Al igual que "La Verdad", "La Razón" o "La Realidad", son definiciones tan subjetivas, tanto como humanos hay y como momentos en las que estos las definen.
Un evento hoy es real, verdad o esta lleno de razón para uno y mañana es inaceptable para la misma persona. Mucho mas si contraponemos a dos seres y mas aun si lo extrapolamos a la raza.
En ese definir que "verdad es real" o que "realidad es verdadera", los humanos jugamos un juego para el que venimos completamente pertrechados con herramientas que nos han enseñado a no usar y usamos las herramientas que no sirven para cumplir buena y socialmente con el precepto de que nada es perfecto y sería locamente peligroso que lo fuera.
Pero dentro, en ese interior que nos cuesta escuchar y que no podemos acallar por siempre, todos y cada uno, sabemos con absoluta certeza que es verdad y que es real....y coincidimos.
DE SU LADO DE LA CAMA
Lo miró anonadada, incrédula.
Pareció solo un instante el que se distrajo en sus pensamientos.
Había notado el cambio habitual en su respiración, ese que después de sus largas secciones de sexo abría la puerta de los sueños y allí lo tenía, inmóvil a su lado, casi levitante en aquella posición de momia egipcia en la que asumía el paso de una realidad a la otra, de un sueño a otro, con una paz desproporcionada.
Pareció solo un instante el que se distrajo en sus pensamientos.
Había notado el cambio habitual en su respiración, ese que después de sus largas secciones de sexo abría la puerta de los sueños y allí lo tenía, inmóvil a su lado, casi levitante en aquella posición de momia egipcia en la que asumía el paso de una realidad a la otra, de un sueño a otro, con una paz desproporcionada.
Lo miró anonadada, incrédula.
Todavía repicaban en sus oídos las últimas palabras reiteradas, esas que solían salir de su boca de padre, siempre advirtiendo lo que nadie tiene ganas de que le adviertan, siempre previendo lo que nadie quiere prever.
Dormía.
En un segundo, en un instante indefinible se había marchado de su lado.
Un instante tan diminuto que no alcanzo a borrarse la sonrisa de sus labios.
Todavía repicaban en sus oídos las últimas palabras reiteradas, esas que solían salir de su boca de padre, siempre advirtiendo lo que nadie tiene ganas de que le adviertan, siempre previendo lo que nadie quiere prever.
Dormía.
En un segundo, en un instante indefinible se había marchado de su lado.
Un instante tan diminuto que no alcanzo a borrarse la sonrisa de sus labios.
Si, allí estaba, dormía sonriendo y ella no lo acreditaba.
¿Se reía de ella? Si, por supuesto. Se burlaba. De sus ganas, de sus necesidades, de todo lo que a ella le importaba. Hasta dormido se mofaba.
¿Se reía de ella? Si, por supuesto. Se burlaba. De sus ganas, de sus necesidades, de todo lo que a ella le importaba. Hasta dormido se mofaba.
La había dejado sola allí, en el momento más inoportuno,
como lo había hecho tantas veces. Ahora, al verlo allí, levitando, cabalgando sus
sueños con una sonrisa, le venían desde algún rincón profundo los recuerdos
funestos del Camarote del Crucero en el Egeo, de aquel antiguo hotel en
Venecia, de las calles desganadas en Paris , de las tardes en Punta del Este
frente al Rio de la Plata, del restaurante de Chicharrones de camino a
Humnalye, del Mosquito Beach en la Riviera Maya, del desaire en el El Convento,
de algún que otro paseo por Miami, de la cena en el Naples Handsome Harrris y tantas,
tantas otras veces en Antigua y Guatemala.
Siempre lo hacía, siempre se burlaba de ella, siempre pasaba.
Todo era “cuando él quería y como él quería”, nunca como y cuando ella lo esperaba.
Se burlaba… y la rechazaba.
Siempre lo hacía, siempre se burlaba de ella, siempre pasaba.
Todo era “cuando él quería y como él quería”, nunca como y cuando ella lo esperaba.
Se burlaba… y la rechazaba.
Nada le importaba de sus ganas y voluntades, nunca atendía
sus insatisfacciones.
¿Para que la había llevado a ese otro mundo?, ¿para que la sacaba de su casa y de su vida de los últimos cuarenta años? , si nada le importaba. Si era capaz de abandonarla, de rechazarla, de marcharse así en busca de sus sueños, sin decir palabra, sonriendo, burlándose y dejándola sola, ganosa y despechada.
¿Para que la había llevado a ese otro mundo?, ¿para que la sacaba de su casa y de su vida de los últimos cuarenta años? , si nada le importaba. Si era capaz de abandonarla, de rechazarla, de marcharse así en busca de sus sueños, sin decir palabra, sonriendo, burlándose y dejándola sola, ganosa y despechada.
¿Tal vez porque estoy gorda? pensaba. ¡Pero si no soy gorda!
solo rozagante y amorosita - se contestaba.
- Llevo dos años de gimnasio, miles de “lunes de manzana”, todo por él, para él y como lo paga, durmiéndose. No me desea, no tiene mis mismas ganas.
¿Porque no me desea? ¡Seguro alguna otra tendrá! Se preguntaba … y una voz que venía del mismo rincón oscuro donde arremolinaban los recuerdos previos, le contestaba.
- ¡Siempre fue turbio! No otra, ¡otras, muchas otras tendrá!; por eso se duerme, por eso siempre me hace lo mismo, por eso me rechaza.
- Llevo dos años de gimnasio, miles de “lunes de manzana”, todo por él, para él y como lo paga, durmiéndose. No me desea, no tiene mis mismas ganas.
¿Porque no me desea? ¡Seguro alguna otra tendrá! Se preguntaba … y una voz que venía del mismo rincón oscuro donde arremolinaban los recuerdos previos, le contestaba.
- ¡Siempre fue turbio! No otra, ¡otras, muchas otras tendrá!; por eso se duerme, por eso siempre me hace lo mismo, por eso me rechaza.
Sus ojos brillaban en la penumbra.
Detrás de esa voz que todo le respondía, aún le parecía escuchar las palabras por él reiteradas.
Toda ella hervía de querer rechazado y de rabia.
Y a él, nada le importaba.
Le daban ganas de golpearlo y al apretar sus puños noto que sus manos se pegoteaban.
¡Qué asco aquellas manos nerviosas y azucaradas!, demasiado limpias para golpearlo como se merecía, demasiado dulces para disfrutarlas.
Detrás de esa voz que todo le respondía, aún le parecía escuchar las palabras por él reiteradas.
Toda ella hervía de querer rechazado y de rabia.
Y a él, nada le importaba.
Le daban ganas de golpearlo y al apretar sus puños noto que sus manos se pegoteaban.
¡Qué asco aquellas manos nerviosas y azucaradas!, demasiado limpias para golpearlo como se merecía, demasiado dulces para disfrutarlas.
Había sido un largo día, otro largo día delos que
acostumbraba vivir, de los que sin planear buscaba y encontraba.
El había amanecido muy temprano, cargado oportunamente un lindo coche convertible que rentaba y había dado espalda a la rosa de los vientos para premiarla. Ella se lo merecía y él lo disfrutaba; y con una sonrisa de esas que son fiel testigo de la felicidad del alma, se había entregado a sus sueños a la medianoche de aquel día que lo acunaba a orillas de una isla bañada por la danza armónica del Caribe y las aguas Atlánticas.
El había amanecido muy temprano, cargado oportunamente un lindo coche convertible que rentaba y había dado espalda a la rosa de los vientos para premiarla. Ella se lo merecía y él lo disfrutaba; y con una sonrisa de esas que son fiel testigo de la felicidad del alma, se había entregado a sus sueños a la medianoche de aquel día que lo acunaba a orillas de una isla bañada por la danza armónica del Caribe y las aguas Atlánticas.
Planeo rizarle el pelo con los aires del mar, y relajarla de
un par de meses de tensión, de cuidados e insomnio, enfrentados con la entereza
y el amor que solo ella era capaz de entregar, a su Madre, a su familia y a
todos quienes incondicionalmente la amaban. Así que en un “rapto con permiso” puso
rumbo al sur, desde la populosa Miami hasta Key West, siguiendo la ruta que Flager
le tejiera al Ferrocarril del Mar cien años atrás. Una ruta desconocida que descubrirían
juntos, misturada de casas multicolores, islotes de verde intenso y aguas
tornasoladas.
Habían parado para unas primeras fotos en Bahía Pelicano y
se habían llevado refrescante agua. Se dejaron sorprender por Annie’s Beach, sus camineros de madera y sus escalas,
salpicadas de rincones desiertos de playa semisalvaje y sombras esmeralda.
Trescientos kilómetros disfrutados de charla, y el mimo impagable que amaba entregarle cuando por algunos minutos, ella se dejaba ir llevándose la realidad a sus sueños, cambiando de sentido la mirada.
Trescientos kilómetros disfrutados de charla, y el mimo impagable que amaba entregarle cuando por algunos minutos, ella se dejaba ir llevándose la realidad a sus sueños, cambiando de sentido la mirada.
Key West los había recibido con un sol imprevisto y agonizante.
Apenas dio tiempo para recorrer la Marina, rifarse un café con ganas y hacerse lugar entre la muchedumbre, los artistas callejeros y las alborotadas gaviotas que entre yates y veleros, esperaban la puesta deseada.
El sol agonizo despacio detrás de Tank Island y esa mezcla de rosa y dorado que solo el crepúsculo sabe componer, los encontró abrazados, mezclando sus propios suspiros con los de todos quienes miraban, grabando el momento, otro más, para revivirlo siempre que desearan.
Apenas dio tiempo para recorrer la Marina, rifarse un café con ganas y hacerse lugar entre la muchedumbre, los artistas callejeros y las alborotadas gaviotas que entre yates y veleros, esperaban la puesta deseada.
El sol agonizo despacio detrás de Tank Island y esa mezcla de rosa y dorado que solo el crepúsculo sabe componer, los encontró abrazados, mezclando sus propios suspiros con los de todos quienes miraban, grabando el momento, otro más, para revivirlo siempre que desearan.
Ya sin sol, cuando las luces de la tarde sirven de testigo a
los amantes, habían huido sin necesidad pero con ganas, para esconderse juntos
en la habitación.
El aire se respiraba exitante en el camino, los pasos hablaban de picardía solapada y las manos guardaban discreción por los pasillos mientras la puerta se acercaba. La ropa, no llego a la cama.
El aire se respiraba exitante en el camino, los pasos hablaban de picardía solapada y las manos guardaban discreción por los pasillos mientras la puerta se acercaba. La ropa, no llego a la cama.
Entre los últimos rayos o las primeras sombras que esquivando las palmas se
colaban por el balcón, la vio pasar del querer a la pasión y la rabia.
Adoraba escucharla repetir ese “no,no,no” que más que frenarlo lo empujaba, ese “que me estás haciendo” de cuando algo nuevo se inauguraba y ver sus manos temblorosas querer apretar algo más firme que las sabanas o la almohada que bajo su cadera, conspiraba.
Sus pies casi lo ahorcan a ambos lados del cuello, cuando de pie frente a la cama, él invitó a las últimas estocadas.
Era esa cara de dolor que no dolía, esas palabras inconscientemente escapadas, ese apretar las rodillas y ese explotar con los ojos cerrados y las mandíbulas trabadas lo que de ella en aquel momento, él más adoraba.
Sentía que cumplía una misión universal al gozarla, su misión, la que siempre lo esperaba, y al influjo de la eyaculación contenida, demorada, empezaba a permitir que sus propias rodillas flaquearan, para dejarse caer junto a ella y sin dejar de mirarla, abrazarla.
Adoraba escucharla repetir ese “no,no,no” que más que frenarlo lo empujaba, ese “que me estás haciendo” de cuando algo nuevo se inauguraba y ver sus manos temblorosas querer apretar algo más firme que las sabanas o la almohada que bajo su cadera, conspiraba.
Sus pies casi lo ahorcan a ambos lados del cuello, cuando de pie frente a la cama, él invitó a las últimas estocadas.
Era esa cara de dolor que no dolía, esas palabras inconscientemente escapadas, ese apretar las rodillas y ese explotar con los ojos cerrados y las mandíbulas trabadas lo que de ella en aquel momento, él más adoraba.
Sentía que cumplía una misión universal al gozarla, su misión, la que siempre lo esperaba, y al influjo de la eyaculación contenida, demorada, empezaba a permitir que sus propias rodillas flaquearan, para dejarse caer junto a ella y sin dejar de mirarla, abrazarla.
Dió la noche para caminar Duval Street, reconocer
sexagenarios energéticos pululando en un ambiente mágicamente sumergido en un
tiempo antiguo e inmortal.
La mezcla sureña de casas señoriales y el toque de su antepasado y proximidad cubana.
Remontando la calle barullenta, se dejaron tentar por Kilwins, y sin saber que luego encontrarían un local en cada esquina de la Florida, llenaron bolsas de papel con amenazantes trozos de chocolate, garabateados por caramelo y cubiertos por Nueces y Castañas.
Por las dudas y “para el postre y para mañana”, evitaron abstenerse de elegir un par de esas típicas galletotas adictivas salpicadas por cacahuates y chispas de chocolate recién horneadas.
La mezcla sureña de casas señoriales y el toque de su antepasado y proximidad cubana.
Remontando la calle barullenta, se dejaron tentar por Kilwins, y sin saber que luego encontrarían un local en cada esquina de la Florida, llenaron bolsas de papel con amenazantes trozos de chocolate, garabateados por caramelo y cubiertos por Nueces y Castañas.
Por las dudas y “para el postre y para mañana”, evitaron abstenerse de elegir un par de esas típicas galletotas adictivas salpicadas por cacahuates y chispas de chocolate recién horneadas.
Con las manos llenas encontraron una mesa al aire libre en
la esquina de Angela Street y disfrutaron de una cena frugal que se llevaron a
pasear hacia el Caribe, misturándola con aromas de Burberrys, Yves Sain Laurent
y Prada que pescaron a buen precio a la pasada.
Una melodía de blues los acompañó la última calle hasta la puerta del Westin
Marina, desde un bar oscuro en una segunda planta.
Pensaron llegar y tal vez salir, pero definieron mimarse, revisar las fotos del día y planear para mañana.
Pensaron llegar y tal vez salir, pero definieron mimarse, revisar las fotos del día y planear para mañana.
Se liberaron de sus ropas y pasadas las diez de la noche, él
le recomendó: - no tomes café negro y comas tantos dulces a esta hora…no es
apropiada.
Pero con sonrisa pícara y a mordidas desproporcionadamente obligadas, tuvieron que probar los tesoros de Kilwins, todas sus variedades, “aunque la panza reventara”.
Repetía por enésima vez “no tomes tanto café negro y comas tantos dulces a esta hora, no es apropiada” cuando lo sorprendió el sueño y a falta del brillo en su mirada entornada, sus labios se iluminaron en una sonrisa, que resumía la misión cumplida, un día más de felicidad vivido a pleno y su amor con dedos pegoteados de una dulce realidad tal vez mirándolo al otro lado de la cama.
Pero con sonrisa pícara y a mordidas desproporcionadamente obligadas, tuvieron que probar los tesoros de Kilwins, todas sus variedades, “aunque la panza reventara”.
Repetía por enésima vez “no tomes tanto café negro y comas tantos dulces a esta hora, no es apropiada” cuando lo sorprendió el sueño y a falta del brillo en su mirada entornada, sus labios se iluminaron en una sonrisa, que resumía la misión cumplida, un día más de felicidad vivido a pleno y su amor con dedos pegoteados de una dulce realidad tal vez mirándolo al otro lado de la cama.
Dos almas, dos formas de vivir una misma realidad, a cada
lado de una cama.
Entre ellos, descansa el polizón que se cuela en cada viaje, el miedo capital que los separa.
Entre ellos, descansa el polizón que se cuela en cada viaje, el miedo capital que los separa.
EPÍLOGO: http://carlomyco.blogspot.com/2012/10/barcelona-el-miedo-capital.HTML