Ayer, dos hechos que se toman por simples y anecdóticos en
la cultura de hoy, transcurrieron delante de mí, con el mismísimo anonimato que
tantas cosas importantes se replican a cada segundo en el universo, sin que nos sintamos tocados, aun cuando
arrollan y limitan la historia y el futuro de nuestra humanidad.
1 - Jimmy Lester invirtió lo que logra con el sudor de su
frente y la inversión de su tiempo de vida en cambiar su nombre a Lester
Adrián, ganando una pequeñísima batalla en la guerra que disimula a sus treinta
años de vida, enfrentando entre tantas otras cosas: el corset cultural, el
prejuicio social y el repudio de su propio padre, el que irónicamente le dio su
nombre al nacer.
2 - Un nuevo bebé abrió sus ojos al mundo en el hogar del
jardinero que hace de la casa de Guatemala un oasis. Tras la felicitación de
rigor y mi curiosidad sobre qué nombre llevaría consigo esta nueva alma, entre
dudas que sobrevivían 8 días después del nacimiento, su padre me expreso que seguramente
se llamaría Jefferson (con seguridad “Jeferson”, con una sola “f” o talvez “Yeferson”,
porque no, nada raro en un país donde Adrenalina,
Diesel, Epson, Brother, Canon, Chelsea, Walmart, Matrix y Mcdonalds están registrados
en la Renap)
Dos hechos que cualquiera e incluso todos los que
disfrutábamos de nuestra charla nocturna, tomamos como simples y anecdóticos en
nuestra pobre consciencia occidental y sobre los cuales resigne anoche una explicación ilustrativa y
no necesariamente iluminadora ante los ojos repletos de un juicio diferente en
los demás.
Un juicio diferente al que todo el mundo piensa tener
derecho y que exagera abanderando individualidad, esconde en el regazo de las
limitaciones y justifica en la simplista defensa del gusto; cuando en realidad hay cosas universales que
no necesitan de juicios diferentes o antagónicos y son válidas en su esencia
bajo lo que debiera comprender el sentido común.
Ese impulso humano de poner “mi razón, mi verdad y mi
realidad” por encima de las demás, sin revisar siquiera si proviene del amor o
la envidia, de la virtud o el defecto,
de la ignorancia o la sabiduría. Ese mismo impulso que refrene anoche y que
dejo salir abusando del libertinaje actual en el cual cualquiera puede publicar
su opinión hasta sin atenerse a las consecuencias.
El hombre navega la virtud de dar vida, inmerso en su
ignorancia, disfrazado en su fe y escudado en su irresponsabilidad, a falta de
que la propia humanidad (por ende el hombre mismo) lo haga consciente.
Para no entrar en el infinito y a la vez único hogar de cada familia y la discusión
fútil de la trasmisión de valores, que no es más que el resultado final y causa
irrefutable de esta espiral circular que arrastra nuestra raza; me centraré primero en la capacitación
intelectual que enfrenta un niño expuesto a los instrumentos de la sociedad y a
su cultura.
Si existiese desde los tempranos tres años, en que los niños de hoy comienzan a mamar el
mundo desde los pechos ajenos, devotos mas poco involucrados de un extraño
llamado maestro; una materia llamada
“Responsabilidad Humana”, nuestra evolución como raza sería diferente.
Si entendiéramos, aceptáramos y asumiéramos, que con nuestro
primer latido somos seres vivientes, pares del resto que habita la tierra (…y
porque no el universo) y que nuestra
esencia es la más pura búsqueda de reforzar y preservar la especie, la consciencia
humana se extendería exponencialmente en comparación a la estrechez
evangelizadora de nuestra historia.
Miles de temas podrían llenar millones de páginas, sobre
todo lo que sería diferente si solo pudiéramos lograr ese cambio y asumir
naturalmente y sin peso alguno NUESTRA RESPONSABILIDAD; pero hoy la entrada de blog se llama Jefferson
y fue invitado Jimmy Lester Adrián, así que me resumiré al momento del
nacimiento y a como condicionamos a esos nuevos seres a los que llamamos Hijos,
mucho antes de que aprendan a respirar.
Como en todo hay tres cosas, siempre tres cosas, que definen
un algo y que dan base a todo lo demás. Seré agnóstico en mi explicación, para
que cada uno “lo ponga donde le guste y le acomode”, porque quien lee del otro
lado no paso por su clase de “Responsabilidad Humana” (igual que yo) y es
imposible reclamarle sentido común.
Existe un indiscutible punto de partida para todos: la llama
infinita, el suspiro de vida, la luz interior, la energía vital, la esencia del
ser, aquello que nos “hace” más allá del cuerpo físico, las estaturas, el color
de nuestros ojos, nuestro cabello o nuestra piel y ni que hablar nuestra
cultura, religión o idioma. Poco importa si tú lo defines desde el lado del
“ser”, desde el de “dios” o desde el de la “ciencia”, para tratar de hacerlo
universal lo llamare Amor.
Esto está, existe, se transmite y crece al ser compartido
más allá de cualquier explicación “humana” y es lo primero que define la
conservación de la especie o por decirlo de forma más sensible: la creación de
una nueva vida.
Una vez más resumiré este punto y dejare a la libre
exploración teñida de peculiaridades de cada uno de vosotros, la simple e
inmediatamente detectable diferencia entre traer al mundo un “hijo” que es
fruto del amor y uno que nace del descuido, el odio o la violencia y por ende
no goza de esa primera cuota de luz, sin importar cuanta pueda recibir en
adelante.
Una segunda dimensión que afecta engendrar una nueva vida es
la actitud, ese ingrediente embebido en cada cosa que hacemos, menospreciado
por todos los que fallan (la gran mayoría) y aclamado por todos los que
aciertan. El sentido, la dirección y la forma con la que manejamos esa luz
divina, esa energía vital, ese espíritu trascendental que nos permite ser y estar,
a pesar de nosotros mismos: nuestra actitud.
Otros millones de páginas podrán escribirse sobre la
importancia de la actitud con la cual usamos cualquiera de nuestras
herramientas vitales o incluso las superfluas.
Solo nuestra honestidad más pura al mirarnos al espejo, nos dejara reconocer que recibido el poder, no hay nada que determine más el resultado de sus efectos, que la actitud del que lo despliega.
Solo nuestra honestidad más pura al mirarnos al espejo, nos dejara reconocer que recibido el poder, no hay nada que determine más el resultado de sus efectos, que la actitud del que lo despliega.
Llevado a nuestra discusión de hoy, nuestra actitud al traer
una vida al mundo definirá insoslayablemente entre muchas cosas, la salud de
esta nueva vida y con ello sus capacidades para sostener y reforzar la raza
humana.
Mucho después de eso, para los avatares de su propia vida.
Mucho después de eso, para los avatares de su propia vida.
Y al final esa tercera dimensión, por la cual nos ufanamos
de ser Humanos y Superiores y con la cual hemos probado tantas y tantas veces
ser inferiores a la mismísima planta que nos alimenta y purifica el aire que
respiramos 20 veces por minuto: Nuestra dimensión intelectual.
Aquello que solo es un recipiente listo y casi vacío, cuando la luz de la vida ya nos inundó y nos
hizo ser, aquello que solo será una poderosa herramienta para ejercer el poder
que tenemos al momento de definir nuestra actitud.
…y desde nuestra dimensión intelectual le llega a nuestro
hijo su primer arma, su primer legado, el primer poder único y especial y la
primera cuota de historia trascendental que le entregamos a una vida traída al
mundo: Su Nombre.
Aplica para la plantita que ilumina la cocina, para el perro que nos ladra y
nos mueve la cola y aplica por sobre todas las cosas, para aquellos que
consideramos hijos: sangre de nuestra sangre, indudable mezcla de dos luces
existenciales traída a la vida con o sin amor, con la mejor o la más pobre
actitud, pero finalmente aquí, respirando, inocente y expuesta a nuestra
vanagloriada capacidad de “pensar” que tiene como primer prueba darnos un
nombre que nos identifique.
Hasta aquí, ese cuerpecito tan fuerte como indefenso que
trajimos al mundo, fue afectado de forma indeleble por nuestro amor, por la
actitud con que lo ejercemos y por la profunda y filosofal tarea de darle un
nombre que lo identificara para toda su vida, como nuestro hijo y como un ser
independiente que con estas tres cosas, enfrentara la inclemencia del tiempo
desde la primera inspiración dolorosa hasta el suspiro final.
Por eso y mucho más, esta entrada se llama Jefferson y tiene
como invitado a Jimmy Lester Adrián. Porque si tuviéramos esa enseñanza de
“Responsabilidad Humana”, muchas, muchas cosas a las cuales luego debemos
enfrentarnos, ni siquiera verían luz en el mundo al mismo tiempo que comenzamos
a respirar.
Porque nuestro amigo Lester, nos deslumbraría aún más con su
capacidad creativa y su entusiasmo si no tuviera que cargar con el peso que ser
Jimmy le puso sobre sus hombros cuando aún no podía siquiera definir cuándo
orinar. Compartiría libremente todo su mundo, sin tener que invertir vida en su
vieja búsqueda, talvez interminable de identidad, que hoy lo lleva por voluntad
propia a ser Adrián y lo define en el seudónimo Lesdrian.
Porque ese niño que abrió los ojos en dudoso anonimato días
atrás, enfrentaría un futuro más prometedor si sus padres le dieran un nombre
digno, un arma para definirse, un poder para despegar, una combinación natural
para su apellido, una casta de
honestidad y lealtad que respetar.
No un caprichoso Jefferson.
Jefferson que ni siquieras es un nombre.
Jefferson, el apellido que alguna vez identificó por primera vez al hijo de Jeffer y lleno de orgullo a su familia por ser “hijo de alguien”(como lo fueron los Johnson, los Mendelson y tantos otros), manteniendo la casta de su familia, los valores de su historia y la tradición de sus heroísmos.
Jefferson, el apellido que alguna vez identificó por primera vez al hijo de Jeffer y lleno de orgullo a su familia por ser “hijo de alguien”(como lo fueron los Johnson, los Mendelson y tantos otros), manteniendo la casta de su familia, los valores de su historia y la tradición de sus heroísmos.
Pero este bebe es hijo de Walter, y llevara el apellido de un sajón como nombre adornado con un Morales, Pérez, Gómez o López (algunos de los apellidos más comunes de Guate)
…y así Jefferson Morales, o Jefferson Pérez crecerá en la
periferia de una ciudad tercermundista, en medio de una sociedad con una desigualdad
despedazadora que disfraza la esclavitud del siglo XXI como “generación laboral”
y que tiene como sueño de más del 50% de su población, el de poder soportar las
penurias innombrables de transitar miles de kilómetros para llegar maltratados
y sin los ahorros que reunieron en años, a condicionar su libertad en “los
estados” (USA) con tal de superar la miseria inescalable que la permanencia en
su tierra le asegura a ellos y sus familias.
…y así Jefferson-Jeferson-Yeferson, nunca será Morales de
este lado, ni Jefferson del otro y cuando se cansen de mirarlo raro (de arriba
o de abajo, talvez nunca de frente) le pondrán un sobrenombre que tampoco podrá
elegir y que seguro, como su propio nombre, no eligiría jamás.
Responsabilidad Humana, una combinación casi antagónica de
palabras, que nos liberaría de todas las pobrezas de nuestra raza, en un mundo
en el que una tercera parte muere de hambre, otra tercera parte de obesidad y
la tercera final en guerra por mantener este triste equilibrio terrenal.