ha operado sus efectos sobre mí. Los muchos libros que el tiempo me dejo
leer, las múltiples humanidades que la expansión de mi mundo me obligo a
compartir, la indiscutible capacidad de hacer que me distingue y ese ego que se
ha rebosado varias veces el tamaño excepcional de mi copa para perderse, como
lágrimas que se comparten humedeciendo una sonrisa; me permiten pedir y estar atento a aceptar,
que alguien salve a Isabel.
Quiero fervientemente volver a leerla.
Es chilena, es Allende, es mujer y hasta bonita, es prolífera
y reconocida, necesito que alguien la considere también admirada y ojalá amada,
para que algo de todo eso me permita entregarme otra vez a sus letras.
Por favor sálven a la Nobel Isabel.
Díganme por favor que alguno de sus libros no es una
sucesión dolorosa e intrincada de desgracias.
Muéstrenme que dentro de su excelente uso de la
referencia histórica, puede salvar a por lo menos un ser menos humano y una
historia, o un capítulo deprendido, o un pasaje, una cita efímera aunque solo
sea, de existencia virtuosa.
Es que me cuesta aceptarlo…
Como me costó aceptar las tremenda-mente violentas
trilogías nórdicas fugazmente famosas años atrás, aquellas ya olvidadas de la chica del tatuaje
X o la que jugaba con un cerillo, o
quien sabe que otros títulos intrincados que tuve que ver en películas macabra-mente
exitosas o leer incansablemente para poder despreciar.
Es que me cuesta aceptar que todos los personajes de
Isabel sean tremenda-mente defectuosos, que no se salve uno en sus solapadas
virtudes del sufrimiento, la cíclica suma de malas decisiones y la prolongación
inexquivable de su desgracia hacia el futuro.
Quiero creer que no todos los hijos de sus historias serán
una Margaret o un David, quiero pensar que alguien sano engendrará en sus líneas
un mensaje positivo y una cría con al menos posibilidades de ayudar en el
cambio de la humanidad.
Sepan que entiendo,
y por eso empecé estas líneas con la apología del caramelo masticado,
entiendo, que mirado con ojos pesimistas y porque no, muchas veces solo
realistas: el mundo es un basurero.
Pero nunca entenderé, porque describirlo falto de toda
esperanza condenándolo así un poco más a su deceso.
No me niego a aceptar la pesadumbre de Mario, ni la
existencia amarga y desechable de Onetti. La apología a la violencia más sucia y obscena
de Stieg Larsson o esta primera visión de insistente búsqueda de pobrezas de
Isabel Allende. Son parte, y son libres de mostrarlo y vaya que hasta los
admiro por ser honestos.
Lo que me niego a aceptar, raza, querida raza, humanos evolucionados de bípedos; es que entre esos autores se cuenten los Premios
Novel y los Best Sellers. Que sus libros sean leídos por millones y que
indefectiblemente eso suceda porque los interesantes, ávidos y tal vez hasta
eruditos que tienen la buena costumbre de la lectura, se sientan identificados,
tocados de alguna forma por este manantial hipnótico de defectos, incansable,
insondable por sus tantas versiones e increíble profundidad.
Me cuesta aceptar que se premie lo peor del ser humano
con múltiples ediciones, con películas alegóricas y muchas veces con inmortalidad.
Cuanta cosa buena hay para contar, cuanta otra fantástica
para entretener, cuando conocimiento sabio para trasladar.
Qué necesidad, mi raza, mi gente, de mostrar la vida como
supervivencia, el amor como el más doloroso y difícil de los deseos y la
existencia como un pálido espejo deformado donde encontrar y explotar cada uno
de nuestros defectos, a fin de con toda naturalidad, darle permiso a nuestra
psicología insalvable para crearnos nuevos problemas que ojalá, se proyecten en
nuestra descendencia, nuestro barrio y porque no nuestro planeta, así retozamos
en un parque gigante de basura humana.
Por favor, sálvenme a Isabel, no quiero perderla en el
primer intento.
Déjenme seguir disfrutando de su calidad al contar, evítenme
sus exageradas reiteraciones en cada página y díganme que en otro libro, la
historia será virtuosa, que alguien resultara feliz por su buena voluntad,
sentido común y constante esfuerzo.
No importa si finalmente muere, todos moriremos.
Díganme cual y correré a buscarlo, o enterrare a Isabel con sus secuaces y dejaré que un
poco de esperanza y un empuje de optimismo basado en todo lo bueno de mi raza,
me llene como el aire que respiro, la luz del sol y el amor que siento, de estas
ganas de seguir viviendo.